domingo, 8 de marzo de 2020

el 8 de marzo entre dos orillas

© Izazkun Pinson (¡una de mis alumnas!)

Dos años se cumplen desde firmé este manifiesto junto a muchas mujeres que conozco o que admiro o que ambas cosas (Teresa Giménez Barbat, Cayetana Álvarez de Toledo, Berta Vias Mahou…), y que publicó El País (con gran éxito de visitas, según nos dijo una buena amiga integrante de la redacción, que entonces dirigía aún Antonio Caño). Se trataba de una iniciativa en la línea de las francesas (más de un centenar de artistas e intelectuales, entre ellas tres ilustres Catalinas: Deneuve, Millet y Robbe-Grillet), que se oponían a la ola puritana que acarreó el movimiento #metoo nacido en Estados Unidos con este texto, traducido al español por Aloma Rodríguez para Letras Libres. ("La violación es un crimen. Pero el flirteo insistente o torpe no es un delito, ni la galantería una agresión machista", arrancaban, toreras.)

Sobre el original de “No nacemos víctimas”, que me envió Berta González de Vega, recuerdo que hice una sola observación, y ella me respondió que justamente habían quitado la parte que yo observaba porque había suscitado la misma desconfianza en otras. Es decir, fue un texto leído a conciencia, discutido y consensuado entre todas las firmantes.

Suscribía y suscribo todo lo que ahí se dice. Qué orgullo, pensaba también, haber nacido en un país que logró el cambio en tan poco tiempo. No solo por ley (de la Constitución de 1978 a la ley del aborto en 1985, pasando por el uso de anticonceptivos y el divorcio, las mujeres lograron una verdadera igualdad, y derechos que hasta entonces eran impensables), sino por experiencia. ¿Cómo es que (sospecho que en la respuesta encontraríamos la solución a muchos problemas) hombres educados en el más férreo franquismo y en el hambre atroz, como mi abuelo, o en un franquismo atenuado por los tecnócratas pero todavía profundamente conservador, como mi padre, fueron, en democracia, hombres que ejercieron la igualdad y que educaron a sus hijas y nietas en libertad, sin políticas “con perspectiva de género”? (Al rincón de pensar.)

Sobre las trampas y los peligros de esta guerra cultural han escrito varios (especialmente, por su brillantez y su valentía, la jurista Guadalupe Sánchez y el catedrático de filosofía del derecho Pablo de Lora) y los conmino a leerlos. Apunto aquí, simplemente, que en España, uno de los países más seguros del mundo para nacer mujer, donde existe un Estado de derecho, donde las fuerzas de seguridad del Estado son altamente eficaces, es muy fácil ver las falacias del feminismo hegemónico, que sin embargo ha ido ganando terreno en el poder desde la aprobación de la Ley Integral de Violencia de Género, en 2004. Luchar contra esas falacias era, en suma, uno de los objetivos de nuestro manifiesto de 2018.

Pero me hice en aquel momento una pregunta: ¿firmaría un manifiesto igual que llevara “México” en lugar de “España”? No, me dije. Las cifras hace dos años no eran tan terribles como hoy, pero eran igualmente terribles. En México, con esta violencia desbordada, el primer lugar del mundo en embarazos adolescentes, con pueblos que se rigen por leyes de usos y costumbres que prohíben a las mujeres ejercer los mismos derechos que los hombres, donde lo que más llama la atención de la publicidad es la cantidad de electrodomésticos que se anuncian con una mujer blanca semi desnuda, no, no podría firmar ese manifiesto. (Sirva de epítome del horror que viven tantas mujeres en este país la historia de María Elena Ríos Ortiz.)

Después de los asesinatos en febrero de Ingrid Escamilla y, pocos días después, de la niña Fátima Aldrigett Antón, la paciencia se colmó, y comenzó a cobrar fuerza la iniciativa de un colectivo feminista de Veracruz, Brujas del Mar, para realizar una insólita huelga de mujeres mañana (“El nueve ninguna se mueve”, es el lema). Hoy, además, está convocada una marcha que se prevé multitudinaria.

Hasta aquí, caben pocas dudas de la legitimidad de las reivindicaciones. La rabia y la desesperación están más que justificadas. El problema está, para mí, en dos puntos (tres, si se incluye la imposibilidad de criticar o de introducir matiz porque cualquier voz que difiera de la mayoría se considera mala feminista o, directamente, mala, insolidaria mujer; allá voy).

El primero reside en cómo el (llamémoslo así) clamor popular está explicando los crímenes contra las mujeres y qué está pidiendo para terminar con ellos. “Fue el machismo”, gritan. “Leyes e investigaciones con perspectiva de género”, reclaman. Gritan irrealidades, reclaman imposibles. Los que matan son personas con nombres y apellidos, no sabemos si machistas o no (a niños y a niñas, por cierto, los matan mayoritariamente sus madres), quizá con adicciones, psicopatías o traumas profundos precisamente por estar sometidos desde niños a la violencia sistemática. Pero esto ya pasó antes: concretamente, en las manifestaciones después de la desaparición de los 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa en Iguala. Lo que gritaban entonces era “fue el Estado”, y lo que reclamaban, “vivos se los llevaron, vivos los queremos”. Sobre ello, ya me extendí en su momento. Y como en aquella ocasión, sigo diciendo que el problema es la impunidad (reportajes como este de Valeria Durán no hacen más que confirmarlo). ¿Qué estamos pidiendo ahora, pues, el fin de la impunidad pero solo para la mitad de la población? ¿Qué igualdad es esa? ¿Una ley “con perspectiva de género” va a hacer por fin que los cuerpos policiales no se coludan con el narco, que el sistema penal por fin funcione, que haya por fin capacidad forense para resolver siquiera un crimen? Preguntas retóricas, claro está. Pedir que el Estado tenga “perspectiva de género” es como comenzar la casa por el tejado… con un tejado de paja.

Y esto comunica con el segundo punto: la reivindicación del fin de la violencia en México, legítima, urgente y necesaria, está mezclando churras con merinas, ha acogido en su carro a oportunistas de toda índole, se ha contagiado del discurso extendido a partir del movimiento #metoo, que a nivel mundial ha criticado con notoriedad nuestra amazona Camille Paglia. El ejemplo paradigmático fue el estallido del “movimiento” #metooescritoresmexicanos. De eso hará un año a finales de este mes, y también pienso escribir.