El recalmón de la mañana lo anunciaba. Mosquitos silbando aglomerados sobre la cama, un polvo amarillo de ciencia ficción contra las ramas secas, el campo entero chillando pidiendo agua. Y la tuvo: hacia las cinco de la tarde descargó el cielo. Así es Tepoztlán: seis meses de sed y seis de esplendor. Después de la lluvia, se calló la tierra, y en el aire, ese olor como de pliegue oscuro de hombre recién bañado.
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