Una se replantea profunda, seria, concienzudamente, la vida bucólica de fin de semana -calandrias, mariposas, conejitos, tejones- cuando de noche en la habitación acechan tres -¡tres!- alacranes, hace cuarenta grados y afuera el perro Mordelón no para de ladrar estúpidamente a la luna casi llena.
Así, no hay cuerpo para prestar atención a los peldaños volcánicos que suben al Tepozteco -según la leyenda, guerreros encantados que un día despertarán- ni a las historias de don Lázaro, descendiente de revolucionarios nahuas, ex guerrillero y militante ecologista de Tepoztlán.
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