El maestro Juan Villoro acaba de estrenarse como dramaturgo en el Teatro Orientación con la obra Muerte parcial. Compleja, profunda e irónica, no se entiende si no se entiende México, o viceversa. ¿Quién podría creerse en España al político corrupto, cocainómano y chantajista, que tiene el poder para otorgar o quitar nuevas identidades? Hasta ese genial doblador teñido de dibujitos animados y películas de vaqueros, narrador-poeta de partidos de fútbol, es inverosímil en nuestros lares patrios. Aquí no sólo funcionan, sino que son metáfora.
Cuatro personajes -al que se les une un quinto- pretenden empezar una nueva vida después de estar a punto de morir en la montaña y ver cómo el resto de sus compañeros se precipitaban al vacío. Todos están huyendo por buenas razones: de una familia enferma, de la muerte de una hija de tres años, de un pasado de clase inferior, de la fama en decadencia, de mil y un chanchullos político-delictivos. Todos cargados de culpas, enternecedores y repugnantes a un tiempo.
Lástima de la pésima mitad y media del elenco -a la que por suerte salva el otro tanto-, que no le hacía honor a sus caracteres, y de la torpe dirección: movimientos, ritmo, espacios, pose, cambios, música, trasnochadamente rígidos. Como un sistema analógico frente a las infinitas posibilidades de otro digital.
Y pensar las maravillas que hace el Juli hasta sin texto...
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