martes, 5 de enero de 2021

el ser y el tiempo

Algo que se pierde en México es la noción del tiempo. Se tarda poco en advertir que es porque no hay estaciones. Ni siquiera la distinción entre estación seca y estación lluviosa permite atar la memoria al tiempo, si no es, quizá, por breves semanas, la estación jacaranda. (La primera vez que vi las copas rebosantes de morado, marzo de 2007.)

Lejos de los trópicos, sin embargo, los acontecimientos están indisolublemente ligados al clima (aquel primer beso en primavera, aquel otro sudor en verano, aquella despedida en otoño y la muerte del padre en invierno).

Esto no suele advertirlo quien ha crecido lejos de los trópicos más que cuando se muda cerca de los trópicos, cuando el continuum térmico trastoca la manera de guardar recuerdos y de pronto se encuentra preguntándose, sin que la memoria de qué llevaba puesto o a qué olía permita una clara respuesta: "¿Pero cuándo pasó esto?".

Cae por aquí estos días la luz oblicua, como bien me señaló el otro día mi maestro Gabriel, y de pronto el cielo estalla en colores inverosímiles. No se puede una olvidar de un invierno así.



 

 

 

 

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