Me ha entrado una extraña culpa al releer a mi Saint-Exupéry desconfiando de lo exótico, pues lo exótico es muestra de la mirada extranjera, y la mirada extranjera lo es en tanto no entiende el mecanismo ni la esencia [sic, palabra que le era tan grata] de lo que ve; lo exótico en sí, pues, no existe. Sigo esta línea autoflagelante para pensar que los retales folclóricos que me salen no hacen justicia a México, y me salen folclóricos porque no los entiendo; SON, en fin, porque no los entiendo.
¿Pero esto es malo?, se preguntan mis entrañas.
No lo parece a la luz del precioso artículo que firma Andrés Ibáñez en el último ABCD las Artes y las Letras, en el que aprecio una curiosa cercanía con Saint-Ex (lo exótico no existe): resulta que en un libro escrito en los años cuarenta, Adrian Unger, científico de la Universidad de Lovaina, afirmaba que los ojos no ven de manera continua, que lo que miran tiende a desaparecer al cabo del rato, que no ven lo que tienen delante a menos que el objeto no coincida con el archivo mental, es decir, que sea algo nuevo, o algo súbito. La mirada según Unger (digo yo) no sería más que sorpresa. Me sorprendo luego veo. Una máxima para colocar a la entrada de todos los jardines chinos. Y por qué no a la de este rincón...
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