sábado, 6 de julio de 2013
a mi hermana
Elena, mi hermana, cumple hoy 30 años. Mucho o poco según se mire. Siempre fue poco para mí, que le llevo cinco. Visto en cambio desde el vértigo de las dos cirugías a cráneo abierto que lleva, es mucho. Un feliz mucho.
A Elena le diagnosticaron un tumor cerebral hace año y medio. Para su cáncer –sí, así se llama, y no, los apellidos no mejoran la eufonía: glioblastoma multiforme–, salió hace pocas semanas una buena noticia, y desde luego es reconfortante saber que uno de los oncólogos que la trata está en ese equipo de investigadores. Más allá de eso, confinado por ahora al privilegio de las placas de petri, sigue limpia. Y cada cuarenta y cinco días, que le han ido dando noticia, he compartido su alegría nerviosa, alejado una vez más (¿cuántas veces más?, ¿para siempre?) el espantajo de la recaída.
A nuestra edad, cinco años no son nada, pero a los cinco años parece toda una vida. Así que se puede decir que crecí siendo hija única. No tuve síndrome del príncipe destronado porque a efectos prácticos fui la princesa toda mi vida. Obsérvese la foto: a pesar de ser la mayor, dos manos me sostienen. Puede ser casualidad. Puede que me estuviera cayendo mientras hacía el payaso al soplar las velas, pero no deja de ser llamativo; una de esas metáforas que creamos a posteriori: "mi número uno", me llamó toda su vida mi padre.
Durante mucho tiempo, pensé que Elena no me podría enseñar nada: vivía en la estúpida concepción de que los años dan entendimiento. Creo que ella sabía lo que yo pensaba y eso le hacía sufrir. No sé si lo seguirá pensando. Hoy quiero decirle que no es cierto (y se lo digo aquí fuera, ay: bien sabe lo que me cuesta desnudarme, a mí, que tan poco me cuesta quitarme la ropa). Que lo que ella me enseña, sobre todo, pero no sólo, desde aquel 9 de febrero tan largo hasta hoy, pasando por cada una de las sesiones de radio y quimio que ha aguantado y aguanta, es más, mucho más de lo que yo le podré enseñar nunca. Y que espero que siga siendo así hasta el fin de mis días. Los míos, que por algo soy la mayor.
Feliz cumpleaños, hermana. Te quiero.
viernes, 5 de julio de 2013
Almodóvar y el humor sin escalas
Pedro Almodóvar vuelve a sus orígenes más
elementales con Los amantes pasajeros.
Eso significa que su cinta más reciente no contiene un ápice de la complejidad
emocional de La piel que habito
(2011) o Hable con ella (2002), que
está muy lejos de la truculencia de Matador
(1986) o La ley del deseo (1987), y
que apenas exhibe medio gramo del melodrama de Carne trémula (1997) o La
flor de mi secreto (1995). A cambio ofrece –sí, mucho, a raudales– la
inverosimilitud, el sexo porque sí y el humor simple de aquellas memorables
primeras películas suyas, como Pepi, Luci
y Bom y otras chicas del montón (1980) –donde una Alaska ¡de 15 años! le
obsequia una lluvia dorada a la masoquista interpretada por Eva Siva– o Entre tinieblas (1983), con esa madre
superiora lesbiana y redentora de drogadictas, prostitutas y asesinas.
Al
avión de Los amantes pasajeros hay
que subir sin mayores expectativas. La risa vendrá sin querer. En esta película
coral, el avión también es protagonista. El escenario, como el mismo Madrid de
lo que se llamó "la Movida" en la primera mitad de los ochenta, es
casi un personaje más que cobra vida junto con las interpretaciones de Javier
Cámara, Lola Dueñas, Willy Toledo, Cecilia Roth y José María Yazpik. Como
siempre, Almodóvar, es maestro de actores.
Y,
como siempre también, es reconocible desde los créditos y hasta el último
fotograma de cada una de sus cintas. El manchego –bueno, malo o regular– más
que fiel a su estilo, se regocija en él, autocitándose y regresando a los
mismos temas, irreverente y sin complejos. A continuación, presentamos una guía
práctica de las piezas que dan vida a su particularísima voz, a eso que puede
llamarse, sin empacho, "universo Almodóvar".
1 México
Chavela Vargas dejó escrito que Pedro
Almodóvar fue su "único amor en la Tierra". Al director, en efecto,
se debe gran parte de su resurrección: él estuvo presente en 1992 en aquel
concierto en Madrid auspiciado por el editor Manuel Arroyo, luego de quince
años perdida entre cantinas morelenses. Un año después, Chavela hacía su
aparición estelar en Kika (1993). El
avión de Los amantes pasajeros, que
va de Madrid a la Ciudad de México, lleva el nombre de Chavela Blanca.
Las
rancheras, los boleros, los tangos y la música latinoamericana en general,
también son piezas fundamentales en el cine de Almodóvar desde que, en pleno
estallido punk en España, se le ocurriera terminar Pepi, Luci, Bom y otras
chicas del montón con la voz de Monna Bell.
Otro
de los amantes pasajeros es el misterioso Infante –quien en la aeronave lee 2666, del chileno Roberto Bolaño–,
interpretado por José María Yazpik, quien ya declaró que haber rodado esta
película fue "toda una experiencia". No es el primer chico Almodóvar
mexicano: antes lo fueron Gael García Bernal y Daniel Giménez Cacho en La mala educación (2004).
2 ¿Quién soy?
La identidad (sexual sobre todo, pero no
sólo) es otro gran tema en el cine de Almodóvar, y alcanza su paroxismo en La piel que habito. Nunca faltará en
ninguna película suya un personaje con dobleces ni, por supuesto, homosexuales
orgullosos. En Los amantes pasajeros se solazan como nunca, al ritmo de las
Pointer Sisters y "I'm So Excited", que además es el título comercial
de la película en inglés.
3 Mujeres
No importa que sean madres, monjas,
amantes desesperadas, prostitutas, lesbianas, adictas a los ansiolíticos,
criminales o tías seniles en un pueblo de La Mancha: lo más auténtico y notable
de Pedro Almodóvar siempre serán sus retratos de mujer. Fruto de este talento
son sus joyas Qué he hecho yo para
merecer esto (1984); Mujeres al borde
de un ataque de nervios (1988), su primera película candidata a los premios
de la Academia de Hollywood; Todo sobre
mi madre (1999) y, sobre todo, Volver
(2006).
Para
el director, el gran modelo fue su madre, Francisca Caballero, fallecida en
1999, a quien hacía aparecer fugazmente en sus películas. La clásica chica
Almodóvar se parece mucho a esta mujer, esposa de un hombre autoritario,
luchadora y chismosa que, proveniente de un mundo rural, se adapta a la urbe
como mejor le dicta su intuición. Son las escenas protagonizadas por este tipo
de mujeres lo que da verosimilitud al retrato de España que, pese a la caricatura
y el estereotipo, acaba haciendo Almodóvar en sus películas. En este sentido, a
un público ibérico no le chirría esa abuela de Qué he hecho yo para merecer
esto, cuidada por un nieto dealer en el barrio obrero madrileño de Moratalaz, y
no digamos la madre de Leo en La flor de
mi secreto (1995). Ambas encarnadas por la misma actriz: la maravillosa
Chus Lampreave.
Las
mujeres de Almodóvar se resumen en una frase del personaje de Cecilia Roth en Todo
sobre mi madre: "¡Las mujeres somos gilipollas! Y un poco bolleras".
4 Explosión de color
Heredero confeso y flagrante del glam, y del John Waters de Pink Flamingos (1972), ni en sus obras
más oscuras ha descuidado Pedro Almodóvar el brillo de los colores (recuérdese,
por ejemplo, el labial de Elena Anaya en primer plano en La piel que habito).
Su favorito es el rojo: el traje de Carmen Maura en Mujeres al borde de un
ataque de nervios, los Chanel de Victoria Abril y los guantes de Marisa Paredes
en Tacones lejanos (1992), y la blusa
de Penélope Cruz mientras "canta" –en realidad la voz es de Estrella
Morente– el tango "Volver". En su última película predomina el azul
en todas sus variantes. Un azul que recuerda al que usaba la compañía Pan Am en
los años cincuenta. Quizá porque en esa época, en los aviones todo era aún
posible, como en Los amantes pasajeros.
Canto a sí mismo
El director español retoma una y otra vez
estos elementos:
- Los cameos de sus actores predilectos
-y de su hermano, Agustín, con quien creó la casa productora El Deseo- son
marca de la casa Almodóvar. En este caso, eligió a Antonio Banderas y
Penélope Cruz.
- Almodóvar adora feminizar nombres de
varón para sus heroínas: Pepa en Mujeres
al borde de un ataque de nervios, Manuela en Todo sobre mi madre, Raimunda en Volver y Bruna (Lola Dueñas) en esta última cinta.
- La región de la Mancha siempre tiene
cabida de una u otra manera. Por ejemplo, el aeropuerto de Ciudad Real –nuevo y
abandonado, envuelto en un escándalo real de corrupción– es el escenario
donde concluye Los amantes pasajeros.
(Publicado originalmente en Esquire México, núm. 58, julio de 2013.)
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