martes, 24 de diciembre de 2013

de los niños y la navidad



Los niños nos hacen recuperar el gusto por la navidad, aunque cada año seamos menos. Nunca, nunca les induciré a pensar que son unas fiestas tristes. Celebraremos y nos pondremos guapos y nos regalaremos el mundo.

Felices fiestas.

jueves, 5 de diciembre de 2013

Arcadi Espada, entre líneas

La primera impresión física que se tiene de Arcadi Espada es de una altanería casi insoportable. Pelo azabache de sienes despintadas y sin un resquicio a sus 56, suele vestir a la última con los colores de quien se quiere a sí mismo –azul eléctrico, en México–, y enfocar al interlocutor, insolente, achicando los ojos con la barbilla levantada. Trampas de la genética: 30 dioptrías en el ojo derecho y 14 en el izquierdo. “Una condición básica en mi desesperada búsqueda de la nitidez”, dice, pasándose de torero. De la confusión de su miopía con un engreimiento sin paliativos puede que arranquen todas las demás equivocaciones en torno a su persona.

Éstas no dejan de ser raras, porque con toda claridad o entre líneas, todo lo que quiere decir lo escribe, con una prosa que el gran Sánchez Ferlosio calificó una vez concisamente de “gozada”. Tampoco sería el primer caso de la historia: del periodista austriaco Karl Krauss, Jonathan Franzen refiere que “fue conocido en su día por sus muchos enemigos como el Gran Odiador. Según la mayoría de los testimonios, fue un hombre tierno y generoso en su vida privada, con muchos amigos leales. Pero una vez empezaba a dar cuerda a su polémica retórica, la llevaba a registros extremadamente duros”. Un cabal alter ego. Fascista para el nacionalismo, nazi para los católicos enfurecidos por sus opiniones a favor del aborto, mentecato para algún novelista, a Arcadi Espada le han prodigado centenares de insultos, a veces todos de una vez, entre ellos resentido, basura, cagabandurrias y hasta demonio. Pasiones desbordadas hacia alguien que ha confesado no guardar rencor a nadie y que explica, muy serio, por qué su actitud es paradójicamente humilde: “La auténtica humildad escribiendo es la del compromiso y la de la contundencia, porque es la que te deja más vulnerable: si te muestras tajante sobre una serie de cosas es porque realmente crees en ellas, porque estás convencido de lo que has descubierto.” Su compromiso, se infiere, es con la verdad de los hechos. De él derivan, en realidad, todas sus posturas en la vida.

Entre las éticas destaca su vehemente antinacionalismo, al que en estos días de pulsiones independentistas da verdadera rienda suelta través de su blog en el diario El Mundo. No se ha quedado nunca en palabras: en 2005, impulsó la creación de un nuevo partido político, Ciutadans-Ciudadanos, que hoy llega a nueve escaños en el Parlamento autonómico. Que dedique la mayor parte de su tiempo productivo a achicar las aguas provincianas del nacionalismo catalán se debe a un azar desgraciado: haber nacido en Barcelona. “Qué daría a veces por ser un pensador parisién, e incluso un pensador”, se ha lamentado. Pero, él mismo se responde en otro lugar: “El escritor tiene la obligación de tratar los temas de su época”.

Por eso, no desdeña los asuntos universales, y buen ejemplo son los que ha tratado en México durante sus últimos viajes. Hace dos años, para impartir un seminario en la Universidad Iberoamericana sobre violencia y medios de comunicación. Entonces, Espada se entrevistó con algunos funcionarios de la Secretaría de Gobernación y al día siguiente, escribía: “Creo que Méjico es el único país del mundo donde se han matado a 40 mil personas sin guión previo (…) Los funcionarios reconocen, al fin, que no saben ni quién mata ni quién muere (…) Pienso en dónde estaría la lucha contra ETA sin el mínimo pegamento emocional que trajo el conocimiento de las víctimas. No hay otra lucha más urgente para lo mejor de Méjico que esa exigencia por los nombres.” Hacía apenas un par de semanas que el hijo de Javier Sicilia había aparecido asesinado por el narco: saber los nombres se convertiría también en una de las reivindicaciones del movimiento ciudadano que se iniciaba en esos días.

El pasado septiembre, Espada volvió a México, para pronunciar la conferencia de clausura del III Simposio sobre el Libro Electrónico, organizado por Conaculta. Aprovechando la ocasión, presentó su último libro, En nombre de Franco, en el que por tema universal, se introduce en el más importante del siglo XX: el Holocausto. “La idea inicial –contaba en la presentación– era la de hacer un libro coral sobre los diplomáticos españoles que salvaron judíos en la Europa incendiada, pero me di cuenta de que tenía que decantar el libro hacia la historia de Ángel Sanz Briz en Hungría porque esa historia estaba llena de mentiras.” Así, por un lado, refuta que el embajador Sanz Briz actuara por cuenta propia en ese invierno del 44 –en realidad seguía las órdenes del gobierno de Franco, que ya preveía que Alemania perdería la guerra–, y por el otro desenmascara, prueba a prueba, con ayuda del investigador Sergio Campos, al italiano Giorgio Perlasca, quien se apropió, muchos años después, del mérito de salvar esas vidas.

Pero el libro es mucho más y está lleno de capas sucesivas, todas profundas. Para contarlo, usa todos los recursos literarios a su alcance. Literarios, sí: otra equivocación que suscita, quizá con raíz en su vieja disputa con el escritor Javier Cercas, es que está en contra de la literatura: “Yo lo que estoy es en contra de la literaturización, que es distinto”. Y aclara, tajante: “Pero para mí la literatura es sólo una cosa: un problema de resolver cómo voy a contar esto. Yo me aburro mucho escribiendo, así que tengo que buscar truquillos. Pero esto no tiene que afectar a lo fundamental: yo escribo sobre hechos, y ninguna de las retóricas que yo utilice pueden confundir al lector nunca; si lo hacen, es porque yo me equivoco”.


De primera mano
Cuatro títulos imprescindibles para conocer el pensamiento, los afanes y el estilo de Arcadi Espada.

Contra Catalunya. Una crónica (Flor del Viento Ediciones, 1997)
Su primer libro en solitario, Premio Ciudad de Barcelona, es un retrato en primera persona de la Cataluña que reinventaron los gobiernos nacionalistas desde la transición española. Fundamental para entrar a la prosa de látigo de Espada y entender sus posturas políticas disidentes.

Raval. Del amor a los niños (Anagrama, 2000)
Reportaje de largo aliento que desmonta una mentira, policial, judicial y periodística: la desarticulación de una supuesta red de pederastas en el barrio barcelonés del Raval en el verano de 1997. Una mentira, documenta Espada, que llevó a la cárcel a inocentes y separó injustamente a hijos de sus padres durante más de un año.

Diarios (Espasa, 2002)
Crítica de los vicios más comunes de la profesión periodística, evidentes o no. Destripador mayéutico de trampas y retóricas, resulta un utilísimo manual, junto con Diarios 2004 (2005) y Periodismo Práctico (2008), que lo complementan.

El terrorismo y sus etiquetas (Espasa, 2007)
Breve libro que analiza las relaciones contaminantes entre el lenguaje del terrorismo y el periodismo. Espada lo usó como guía adicional para el seminario “La violencia en los medios”, que impartió en la Universidad Iberoamericana de México en 2011.


(Publicado originalmente en Esquire México, núm. 63, diciembre de 2013.)

'El principito': un clásico que nació por encargo

El principito fue el libro más raro de todos los que publicó en vida Antoine de Saint-Exupéry (Lyon, 1900 - Mediterráneo francés, 1944). Para empezar, a diferencia de sus textos anteriores, en su tiempo no fue best-seller ni la crítica lo acogió con entusiasmo. Enorme paradoja: convertido en uno de los títulos más vendidos y traducidos de la historia de la literatura, empañaría, a la postre, la memoria del resto de su obra.
            El aviador que había transportado el correo desde Francia al África del Norte sobrevolando el Sáhara insurgente; el pionero que había ayudado a abrir la línea entre Argentina y Chile a través de los Andes, en una época en que los aparatos sólo ascendían hasta los 3,000 metros; el piloto de guerra que, desde el aire, vio cómo los alemanes entraban en Francia en 1940 como el torrente de un río desbordado; el hombre de acción, pues, que había contado sus peripecias en El aviador, Correo Sur, Vuelo de noche, Tierra de los hombres y Piloto de guerra, de pronto escribía un cuento para niños, melancólico y tierno, lleno de simbolismo.
            Ese simbolismo, que lo convierte en una obra universal, no impide que El principito, al igual que toda la producción de Saint-Exupéry, también sea retrato fiel de su autor, quien tantas veces había dicho no poder escribir sobre nada que no hubiera visto. Así, cada metáfora de El principito encierra alguna idea ya presente en sus anteriores libros o algún dato rastreable de su vida, empezando por el propio pequeño príncipe. De familia aristócrata –su apellido, con título de conde, se remonta al siglo XIII–, a Saint-Exupéry lo llamaban "el Rey Sol" de pequeño, por el color de su cabello, y en alguna carta confesó que pensaba en sí mismo como un niño de rizos rubios mientras el espejo le devolvía la imagen de un oso gigante y calvo.
            Al ver a Saint-Exupéry dibujando a este petit bon-homme, como él lo llamaba, en una servilleta, su editor americano, Curtice Hitchcock, le preguntó qué le parecería escribir la historia de ese hombrecito para un cuento infantil que se publicaría en la Navidad de 1942. Sí, otra circunstancia fundamental que hoy se olvida: El principito fue un libro de encargo.
            Saint-Exupéry lo terminó durante el exilio forzoso que pasó en Nueva York, angustiado por la situación de la Francia ocupada –algo que reflejaría en Carta a un rehén–, con problemas de salud derivados de sus accidentes –uno de ellos, en el desierto de Libia, en 1935, igual que el del piloto que encuentra al Principito–, profundamente apesadumbrado. Son de los pocos meses donde convive intensamente con su mujer, la asombrosa y voluble Consuelo, con la que se había casado en 1931 y en la que no es difícil distinguir a la rosa del asteroide B 612.
            Saint-Exupéry nunca vio el éxito que obtuvo su pequeño príncipe. En 1943, consiguió milagrosamente que lo dejaran participar en la Segunda Guerra Mundial haciendo lo que más le gustaba -volar- y fue asignado bajo el mando aliado a la división II/33, en Argelia. El 31 de julio de 1944, despegó a bordo de su Lightning P-38, en el que su cuerpo maltrecho apenas cabía, y desapareció. Hoy se conocen las circunstancias de su muerte: su avión fue derribado por el piloto alemán Horst Rippert y cayó frente a las costas de Marsella, de donde se recuperaron los restos metálicos en 2004, pero durante medio siglo largo, fue un misterio que adornaba perfectamente el final del Principito, desvanecido sobre la arena.


(Publicado originalmente en Esquire México, especial The Big Watch Book, núm. 2, 2013.)

domingo, 17 de noviembre de 2013

lo mas difícil es despegar

Más indeciso que nunca, visitó a su amigo Gaston Gallimard, que se había refugiado con su familia cerca de Carcassonne. Le entregó una copia de su último manuscrito. Éste comportaba ya varios cientos de páginas, pero el editor sabía que se trataba de un mineral en bruto de donde saldría, al fin de interminables pulidos, una prosa brillante y pura como el diamante. Saint-Exupéry había ideado un método de composición muy original. En lugar de retomar el mismo pasaje tal como lo había escrito inicialmente, prefería redactar una serie de textos paralelos, en los que intentaba expresar la misma idea, o contar el mismo episodio, de tantas maneras diferentes como fuera posible.
[...]
Antes de dejarlo, Robert Van Gelder pudo ver algunas páginas manuscritas cubiertas de finas líneas de escritura, la mayor parte de las cuales estaba cuidadosamente tachada, al punto que sobrevivía una palabra de cada cien, una frase de cada página. ¿Un primer esbozo? No, de ninguna manera; era el tercero ya, o quizás el cuarto. Representaba mucho trabajo. El entrevistador debía creerlo. "Trabajo largas horas con mucha concentración", explicó Saint-Ex. Y eso, siempre que hubiera tomado impulso. Pues, agregó con una sonrisa desarmante, "lo más difícil es despegar".

Curtis Cate, Saint-Exupéry (Emecé, 2000) 
 

viernes, 1 de noviembre de 2013

consejo

Cuando tengan que acudir a la cama de un moribundo, no huyan. Sosténganle firme la mano, acaricien sus mejillas, cántenle boleros al oído. Díganle cuánto lo quieren, cuánto lo han querido, cuánto lo querrán. Enumérenle todo lo que de él han aprendido y prométanle que a alguien se lo enseñarán. Díganle nos vemos aquí, aquí dentro, por siempre, hasta que nos toque.

No se puede celebrar la vida si no se despide uno bien de los muertos.

lunes, 21 de octubre de 2013

Los últimos años de Chávez en Venezuela

Autocracia electoral. Es la definición que hace suya Rory Carroll (Dublín, 1972) para el gobierno de Hugo Chávez, presidente de Venezuela desde 1998 hasta su muerte, acaecida un día antes del punto final del libro Comandante. La Venezuela de Hugo Chávez, el primero de su carrera.
            Talentoso desde muy joven, bregado reportero en conflictos como los Balcanes, Afganistán o Irak –donde fue secuestrado un día y medio–, llegó a Venezuela en 2006, procedente de África, y se encontró con algo que no había visto jamás: un líder elegido en las urnas que en pleno siglo XXI se hacía presente en la vida cotidiana de un modo casi orwelliano, a través de carteles, pantallas y programas sociales, y un país a la vez rico y lleno de pobres. En ello, Carroll consideró fundamental la lógica del petróleo, "el excremento del diablo", en las célebres palabras del político venezolano Juan Pablo Pérez Alfonzo que también hace suyas. "En un país petrolero –dice este irlandés cuyo semblante pelirrojo, pecoso y jovial responde perfectamente al tópico–, todas las reglas económicas son diferentes".
            Si bien la primera mitad del libro es deudora de otros trabajos anteriores sobre la vida y la compleja personalidad de Chávez –no en vano coincide con los años en el poder que el autor no presenció–, la segunda se erige como un enorme trabajo periodístico: el relato puntual e incontestable del desmantelamiento económico de un país con demasiadas oportunidades perdidas. Rory Carroll conversó con Esquire semanas antes de su participación en el Hay Festival de Xalapa, donde presentó su libro este mismo mes de octubre de la mano de su editorial en español, Sexto Piso.

¿Qué empuja a un corresponsal, después de haber tenido la experiencia periodística en el país, a escribir un libro?
En este caso, Chávez como figura. Había entrevistado a Silvio Berlusconi y a militares en otros países, pero él era único. Me sorprendía que su imagen en el extranjero fuera una caricatura. Escribir un libro era tener una plataforma más amplia para investigar y mostrar las contradicciones.

Después de la biografía de Alberto Barrera y Cristina Marcano, Hugo Chávez sin uniforme, que conoces bien y citas en tu libro, ¿qué pensabas aportar al retrato de Chávez?
El libro de Alberto y Cristina fue muy importante, pero yo quería hacer una versión contemporánea, porque éste es de 2004. Además, estaba influido por mi experiencia en África y sus big men, por ejemplo Haile Selassie y el libro de Ryszard Kapuscinski, El emperador. Se me ocurrió que Chávez merecía un libro así, para capturar ese "realismo mágico" y explicárselo a los extranjeros.

Una de las cosas que llaman la atención del libro, precisamente, es su estructura, similar a El emperador. Tanto, que en ambos tomos, la primera parte tiene el mismo título, "El trono". ¿Qué le debes a Kapuscinski?
Básicamente le tengo envidia porque él tenía "el lujo" de inventar cosas para enriquecer su literatura. El emperador es una obra magnífica, aunque no cien por ciento confiable. Yo quería aspirar a ese estilo pero sin sacrificar los hechos.

Además de África, estuviste en Irak, donde fuiste secuestrado en 2005. ¿Me podrías hablar de esa experiencia?
Fue muy interesante cubrir una guerra sobre la que el mundo tenía puestos los ojos. Era lo opuesto de África, donde pasaba, por ejemplo, semanas en el Congo, volvía con mis cuadernitos llenos de notas y descubría el poco interés sobre lo que estaba pasando. El problema de Irak era que la inseguridad limitaba hacer reportajes, y eso era muy fastidioso. Un día cometí un error y fui secuestrado. Fue en Ciudad Sadr, una parte de Bagdad controlada por Muqtada al-Sadr, chií, considerada segura para los periodistas. Las circunstancias cambiaron cuando los británicos detuvieron a unos militares de Sadr en Bassora. No calculé bien el riesgo, pasé demasiado tiempo en un lugar haciendo una entrevista en la calle y me agarraron. No sabía entonces que iba a ser tan breve, pero sí pensé que quizá iba a sobrevivir porque la mayoría de los periodistas extranjeros que estaban secuestrados lo lograron. Tuve mucha suerte.

A medida que avanza el libro, no sólo se observa la decadencia de Caracas, de Venezuela y de la economía, sino también cierto decaimiento en tu propio ánimo, entusiasta al principio. ¿Pasó así?
En esencia, sí. Poco a poco me fui haciendo cada vez más crítico de lo que veía. Chávez tenía talento político y mucha plata, pero al final fue un fiasco. Me molestaba mucho la propaganda del gobierno que contaba al mundo que estaba haciendo una obra magnífica en Venezuela y, al mismo tiempo, la imagen que vendían Fox News y medios así para los que Chávez era poco menos que Stalin o Pol Pot. Además, estaba harto del nivel de polarización que alcanzó la vida pública.

¿Qué opinión te merece la oposición ahora?
Mejoraron muchísimo después de errores graves, incluso fatales, que cometieron con su radicalismo, gracias sobre todo a la victoria interna de los moderados, como Henrique Capriles. El problema fue que cuando aprendieron, el espacio mediático ya se había reducido y era sumamente difícil difundir su mensaje. Ahora, bajo Maduro, hay menos espacio que nunca.

¿Cómo te explicas que a pesar de la inflación, del desabastecimiento, del hundimiento de la industria, que muestras en tu libro, Chávez ganara casi todas las batallas electorales?
Creo que hay dos razones fundamentales. La primera es que Chávez logró convencer a millones de venezolanos de que él estaba de su lado, y los politólogos muestran que esto tiene un impacto muy profundo: la gente puede llegar a decir que los problemas no son culpa del líder, sino de la gente que lo rodea, o que las cosas podrían empeorar sin él. La segunda razón es que el gobierno, como Estado petrolero, controlaba la economía a través de su sistema de subsidios. Antes de cada elección, podía aumentar salarios, ofrecer empleos, e incluso regalar hornos o poner tu nombre en una lista para una casa.

Hay distintos momentos estelares en tu libro, como la descripción de la sala situacional del gobierno escondida en el búnker bajo Miraflores. ¿Cómo llega un periodista a esas fuentes de calidad?
Un poco de todo. Lo difícil fue identificarlas, pero una vez con los nombres, fue fácil. Tengo que confesar, sin embargo, que habría querido más fuentes y más cercanas a Chávez porque muchísimas cosas no han salido todavía a la luz. Dado el carácter extravertido de los venezolanos, es impresionante el nivel de disciplina dentro de Miraflores.

Ya estabas en Los Ángeles cuando murió Chávez, ¿cómo viviste ese proceso desde fuera?
Fue muy frustrante, pero creo que habría sido igual desde dentro: quizá sólo veinte personas, diez de ellos cubanos, sabían lo que estaba pasando, y los demás estábamos adivinando, especulando o interpretando tuits.

¿Qué esperanza ves con Nicolás Maduro?
Ha mostrado una disposición más pragmática que Chávez con respecto a la economía, pero los problemas son tan graves y tan complicados, que le va a resultar muy difícil mejorarlos. Lo que me parece evidente es que el nivel de autoritarismo está empeorando y la razón no es difícil de adivinar: él no tiene la misma legitimidad que Chávez, se siente más débil y es su manera de reaccionar.


(Publicado originalmente en Esquire México, núm. 61, octubre de 2013.)

miércoles, 9 de octubre de 2013

pasaportes


En Viajeros por la América Latina colonial, de Irving A. Leonard (FCE, 1992): 

Para obtener pasaje en las flotas, cada viajero, incluso los miembros del clero, debían procurarse una licencia correspondiente a un pasaporte y presentar sus credenciales en la Casa de Contratación, concernientes a su estado legar y civil. La licencia concedida era válida sólo por dos años, durante los cuales se esperaba que su poseedor viajara en la primera flota que pudiese alcanzar. Quienes carecían de este permiso tenían que entregar todas sus posesiones a la Corona: una quinta parte era para la persona y personas que hubiesen informado de la violación. Únicamente los oficiales, marinos y otros miembros de la tripulación quedaban exentos de la obligación de poseer una licencia; empero, si se prestaban a la evasión de la ley ayudando a viajeros no autorizados, también ellos incurrían en delitos plenos. Los pasajeros debían residir en la región de las colonias indicada en la solicitud; los que iban rumbo a Filipinas pasando por la Nueva España no podían permanecer aquí y, hasta donde fuera posible, debían negarse pasaportes a los súbditos españoles que, viviendo en aquel lejano archipiélago, quisiesen abandonar las islas. Este decreto era, evidentemente, un esfuerzo por estabilizar a la población europea en aquel remoto ámbito protegiendo así la precaria posesión de España.

Ahora ve y cruza el océano.

miércoles, 28 de agosto de 2013

solo un cuento




Yo solo he escrito un cuento en la vida. Se lo enseñé a dos maestros y lo elogiaron, se lo enseñé a un amante y me lo comentó con guasa en la cama de un ¿hotel? y jamás volví a escribir un cuento.

sábado, 6 de julio de 2013

a mi hermana



Elena, mi hermana, cumple hoy 30 años. Mucho o poco según se mire. Siempre fue poco para mí, que le llevo cinco. Visto en cambio desde el vértigo de las dos cirugías a cráneo abierto que lleva, es mucho. Un feliz mucho.

A Elena le diagnosticaron un tumor cerebral hace año y medio. Para su cáncer –sí, así se llama, y no, los apellidos no mejoran la eufonía: glioblastoma multiforme–, salió hace pocas semanas una buena noticia, y desde luego es reconfortante saber que uno de los oncólogos que la trata está en ese equipo de investigadores. Más allá de eso, confinado por ahora al privilegio de las placas de petri, sigue limpia. Y cada cuarenta y cinco días, que le han ido dando noticia, he compartido su alegría nerviosa, alejado una vez más (¿cuántas veces más?, ¿para siempre?) el espantajo de la recaída.

A nuestra edad, cinco años no son nada, pero a los cinco años parece toda una vida. Así que se puede decir que crecí siendo hija única. No tuve síndrome del príncipe destronado porque a efectos prácticos fui la princesa toda mi vida. Obsérvese la foto: a pesar de ser la mayor, dos manos me sostienen. Puede ser casualidad. Puede que me estuviera cayendo mientras hacía el payaso al soplar las velas, pero no deja de ser llamativo; una de esas metáforas que creamos a posteriori: "mi número uno", me llamó toda su vida mi padre.

Durante mucho tiempo, pensé que Elena no me podría enseñar nada: vivía en la estúpida concepción de que los años dan entendimiento. Creo que ella sabía lo que yo pensaba y eso le hacía sufrir. No sé si lo seguirá pensando. Hoy quiero decirle que no es cierto (y se lo digo aquí fuera, ay: bien sabe lo que me cuesta desnudarme, a mí, que tan poco me cuesta quitarme la ropa). Que lo que ella me enseña, sobre todo, pero no sólo, desde aquel 9 de febrero tan largo hasta hoy, pasando por cada una de las sesiones de radio y quimio que ha aguantado y aguanta, es más, mucho más de lo que yo le podré enseñar nunca. Y que espero que siga siendo así hasta el fin de mis días. Los míos, que por algo soy la mayor.

Feliz cumpleaños, hermana. Te quiero.

viernes, 5 de julio de 2013

Almodóvar y el humor sin escalas

Pedro Almodóvar vuelve a sus orígenes más elementales con Los amantes pasajeros. Eso significa que su cinta más reciente no contiene un ápice de la complejidad emocional de La piel que habito (2011) o Hable con ella (2002), que está muy lejos de la truculencia de Matador (1986) o La ley del deseo (1987), y que apenas exhibe medio gramo del melodrama de Carne trémula (1997) o La flor de mi secreto (1995). A cambio ofrece –sí, mucho, a raudales– la inverosimilitud, el sexo porque sí y el humor simple de aquellas memorables primeras películas suyas, como Pepi, Luci y Bom y otras chicas del montón (1980) –donde una Alaska ¡de 15 años! le obsequia una lluvia dorada a la masoquista interpretada por Eva Siva– o Entre tinieblas (1983), con esa madre superiora lesbiana y redentora de drogadictas, prostitutas y asesinas.
            Al avión de Los amantes pasajeros hay que subir sin mayores expectativas. La risa vendrá sin querer. En esta película coral, el avión también es protagonista. El escenario, como el mismo Madrid de lo que se llamó "la Movida" en la primera mitad de los ochenta, es casi un personaje más que cobra vida junto con las interpretaciones de Javier Cámara, Lola Dueñas, Willy Toledo, Cecilia Roth y José María Yazpik. Como siempre, Almodóvar, es maestro de actores.
            Y, como siempre también, es reconocible desde los créditos y hasta el último fotograma de cada una de sus cintas. El manchego –bueno, malo o regular– más que fiel a su estilo, se regocija en él, autocitándose y regresando a los mismos temas, irreverente y sin complejos. A continuación, presentamos una guía práctica de las piezas que dan vida a su particularísima voz, a eso que puede llamarse, sin empacho, "universo Almodóvar".

1 México
Chavela Vargas dejó escrito que Pedro Almodóvar fue su "único amor en la Tierra". Al director, en efecto, se debe gran parte de su resurrección: él estuvo presente en 1992 en aquel concierto en Madrid auspiciado por el editor Manuel Arroyo, luego de quince años perdida entre cantinas morelenses. Un año después, Chavela hacía su aparición estelar en Kika (1993). El avión de Los amantes pasajeros, que va de Madrid a la Ciudad de México, lleva el nombre de Chavela Blanca.
            Las rancheras, los boleros, los tangos y la música latinoamericana en general, también son piezas fundamentales en el cine de Almodóvar desde que, en pleno estallido punk en España, se le ocurriera terminar Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón con la voz de Monna Bell.
            Otro de los amantes pasajeros es el misterioso Infante –quien en la aeronave lee 2666, del chileno Roberto Bolaño–, interpretado por José María Yazpik, quien ya declaró que haber rodado esta película fue "toda una experiencia". No es el primer chico Almodóvar mexicano: antes lo fueron Gael García Bernal y Daniel Giménez Cacho en La mala educación (2004).

2 ¿Quién soy?
La identidad (sexual sobre todo, pero no sólo) es otro gran tema en el cine de Almodóvar, y alcanza su paroxismo en La piel que habito. Nunca faltará en ninguna película suya un personaje con dobleces ni, por supuesto, homosexuales orgullosos. En Los amantes pasajeros se solazan como nunca, al ritmo de las Pointer Sisters y "I'm So Excited", que además es el título comercial de la película en inglés.

3 Mujeres
No importa que sean madres, monjas, amantes desesperadas, prostitutas, lesbianas, adictas a los ansiolíticos, criminales o tías seniles en un pueblo de La Mancha: lo más auténtico y notable de Pedro Almodóvar siempre serán sus retratos de mujer. Fruto de este talento son sus joyas Qué he hecho yo para merecer esto (1984); Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988), su primera película candidata a los premios de la Academia de Hollywood; Todo sobre mi madre (1999) y, sobre todo, Volver (2006).
            Para el director, el gran modelo fue su madre, Francisca Caballero, fallecida en 1999, a quien hacía aparecer fugazmente en sus películas. La clásica chica Almodóvar se parece mucho a esta mujer, esposa de un hombre autoritario, luchadora y chismosa que, proveniente de un mundo rural, se adapta a la urbe como mejor le dicta su intuición. Son las escenas protagonizadas por este tipo de mujeres lo que da verosimilitud al retrato de España que, pese a la caricatura y el estereotipo, acaba haciendo Almodóvar en sus películas. En este sentido, a un público ibérico no le chirría esa abuela de Qué he hecho yo para merecer esto, cuidada por un nieto dealer en el barrio obrero madrileño de Moratalaz, y no digamos la madre de Leo en La flor de mi secreto (1995). Ambas encarnadas por la misma actriz: la maravillosa Chus Lampreave.
            Las mujeres de Almodóvar se resumen en una frase del personaje de Cecilia Roth en Todo sobre mi madre: "¡Las mujeres somos gilipollas! Y un poco bolleras".

4 Explosión de color
Heredero confeso y flagrante del glam, y del John Waters de Pink Flamingos (1972), ni en sus obras más oscuras ha descuidado Pedro Almodóvar el brillo de los colores (recuérdese, por ejemplo, el labial de Elena Anaya en primer plano en La piel que habito). Su favorito es el rojo: el traje de Carmen Maura en Mujeres al borde de un ataque de nervios, los Chanel de Victoria Abril y los guantes de Marisa Paredes en Tacones lejanos (1992), y la blusa de Penélope Cruz mientras "canta" –en realidad la voz es de Estrella Morente– el tango "Volver". En su última película predomina el azul en todas sus variantes. Un azul que recuerda al que usaba la compañía Pan Am en los años cincuenta. Quizá porque en esa época, en los aviones todo era aún posible, como en Los amantes pasajeros.

Canto a sí mismo
El director español retoma una y otra vez estos elementos: 
- Los cameos de sus actores predilectos -y de su hermano, Agustín, con quien creó la casa productora El Deseo- son marca de la casa Almodóvar.  En este caso, eligió a Antonio Banderas y Penélope Cruz.
- Almodóvar adora feminizar nombres de varón para sus heroínas: Pepa en Mujeres al borde de un ataque de nervios, Manuela en Todo sobre mi madre, Raimunda en Volver y Bruna (Lola Dueñas) en esta última cinta.
- La región de la Mancha siempre tiene cabida de una u otra manera. Por ejemplo, el aeropuerto de Ciudad Real –nuevo y abandonado,  envuelto en un escándalo real de corrupción– es el escenario donde concluye Los amantes pasajeros.


(Publicado originalmente en Esquire México, núm. 58, julio de 2013.)