Una delicia de almuerzo en Los Danzantes, con dos mezcales mineros como manda el sitio. Y
Salvador Elizondo en los ojos y la risa de Paulina Lavista, viuda divertivivísima (merece el atropello de aumentativos) que lejos de ir a la caza de una línea de su difunto reproducida sin consentimiento, echa al aire aquí y allá letras y anécdotas, sin importarle -o sabiéndolo bien- lo escandalosas que sean (me reprimo, que no han pasado los veinticinco años que ordenó el maestro).
Otgas podgían apgendeg.
No hay comentarios:
Publicar un comentario