martes, 24 de diciembre de 2013
de los niños y la navidad
Los niños nos hacen recuperar el gusto por la navidad, aunque cada año seamos menos. Nunca, nunca les induciré a pensar que son unas fiestas tristes. Celebraremos y nos pondremos guapos y nos regalaremos el mundo.
Felices fiestas.
jueves, 5 de diciembre de 2013
Arcadi Espada, entre líneas
La primera impresión física que se tiene de
Arcadi Espada es de una altanería casi insoportable. Pelo azabache de sienes
despintadas y sin un resquicio a sus 56, suele vestir a la última con los
colores de quien se quiere a sí mismo –azul eléctrico, en México–, y enfocar al
interlocutor, insolente, achicando los ojos con la barbilla levantada. Trampas
de la genética: 30 dioptrías en el ojo derecho y 14 en el izquierdo. “Una
condición básica en mi desesperada búsqueda de la nitidez”, dice, pasándose de
torero. De la confusión de su miopía con un engreimiento sin paliativos puede
que arranquen todas las demás equivocaciones en torno a su persona.
Éstas no dejan de ser raras, porque con toda
claridad o entre líneas, todo lo que quiere decir lo escribe, con una prosa que
el gran Sánchez Ferlosio calificó una vez concisamente de “gozada”. Tampoco
sería el primer caso de la historia: del periodista austriaco Karl Krauss, Jonathan
Franzen refiere que “fue conocido en su día por sus muchos enemigos como el
Gran Odiador. Según la mayoría de los testimonios, fue un hombre tierno y
generoso en su vida privada, con muchos amigos leales. Pero una vez empezaba a
dar cuerda a su polémica retórica, la llevaba a registros extremadamente
duros”. Un cabal alter ego. Fascista para el nacionalismo, nazi para los
católicos enfurecidos por sus opiniones a favor del aborto, mentecato para
algún novelista, a Arcadi Espada le han prodigado centenares de insultos, a
veces todos de una vez, entre ellos resentido, basura, cagabandurrias y hasta
demonio. Pasiones desbordadas hacia alguien que ha confesado no guardar rencor
a nadie y que explica, muy serio, por qué su actitud es paradójicamente
humilde: “La auténtica humildad escribiendo es la del compromiso y la de la contundencia,
porque es la que te deja más vulnerable: si te muestras tajante sobre una serie
de cosas es porque realmente crees en ellas, porque estás convencido de lo que has
descubierto.” Su compromiso, se infiere, es con la verdad de los hechos. De él
derivan, en realidad, todas sus posturas en la vida.
Entre las éticas destaca su vehemente
antinacionalismo, al que en estos días de pulsiones independentistas da
verdadera rienda suelta través de su blog en el diario El Mundo. No se ha quedado nunca en palabras: en 2005, impulsó la
creación de un nuevo partido político, Ciutadans-Ciudadanos, que hoy llega a
nueve escaños en el Parlamento autonómico. Que dedique la mayor parte de su
tiempo productivo a achicar las aguas provincianas del nacionalismo catalán se
debe a un azar desgraciado: haber nacido en Barcelona. “Qué daría a veces por
ser un pensador parisién, e incluso un pensador”, se ha lamentado. Pero, él
mismo se responde en otro lugar: “El escritor tiene la obligación de tratar los
temas de su época”.
Por eso, no desdeña los asuntos universales, y
buen ejemplo son los que ha tratado en México durante sus últimos viajes. Hace
dos años, para impartir un seminario en la Universidad Iberoamericana sobre
violencia y medios de comunicación. Entonces, Espada se entrevistó con algunos
funcionarios de la Secretaría de Gobernación y al día siguiente, escribía:
“Creo que Méjico es el único país del mundo donde se han matado a 40 mil
personas sin guión previo (…) Los funcionarios reconocen, al fin, que no saben
ni quién mata ni quién muere (…) Pienso en dónde estaría la lucha contra ETA
sin el mínimo pegamento emocional que trajo el conocimiento de las víctimas. No
hay otra lucha más urgente para lo mejor de Méjico que esa exigencia por los
nombres.” Hacía apenas un par de semanas que el hijo de Javier Sicilia había
aparecido asesinado por el narco: saber los nombres se convertiría también en
una de las reivindicaciones del movimiento ciudadano que se iniciaba en esos
días.
El pasado septiembre, Espada volvió a México, para
pronunciar la conferencia de clausura del III Simposio sobre el Libro
Electrónico, organizado por Conaculta. Aprovechando la ocasión, presentó su
último libro, En nombre de Franco, en
el que por tema universal, se introduce en el más importante del siglo XX: el
Holocausto. “La idea inicial –contaba en la presentación– era la de hacer un
libro coral sobre los diplomáticos españoles que salvaron judíos en la Europa
incendiada, pero me di cuenta de que tenía que decantar el libro hacia la
historia de Ángel Sanz Briz en Hungría porque esa historia estaba llena de
mentiras.” Así, por un lado, refuta que el embajador Sanz Briz actuara por
cuenta propia en ese invierno del 44 –en realidad seguía las órdenes del
gobierno de Franco, que ya preveía que Alemania perdería la guerra–, y por el
otro desenmascara, prueba a prueba, con ayuda del investigador Sergio Campos,
al italiano Giorgio Perlasca, quien se apropió, muchos años después, del mérito
de salvar esas vidas.
Pero el libro es mucho más y está lleno de
capas sucesivas, todas profundas. Para contarlo, usa todos los recursos
literarios a su alcance. Literarios, sí: otra equivocación que suscita, quizá
con raíz en su vieja disputa con el escritor Javier Cercas, es que está en
contra de la literatura: “Yo lo que estoy es en contra de la literaturización,
que es distinto”. Y aclara, tajante: “Pero para mí la literatura es sólo una cosa:
un problema de resolver cómo voy a contar esto. Yo me aburro mucho escribiendo,
así que tengo que buscar truquillos. Pero esto no tiene que afectar a lo
fundamental: yo escribo sobre hechos, y ninguna de las retóricas que yo utilice
pueden confundir al lector nunca; si lo hacen, es porque yo me equivoco”.
De
primera mano
Cuatro títulos imprescindibles para conocer el
pensamiento, los afanes y el estilo de Arcadi Espada.
Contra
Catalunya. Una crónica (Flor del Viento Ediciones,
1997)
Su primer libro en solitario, Premio Ciudad de
Barcelona, es un retrato en primera persona de la Cataluña que reinventaron los
gobiernos nacionalistas desde la transición española. Fundamental para entrar a
la prosa de látigo de Espada y entender sus posturas políticas disidentes.
Raval. Del amor a los niños (Anagrama, 2000)
Reportaje de largo aliento que desmonta una
mentira, policial, judicial y periodística: la desarticulación de una supuesta red
de pederastas en el barrio barcelonés del Raval en el verano de 1997. Una
mentira, documenta Espada, que llevó a la cárcel a inocentes y separó
injustamente a hijos de sus padres durante más de un año.
Diarios (Espasa, 2002)
Crítica de los vicios más comunes de la
profesión periodística, evidentes o no. Destripador mayéutico de trampas y
retóricas, resulta un utilísimo manual, junto con Diarios 2004 (2005) y Periodismo
Práctico (2008), que lo complementan.
El
terrorismo y sus etiquetas (Espasa, 2007)
Breve libro que analiza las relaciones
contaminantes entre el lenguaje del terrorismo y el periodismo. Espada lo usó
como guía adicional para el seminario “La violencia en los medios”, que
impartió en la Universidad Iberoamericana de México en 2011.
(Publicado originalmente en Esquire México, núm. 63, diciembre de 2013.)
'El principito': un clásico que nació por encargo
El
principito fue el libro más raro de todos los que
publicó en vida Antoine de Saint-Exupéry (Lyon, 1900 - Mediterráneo francés,
1944). Para empezar, a diferencia de sus textos anteriores, en su tiempo no fue
best-seller ni la crítica lo acogió
con entusiasmo. Enorme paradoja: convertido en uno de los títulos más vendidos
y traducidos de la historia de la literatura, empañaría, a la postre, la
memoria del resto de su obra.
El
aviador que había transportado el correo desde Francia al África del Norte
sobrevolando el Sáhara insurgente; el pionero que había ayudado a abrir la
línea entre Argentina y Chile a través de los Andes, en una época en que los
aparatos sólo ascendían hasta los 3,000 metros; el piloto de guerra que, desde
el aire, vio cómo los alemanes entraban en Francia en 1940 como el torrente de
un río desbordado; el hombre de acción, pues, que había contado sus peripecias
en El aviador, Correo Sur, Vuelo de noche,
Tierra de los hombres y Piloto de guerra, de pronto escribía un
cuento para niños, melancólico y tierno, lleno de simbolismo.
Ese
simbolismo, que lo convierte en una obra universal, no impide que El principito, al igual que toda la
producción de Saint-Exupéry, también sea retrato fiel de su autor, quien tantas
veces había dicho no poder escribir sobre nada que no hubiera visto. Así, cada
metáfora de El principito encierra
alguna idea ya presente en sus anteriores libros o algún dato rastreable de su
vida, empezando por el propio pequeño príncipe. De familia aristócrata –su
apellido, con título de conde, se remonta al siglo XIII–, a Saint-Exupéry lo
llamaban "el Rey Sol" de pequeño, por el color de su cabello, y en
alguna carta confesó que pensaba en sí mismo como un niño de rizos rubios mientras
el espejo le devolvía la imagen de un oso gigante y calvo.
Al
ver a Saint-Exupéry dibujando a este petit
bon-homme, como él lo llamaba, en una servilleta, su editor americano,
Curtice Hitchcock, le preguntó qué le parecería escribir la historia de ese
hombrecito para un cuento infantil que se publicaría en la Navidad de 1942. Sí,
otra circunstancia fundamental que hoy se olvida: El principito fue un libro de encargo.
Saint-Exupéry
lo terminó durante el exilio forzoso que pasó en Nueva York, angustiado por la
situación de la Francia ocupada –algo que reflejaría en Carta a un rehén–, con
problemas de salud derivados de sus accidentes –uno de ellos, en el desierto de
Libia, en 1935, igual que el del piloto que encuentra al Principito–,
profundamente apesadumbrado. Son de los pocos meses donde convive intensamente
con su mujer, la asombrosa y voluble Consuelo, con la que se había casado en
1931 y en la que no es difícil distinguir a la rosa del asteroide B 612.
Saint-Exupéry
nunca vio el éxito que obtuvo su pequeño príncipe. En 1943, consiguió
milagrosamente que lo dejaran participar en la Segunda Guerra Mundial haciendo
lo que más le gustaba -volar- y fue asignado bajo el mando aliado a la división
II/33, en Argelia. El 31 de julio de 1944, despegó a bordo de su Lightning
P-38, en el que su cuerpo maltrecho apenas cabía, y desapareció. Hoy se conocen
las circunstancias de su muerte: su avión fue derribado por el piloto alemán
Horst Rippert y cayó frente a las costas de Marsella, de donde se recuperaron
los restos metálicos en 2004, pero durante medio siglo largo, fue un misterio
que adornaba perfectamente el final del Principito, desvanecido sobre la arena.
(Publicado originalmente en Esquire México,
especial The Big Watch Book, núm. 2,
2013.)
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Esquire
domingo, 17 de noviembre de 2013
lo mas difícil es despegar
Más indeciso que nunca, visitó a su amigo Gaston Gallimard, que se había refugiado con su familia cerca de Carcassonne. Le entregó una copia de su último manuscrito. Éste comportaba ya varios cientos de páginas, pero el editor sabía que se trataba de un mineral en bruto de donde saldría, al fin de interminables pulidos, una prosa brillante y pura como el diamante. Saint-Exupéry había ideado un método de composición muy original. En lugar de retomar el mismo pasaje tal como lo había escrito inicialmente, prefería redactar una serie de textos paralelos, en los que intentaba expresar la misma idea, o contar el mismo episodio, de tantas maneras diferentes como fuera posible.
[...]
Antes de dejarlo, Robert Van Gelder pudo ver algunas páginas manuscritas cubiertas de finas líneas de escritura, la mayor parte de las cuales estaba cuidadosamente tachada, al punto que sobrevivía una palabra de cada cien, una frase de cada página. ¿Un primer esbozo? No, de ninguna manera; era el tercero ya, o quizás el cuarto. Representaba mucho trabajo. El entrevistador debía creerlo. "Trabajo largas horas con mucha concentración", explicó Saint-Ex. Y eso, siempre que hubiera tomado impulso. Pues, agregó con una sonrisa desarmante, "lo más difícil es despegar".
Curtis Cate, Saint-Exupéry (Emecé, 2000)
viernes, 1 de noviembre de 2013
consejo
Cuando tengan que acudir a la cama de un moribundo, no huyan. Sosténganle firme la mano, acaricien sus mejillas, cántenle boleros al oído. Díganle cuánto lo quieren, cuánto lo han querido, cuánto lo querrán. Enumérenle todo lo que de él han aprendido y prométanle que a alguien se lo enseñarán. Díganle nos vemos aquí, aquí dentro, por siempre, hasta que nos toque.
No se puede celebrar la vida si no se despide uno bien de los muertos.
No se puede celebrar la vida si no se despide uno bien de los muertos.
lunes, 21 de octubre de 2013
Los últimos años de Chávez en Venezuela
Autocracia electoral. Es la definición
que hace suya Rory Carroll (Dublín, 1972) para el gobierno de Hugo Chávez,
presidente de Venezuela desde 1998 hasta su muerte, acaecida un día antes del
punto final del libro Comandante. La
Venezuela de Hugo Chávez, el primero de su carrera.
Talentoso
desde muy joven, bregado reportero en conflictos como los Balcanes, Afganistán
o Irak –donde fue secuestrado un día y medio–, llegó a Venezuela en 2006,
procedente de África, y se encontró con algo que no había visto jamás: un líder
elegido en las urnas que en pleno siglo XXI se hacía presente en la vida
cotidiana de un modo casi orwelliano, a través de carteles, pantallas y
programas sociales, y un país a la vez rico y lleno de pobres. En ello, Carroll
consideró fundamental la lógica del petróleo, "el excremento del
diablo", en las célebres palabras del político venezolano Juan Pablo Pérez
Alfonzo que también hace suyas. "En un país petrolero –dice este irlandés
cuyo semblante pelirrojo, pecoso y jovial responde perfectamente al tópico–,
todas las reglas económicas son diferentes".
Si
bien la primera mitad del libro es deudora de otros trabajos anteriores sobre
la vida y la compleja personalidad de Chávez –no en vano coincide con los años
en el poder que el autor no presenció–, la segunda se erige como un enorme
trabajo periodístico: el relato puntual e incontestable del desmantelamiento
económico de un país con demasiadas oportunidades perdidas. Rory Carroll
conversó con Esquire semanas antes de
su participación en el Hay Festival de Xalapa, donde presentó su libro este
mismo mes de octubre de la mano de su editorial en español, Sexto Piso.
¿Qué
empuja a un corresponsal, después de haber tenido la experiencia periodística
en el país, a escribir un libro?
En este caso, Chávez como figura. Había
entrevistado a Silvio Berlusconi y a militares en otros países, pero él era
único. Me sorprendía que su imagen en el extranjero fuera una caricatura.
Escribir un libro era tener una plataforma más amplia para investigar y mostrar
las contradicciones.
Después
de la biografía de Alberto Barrera y Cristina Marcano, Hugo Chávez sin
uniforme, que conoces bien y citas en tu libro, ¿qué pensabas aportar al
retrato de Chávez?
El libro de Alberto y Cristina fue muy
importante, pero yo quería hacer una versión contemporánea, porque éste es de
2004. Además, estaba influido por mi experiencia en África y sus big men, por ejemplo Haile Selassie y el
libro de Ryszard Kapuscinski, El
emperador. Se me ocurrió que Chávez merecía un libro así, para capturar ese
"realismo mágico" y explicárselo a los extranjeros.
Una
de las cosas que llaman la atención del libro, precisamente, es su estructura,
similar a El emperador. Tanto, que en
ambos tomos, la primera parte tiene el mismo título, "El trono". ¿Qué
le debes a Kapuscinski?
Básicamente le tengo envidia porque él
tenía "el lujo" de inventar cosas para enriquecer su literatura. El emperador es una obra magnífica,
aunque no cien por ciento confiable. Yo quería aspirar a ese estilo pero sin
sacrificar los hechos.
Además
de África, estuviste en Irak, donde fuiste secuestrado en 2005. ¿Me podrías
hablar de esa experiencia?
Fue muy interesante cubrir una guerra
sobre la que el mundo tenía puestos los ojos. Era lo opuesto de África, donde
pasaba, por ejemplo, semanas en el Congo, volvía con mis cuadernitos llenos de
notas y descubría el poco interés sobre lo que estaba pasando. El problema de
Irak era que la inseguridad limitaba hacer reportajes, y eso era muy fastidioso.
Un día cometí un error y fui secuestrado. Fue en Ciudad Sadr, una parte de
Bagdad controlada por Muqtada al-Sadr, chií, considerada segura para los
periodistas. Las circunstancias cambiaron cuando los británicos detuvieron a
unos militares de Sadr en Bassora. No calculé bien el riesgo, pasé demasiado
tiempo en un lugar haciendo una entrevista en la calle y me agarraron. No sabía
entonces que iba a ser tan breve, pero sí pensé que quizá iba a sobrevivir
porque la mayoría de los periodistas extranjeros que estaban secuestrados lo
lograron. Tuve mucha suerte.
A
medida que avanza el libro, no sólo se observa la decadencia de Caracas, de
Venezuela y de la economía, sino también cierto decaimiento en tu propio ánimo,
entusiasta al principio. ¿Pasó así?
En esencia, sí. Poco a poco me fui
haciendo cada vez más crítico de lo que veía. Chávez tenía talento político y
mucha plata, pero al final fue un fiasco. Me molestaba mucho la propaganda del
gobierno que contaba al mundo que estaba haciendo una obra magnífica en Venezuela
y, al mismo tiempo, la imagen que vendían Fox News y medios así para los que
Chávez era poco menos que Stalin o Pol Pot. Además, estaba harto del nivel de
polarización que alcanzó la vida pública.
¿Qué
opinión te merece la oposición ahora?
Mejoraron muchísimo después de errores
graves, incluso fatales, que cometieron con su radicalismo, gracias sobre todo
a la victoria interna de los moderados, como Henrique Capriles. El problema fue
que cuando aprendieron, el espacio mediático ya se había reducido y era
sumamente difícil difundir su mensaje. Ahora, bajo Maduro, hay menos espacio
que nunca.
¿Cómo
te explicas que a pesar de la inflación, del desabastecimiento, del hundimiento
de la industria, que muestras en tu libro, Chávez ganara casi todas las batallas
electorales?
Creo que hay dos razones fundamentales.
La primera es que Chávez logró convencer a millones de venezolanos de que él
estaba de su lado, y los politólogos muestran que esto tiene un impacto muy
profundo: la gente puede llegar a decir que los problemas no son culpa del
líder, sino de la gente que lo rodea, o que las cosas podrían empeorar sin él.
La segunda razón es que el gobierno, como Estado petrolero, controlaba la
economía a través de su sistema de subsidios. Antes de cada elección, podía
aumentar salarios, ofrecer empleos, e incluso regalar hornos o poner tu nombre
en una lista para una casa.
Hay
distintos momentos estelares en tu libro, como la descripción de la sala
situacional del gobierno escondida en el búnker bajo Miraflores. ¿Cómo llega un
periodista a esas fuentes de calidad?
Un poco de todo. Lo difícil fue
identificarlas, pero una vez con los nombres, fue fácil. Tengo que confesar,
sin embargo, que habría querido más fuentes y más cercanas a Chávez porque
muchísimas cosas no han salido todavía a la luz. Dado el carácter extravertido
de los venezolanos, es impresionante el nivel de disciplina dentro de
Miraflores.
Ya
estabas en Los Ángeles cuando murió Chávez, ¿cómo viviste ese proceso desde
fuera?
Fue muy frustrante, pero creo que habría
sido igual desde dentro: quizá sólo veinte personas, diez de ellos cubanos,
sabían lo que estaba pasando, y los demás estábamos adivinando, especulando o
interpretando tuits.
¿Qué
esperanza ves con Nicolás Maduro?
Ha mostrado una disposición más
pragmática que Chávez con respecto a la economía, pero los problemas son tan
graves y tan complicados, que le va a resultar muy difícil mejorarlos. Lo que
me parece evidente es que el nivel de autoritarismo está empeorando y la razón
no es difícil de adivinar: él no tiene la misma legitimidad que Chávez, se
siente más débil y es su manera de reaccionar.
(Publicado originalmente en Esquire México, núm. 61, octubre de 2013.)
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miércoles, 9 de octubre de 2013
pasaportes
En Viajeros por la América Latina colonial, de Irving A. Leonard (FCE, 1992):
Para obtener pasaje en las flotas, cada viajero, incluso los miembros del clero, debían procurarse una licencia correspondiente a un pasaporte y presentar sus credenciales en la Casa de Contratación, concernientes a su estado legar y civil. La licencia concedida era válida sólo por dos años, durante los cuales se esperaba que su poseedor viajara en la primera flota que pudiese alcanzar. Quienes carecían de este permiso tenían que entregar todas sus posesiones a la Corona: una quinta parte era para la persona y personas que hubiesen informado de la violación. Únicamente los oficiales, marinos y otros miembros de la tripulación quedaban exentos de la obligación de poseer una licencia; empero, si se prestaban a la evasión de la ley ayudando a viajeros no autorizados, también ellos incurrían en delitos plenos. Los pasajeros debían residir en la región de las colonias indicada en la solicitud; los que iban rumbo a Filipinas pasando por la Nueva España no podían permanecer aquí y, hasta donde fuera posible, debían negarse pasaportes a los súbditos españoles que, viviendo en aquel lejano archipiélago, quisiesen abandonar las islas. Este decreto era, evidentemente, un esfuerzo por estabilizar a la población europea en aquel remoto ámbito protegiendo así la precaria posesión de España.
Ahora ve y cruza el océano.
miércoles, 28 de agosto de 2013
solo un cuento
Yo solo he escrito un cuento en la vida. Se lo enseñé a dos maestros y lo elogiaron, se lo enseñé a un amante y me lo comentó con guasa en la cama de un ¿hotel? y jamás volví a escribir un cuento.
sábado, 6 de julio de 2013
a mi hermana
Elena, mi hermana, cumple hoy 30 años. Mucho o poco según se mire. Siempre fue poco para mí, que le llevo cinco. Visto en cambio desde el vértigo de las dos cirugías a cráneo abierto que lleva, es mucho. Un feliz mucho.
A Elena le diagnosticaron un tumor cerebral hace año y medio. Para su cáncer –sí, así se llama, y no, los apellidos no mejoran la eufonía: glioblastoma multiforme–, salió hace pocas semanas una buena noticia, y desde luego es reconfortante saber que uno de los oncólogos que la trata está en ese equipo de investigadores. Más allá de eso, confinado por ahora al privilegio de las placas de petri, sigue limpia. Y cada cuarenta y cinco días, que le han ido dando noticia, he compartido su alegría nerviosa, alejado una vez más (¿cuántas veces más?, ¿para siempre?) el espantajo de la recaída.
A nuestra edad, cinco años no son nada, pero a los cinco años parece toda una vida. Así que se puede decir que crecí siendo hija única. No tuve síndrome del príncipe destronado porque a efectos prácticos fui la princesa toda mi vida. Obsérvese la foto: a pesar de ser la mayor, dos manos me sostienen. Puede ser casualidad. Puede que me estuviera cayendo mientras hacía el payaso al soplar las velas, pero no deja de ser llamativo; una de esas metáforas que creamos a posteriori: "mi número uno", me llamó toda su vida mi padre.
Durante mucho tiempo, pensé que Elena no me podría enseñar nada: vivía en la estúpida concepción de que los años dan entendimiento. Creo que ella sabía lo que yo pensaba y eso le hacía sufrir. No sé si lo seguirá pensando. Hoy quiero decirle que no es cierto (y se lo digo aquí fuera, ay: bien sabe lo que me cuesta desnudarme, a mí, que tan poco me cuesta quitarme la ropa). Que lo que ella me enseña, sobre todo, pero no sólo, desde aquel 9 de febrero tan largo hasta hoy, pasando por cada una de las sesiones de radio y quimio que ha aguantado y aguanta, es más, mucho más de lo que yo le podré enseñar nunca. Y que espero que siga siendo así hasta el fin de mis días. Los míos, que por algo soy la mayor.
Feliz cumpleaños, hermana. Te quiero.
viernes, 5 de julio de 2013
Almodóvar y el humor sin escalas
Pedro Almodóvar vuelve a sus orígenes más
elementales con Los amantes pasajeros.
Eso significa que su cinta más reciente no contiene un ápice de la complejidad
emocional de La piel que habito
(2011) o Hable con ella (2002), que
está muy lejos de la truculencia de Matador
(1986) o La ley del deseo (1987), y
que apenas exhibe medio gramo del melodrama de Carne trémula (1997) o La
flor de mi secreto (1995). A cambio ofrece –sí, mucho, a raudales– la
inverosimilitud, el sexo porque sí y el humor simple de aquellas memorables
primeras películas suyas, como Pepi, Luci
y Bom y otras chicas del montón (1980) –donde una Alaska ¡de 15 años! le
obsequia una lluvia dorada a la masoquista interpretada por Eva Siva– o Entre tinieblas (1983), con esa madre
superiora lesbiana y redentora de drogadictas, prostitutas y asesinas.
Al
avión de Los amantes pasajeros hay
que subir sin mayores expectativas. La risa vendrá sin querer. En esta película
coral, el avión también es protagonista. El escenario, como el mismo Madrid de
lo que se llamó "la Movida" en la primera mitad de los ochenta, es
casi un personaje más que cobra vida junto con las interpretaciones de Javier
Cámara, Lola Dueñas, Willy Toledo, Cecilia Roth y José María Yazpik. Como
siempre, Almodóvar, es maestro de actores.
Y,
como siempre también, es reconocible desde los créditos y hasta el último
fotograma de cada una de sus cintas. El manchego –bueno, malo o regular– más
que fiel a su estilo, se regocija en él, autocitándose y regresando a los
mismos temas, irreverente y sin complejos. A continuación, presentamos una guía
práctica de las piezas que dan vida a su particularísima voz, a eso que puede
llamarse, sin empacho, "universo Almodóvar".
1 México
Chavela Vargas dejó escrito que Pedro
Almodóvar fue su "único amor en la Tierra". Al director, en efecto,
se debe gran parte de su resurrección: él estuvo presente en 1992 en aquel
concierto en Madrid auspiciado por el editor Manuel Arroyo, luego de quince
años perdida entre cantinas morelenses. Un año después, Chavela hacía su
aparición estelar en Kika (1993). El
avión de Los amantes pasajeros, que
va de Madrid a la Ciudad de México, lleva el nombre de Chavela Blanca.
Las
rancheras, los boleros, los tangos y la música latinoamericana en general,
también son piezas fundamentales en el cine de Almodóvar desde que, en pleno
estallido punk en España, se le ocurriera terminar Pepi, Luci, Bom y otras
chicas del montón con la voz de Monna Bell.
Otro
de los amantes pasajeros es el misterioso Infante –quien en la aeronave lee 2666, del chileno Roberto Bolaño–,
interpretado por José María Yazpik, quien ya declaró que haber rodado esta
película fue "toda una experiencia". No es el primer chico Almodóvar
mexicano: antes lo fueron Gael García Bernal y Daniel Giménez Cacho en La mala educación (2004).
2 ¿Quién soy?
La identidad (sexual sobre todo, pero no
sólo) es otro gran tema en el cine de Almodóvar, y alcanza su paroxismo en La piel que habito. Nunca faltará en
ninguna película suya un personaje con dobleces ni, por supuesto, homosexuales
orgullosos. En Los amantes pasajeros se solazan como nunca, al ritmo de las
Pointer Sisters y "I'm So Excited", que además es el título comercial
de la película en inglés.
3 Mujeres
No importa que sean madres, monjas,
amantes desesperadas, prostitutas, lesbianas, adictas a los ansiolíticos,
criminales o tías seniles en un pueblo de La Mancha: lo más auténtico y notable
de Pedro Almodóvar siempre serán sus retratos de mujer. Fruto de este talento
son sus joyas Qué he hecho yo para
merecer esto (1984); Mujeres al borde
de un ataque de nervios (1988), su primera película candidata a los premios
de la Academia de Hollywood; Todo sobre
mi madre (1999) y, sobre todo, Volver
(2006).
Para
el director, el gran modelo fue su madre, Francisca Caballero, fallecida en
1999, a quien hacía aparecer fugazmente en sus películas. La clásica chica
Almodóvar se parece mucho a esta mujer, esposa de un hombre autoritario,
luchadora y chismosa que, proveniente de un mundo rural, se adapta a la urbe
como mejor le dicta su intuición. Son las escenas protagonizadas por este tipo
de mujeres lo que da verosimilitud al retrato de España que, pese a la caricatura
y el estereotipo, acaba haciendo Almodóvar en sus películas. En este sentido, a
un público ibérico no le chirría esa abuela de Qué he hecho yo para merecer
esto, cuidada por un nieto dealer en el barrio obrero madrileño de Moratalaz, y
no digamos la madre de Leo en La flor de
mi secreto (1995). Ambas encarnadas por la misma actriz: la maravillosa
Chus Lampreave.
Las
mujeres de Almodóvar se resumen en una frase del personaje de Cecilia Roth en Todo
sobre mi madre: "¡Las mujeres somos gilipollas! Y un poco bolleras".
4 Explosión de color
Heredero confeso y flagrante del glam, y del John Waters de Pink Flamingos (1972), ni en sus obras
más oscuras ha descuidado Pedro Almodóvar el brillo de los colores (recuérdese,
por ejemplo, el labial de Elena Anaya en primer plano en La piel que habito).
Su favorito es el rojo: el traje de Carmen Maura en Mujeres al borde de un
ataque de nervios, los Chanel de Victoria Abril y los guantes de Marisa Paredes
en Tacones lejanos (1992), y la blusa
de Penélope Cruz mientras "canta" –en realidad la voz es de Estrella
Morente– el tango "Volver". En su última película predomina el azul
en todas sus variantes. Un azul que recuerda al que usaba la compañía Pan Am en
los años cincuenta. Quizá porque en esa época, en los aviones todo era aún
posible, como en Los amantes pasajeros.
Canto a sí mismo
El director español retoma una y otra vez
estos elementos:
- Los cameos de sus actores predilectos
-y de su hermano, Agustín, con quien creó la casa productora El Deseo- son
marca de la casa Almodóvar. En este caso, eligió a Antonio Banderas y
Penélope Cruz.
- Almodóvar adora feminizar nombres de
varón para sus heroínas: Pepa en Mujeres
al borde de un ataque de nervios, Manuela en Todo sobre mi madre, Raimunda en Volver y Bruna (Lola Dueñas) en esta última cinta.
- La región de la Mancha siempre tiene
cabida de una u otra manera. Por ejemplo, el aeropuerto de Ciudad Real –nuevo y
abandonado, envuelto en un escándalo real de corrupción– es el escenario
donde concluye Los amantes pasajeros.
(Publicado originalmente en Esquire México, núm. 58, julio de 2013.)
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