Sigo constatando con desánimo que el cine mexicano no termina de ser lo que nos quieren vender desde hace un par de meses.
Rescato al fabuloso Ángel Tavira, al que no sin razón llaman "don" en los créditos y que hasta ahora era un anciano violinista desconocido: a su rostro -como a todo rostro con huella indígena- no le hace falta una palabra para transmitir por cada arruga hierática y en cada mirada severa, todo el orgullo, todo el saber (el que una vida sin más pretensiones que vivir es capaz de acumular), toda la resignación.
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