Me duele desde el dedo chico del pie izquierdo hasta el último pelo de la cabeza. Ando y parece que mis pies arrastran veinte kilos más, que un enano se me ha subido a los hombros, que me está creciendo un globo en el cerebro. Y odio estar acostada: tengo pesadillas y creo que me voy a volver sábana.
Xochimilco habrá de esperar de nuevo: no tengo el cuerpo para barquitos de colores.
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Y esta debilidad insoportable. Esta vulnerabilidad que no encuentra más que sopa para uno y un abrazo recalentado de carne asada y papitas al horno. Nada nuevo: todos estamos solos.
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