Alguna madre mexicana me ha dicho alguna vez que llevó una vez a sus hijos al metro "para que conocieran". El metro como lugar exótico al que ir de excursión. Y no tiene nada de especial: los rostros hasta se uniformizan, como si viajar bajo tierra nos pusiera a todos la misma cara. A mí el metro me encanta, el metro y sus viajeros dormitando, sus vendedores ("a diez pesos le cuesta, a diez pesos le valeee") y sus cantantes. En México, en Pekín, en Calcuta, el metro es civilización. En Madrid... la correspondencia me hace dudarlo:
Carta de Virginia:
Querida Yaiza:
Me acuerdo mucho de ti cuando paseo mi somnolencia en el metro, ese crisol de situaciones esperpénticas que me sugiere las más variopintas reflexiones. Ese tipo de cavilaciones que, obviamente, te contaría a ti tomando un cafetito. Sólo tú comprenderías mi alarma ante los pequeños síntomas que nos advierten de que nuestra sociedad está enfermando…
- Y violaron a 15 mujeresh, tronco… Ahí, entre Hortaleza y… ¡joder! cómo she llama la plaza eshta…
- Detrás de Gran Vía.
- Sí, tío. Unos panchitos, llegaron y violaron a 15 mujeresh…
(Un hombre de unos treinta y cinco años habla –grita- con otro en el metro. Es del tipo caucásico y parece que acaba de salir del mundo de las drogas o del alcohol, voto por lo primero. Está avejentado y estropeado, ese típico aspecto de los que han coqueteado con la heroína. Su interlocutor es un hombre maduro, moreno, de clase media).
Exaltado, prosigue su feroz discurso contra los emigrantes procedentes de Hispanoamérica:
-Yo te digo que no shon trigo limpio colega, que vienen aquí y nos roban y nos violan a nueshtras chicas… ¡Y lo que me jode tío esh que encima me miran mal!
(En mi mente comienza la letanía que calma mi frustración en estas ocasiones. Como un rezo, repito mentalmente:
Primero cogieron a los comunistas,
y yo no dije nada
porque no era comunista)
Señala bruscamente a la puerta que se cierra. Fuera, dos ecuatorianos están sentados en un banco del andén, tirados tras una larga jornada de trabajo, probablemente bebidos:
-¡Como eshos!, ¿los ves? Ahí tiradosh, borrachosh. Porque llegan aquí y she emborrachan y violan a nuestras chicash. Pocosh son los panchitos que vienen aquí a trabajar…
(…Luego se llevaron a los judíos,
y no dije nada porque yo no era un judío.)
- Por que yo shoy español, ¿no?, y esho hay que tenerlo en cuenta, tío.
(Luego vinieron por los obreros,
y no dije nada porque no era ni obrero ni sindicalista)
Llegó su parada y se bajaron. Pero yo seguí recitando la shura conjuradora del racismo:
(Y después vinieron por los panchitos,
Pero yo no dije nada, porque era español.
Y más tarde me llevaron por drogata,
Pero nadie en el vagón dijo ¡basta!)
1 comentario:
Bueno, amiga mía
En el metro de Madrid también encuentras momentos entrañables, claro. Mis favoritos por las mañanas son el señor que toca la trompeta en Pacífico (una música festiva que anima al personal a no desfallecer en las aglomeraciones); los señores mayores que entran despistados en el vagón y los chavales con el pavo subido de la adolescencia.
Aunque hay mucho racismo en España, también hay otras escenas muy bellas... Que procuraré contarte, para que no te me asustes.
La anécdota que te he contado me sobresaltó en especial por venir de quién venía: hasta que punto el racismo y la xenofobia es un virus peor que tu gripe, que agarra en cualquier individuo y clase social.
Quizá la frase correcta sería "Quien CREA que es inocente que tire la primera piedra" (sepultadas acabaríamos)
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