sábado, 16 de enero de 2021

Scorsese, Lebowitz, Nueva York, la edad de la inocencia

Nueva York ha tenido suerte de que exista Scorsese y haya explorado cómo contarla hasta el aburrimiento (literalmente).

No es el caso de Pretend It's a City (caso de aburrimiento, quiero decir). Para ello se ayuda, claro, del talento de otra gran narradora, Fran Lebowitz, pero incluso a ella él mismo la revivió para el mundo hace diez años (Public Speaking).

Aún no termino la serie, pero me está preocupando estar tan de acuerdo con Lebowitz en todo lo que dice, ¡incluyendo el #metoo! ¿Seré una lesbiana de setenta años que vive en Nueva York? Supongo que ya me habría dado cuenta.

Gracietas aparte, quisiera apuntar la impresión que me causó hace unas semanas volver a ver La edad de la inocencia, que no había visto desde que pedí prestado aquel número de Speak Up para inglés en BUP. No entendía entonces de dónde venía el beso apasionado entre Archer y Madame Olenska. Qué amor más inverosímil, pensaba, ¡qué estafa! Me faltaba vida, por supuesto. Ver los gestos, los planos, en los que la película lo resuelve me hizo feliz (narrativamente feliz, ojo). Casi, casi tanto como ese punto y coma con el que Guy de Maupassant resume la noche de bodas de George Duroy y Madeleine Forestier.


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