Las calles del barrio de las Colonias eran así: cuatro farolas blancas robaban cuatro retales de calle a la oscuridad, y multiplicaban las sombras por tres, y daban a la vía un aire de brujas horas de la madrugá, y a los pasos, prestancia de peligro. Y la abuela, que salió a por un helaíto en la noche, se para en seco: "ay, un gitano", cuando -gitano o no- era cualquier vecino aliviando igual el agosto bochornoso de la marisma: "buenas noches", "vaya usté con Dios". Así me paro yo ante los faros de un coche parado que de pronto se encienden.
Pasos, los únicos, los míos, sobre las aceras rotas por los árboles.
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