A mi querido R, por acompañarme a la peluquería por propia y amorosa voluntad, y aguantar que un muchacho -pobre: me juzgó universitaria- me pidiera azorado el teléfono.
Y a Coyoacán, "lugar de coyotes", barrio de rejas andaluzas y colores mesoamericanos, de plazas rotas por los árboles ubicuos, que estamos a punto de abandonar.
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