miércoles, 2 de abril de 2008

¿Pacífico?

Fernando de Magallanes se equivocó al bautizar el océano infinito entre Asia y América. O estaba de coña. No llegó a tierrra para contarlo con detalle así que nunca lo sabremos. Núñez de Balboa, desde las costas de Panamá, fue más comedido aunque más o menos impreciso: Mar del Sur. Chimpún.

El caso es que en la costa pacífica no se puede nadar en mar abierto. Y si toca marejada, en las bahías tampoco (a excepción de ese estercolero llamado Acapulco). A lo más que llega una es a la puntita, o sea, a la orilla, pero las olas embisten con tal fuerza que es como si se metiera entera (una).

Ahora bien, la hermosura de ese mar salvaje, los tacos de langosta, la amabilidad de la gente de Zihuatanejo, libros con un jugo de coco al sol perenne de veinticinco grados, merecen con creces un buen revolcón (de las orillas del Pacífico).

martes, 1 de abril de 2008

Excéntricos. Peripecias de seis editoriales independientes en el interior del país

"La edición de libros es por naturaleza una industria artesanal, descentralizada, improvisada y personal; la realizan mejor grupos pequeños de gente con ideas afines, consagrada a su arte, celosa de su autonomía, sensible a las necesidades de los escritores y a los intereses diversos de los lectores. Si su objetivo primordial fuera el dinero, estas personas habrían elegido otras profesiones."
Jason Epstein, La industria del libro (Anagrama, 2002)


Almadía en Oaxaca, Arlequín en Guadalajara y Monte Carmelo en Tabasco han demostrado que se puede llevar a cabo un proyecto cultural de primera línea sin la necesidad perentoria de estar en la capital. Más aún, que los territorios que no son la capital necesitan perentoriamente proyectos culturales de primera línea. A esa aventura se han sumado empresas como Harakiri Plaquettes desde Monterrey, Bonobos desde Toluca o De la Esquina desde Tijuana. Cada una de ellas, con sus distintos objetivos y maneras, son ejemplo de este auge, y sus trabajos conllevan decepciones y alegrías. ¿Cuáles son los motivos que alientan a estos aparentes kamikazes del mundo editorial? Dispares, aunque el riesgo, las afinidades generacionales y la autonomía de la capital son denominadores comunes, aparte de otro rasgo central, la autoedición: los creadores de este tipo de editoriales no se conciben como simples “mediadores” entre el lector y al autor, sino que ellos mismos son también autores.

No existe la provincia en la era de Internet
Así León Plascencia Ñol, fundador de Filodecaballos en Guadalajara hace más de siete años, que es poeta, antólogo y narrador. Sobre su editorial, cuenta: “Desde un principio quise hacer libros que me gustaran visualmente. Me gustan las rarezas, los escritores que se arriesgan, aunque puedan resultar fallidos. Los libros de Filodecaballos van dirigidos a esos pocos lectores de poesía que andan por ahí. Siempre he pensado que un editor en realidad es un lector generoso que no teme compartir sus lecturas”. Filodecaballos nació con el propósito de “llevar libros bellos con propuestas poéticas, todas distintas entre sí, que pudieran establecer un diálogo cómplice con los lectores, y que de alguna manera generaran una línea editorial evidente”. Como todas, ha sufrido dificultades y altibajos, y ahora su fundador no tiene prisas por convertir la firma en un negocio redituable: “el proyecto a largo plazo es continuar con la editorial pero sin prisas, editando los libros que me gustan, asombran o revelan algo; ya no me interesan las colecciones, sino que cada libro tenga su propia vida, que sea distinto a los otros. Con materiales diversos, casi llegando a la idea del libro-objeto”. La relación con la capital es una pregunta ineludible. Al respecto, opina: “Me interesa tener relación con lectores. No importa dónde vivan. Creo que pensar en ‘la relación con la capital’ es ya de por sí una concepción provinciana de ambas partes. Me interesan los lectores: su complicidad”.
Lejos de crecer sola en Guadalajara, Filodecaballos tiene un espejo en el que mirarse en la ya veterana editorial Arlequín, de Felipe Ponce, quien, a propósito de la excentricidad, argumenta que hablar de “provincia” ni siquiera tiene sentido en la era de Internet. Sobre la capital, dice: “Pese a querer estar presentes, sentimos a veces cierto rechazo. Es entrañable, pero no nos gustan los modos de los capitalinos: piensan que su ciudad es lo que pasa en todo el país. Por el centralismo apabullante, no podemos distribuir bien, salvo en Casa Juan Pablos y en el Fondo de Cultura Económica. Sí tenemos presencia en el resto de la república a través de las Librerías Gonvill”.

Objetivo, las librerías
Arlequín nació como una cooperativa hace trece años. Tres amigos, Alejandro Zapa, Gustavo Hernández Pato y Felipe Ponce, convencieron a otros siete autores para publicarse a sí mismos. “Nació con una vocación muy clara: dar a conocer novísimas voces a un público que no identificábamos bien pero que ahí estaba, y también poetas mayores”. Cuando se cumplió este objetivo, se deshizo la cooperativa y comenzaron a publicar más y ampliar los géneros hacia la narrativa. En 2001 nació la editorial como empresa. El paso de la autoedición a un proyecto más serio lo explica Ponce porque “desde el principio no éramos sólo unos cuates desesperados por publicarse, sino que nacimos con la intención de crear un grupo amplio, diverso”. Arlequín inició con el énfasis puesto en publicar autores jaliscienses, polo importante en la literatura mexicana, lo cual le hizo ganarse el membrete de “editorial tapatía”. Hoy, es también una firma que busca el diálogo con otras culturas. Por ejemplo, tienen a tres escritores traducidos del catalán, dos eslovenos y un coreano.
Ponce, con más de una década de experiencia, recomienda a los neófitos claridad de metas y no perder la paciencia, además de luchar por la presencia en la librería: “Acceder al mercado es fundamental. De pronto hay editores que hacen tirajes cortísimos y ediciones de unos cuantos ejemplares exquisitos. Y el libro, por su vocación original, debe ser masivo. Por eso nació la imprenta, para que los copistas dejaran de tener la exclusiva del conocimiento”. Como posible aliviane para este tipo de empresas, Ponce reclama una ley del libro que incluya el precio fijo.

El tesón como herramienta básica
Otro veterano acreditado para dar consejos a los noveles es Francisco Chico Magaña, editor de Monte Carmelo desde Comalcalco, Tabasco: “Si el proyecto es parte de la vida de uno, no se requieren consejos. La terquedad es una característica del editor”. Magaña edita libros desde hace diez años, cuando comenzó lanzando unos cuadernillos de medio centenar de ejemplares, engrapados y escritos por autores locales. Ahora, Ediciones Monte Carmelo tira quinientos ejemplares por título, de elegante diseño y delicada factura. Su catálogo incluye autores nacionales e internacionales y alcanza ya los cuarenta títulos. Para financiarse, al principio Magaña rifaba esculturas, y luego vendía la edición de mano en mano. ¿Cómo ha logrado sobrevivir tanto tiempo con tal éxito? Francisco relata: ”Sobrevivo en gran medida del trabajo alterno que realizo como editor. La idea es vivir del propio trabajo de la editorial, pero los grandes consorcios, principalmente las firmas españolas, vendiendo toda clase de libros y con campañas promocionales impresionantes –a tal grado que cada semana publican a un autor que ha revolucionado la literatura–, propician una carrera desleal. Si a eso le agregamos el beneplácito con que son acogidos sus títulos en instancias que pudieran apoyar al editor independiente mexicano, ya te imaginarás”. Además de su propio tiempo, Magaña cuenta a veces con la cooperación de los autores y la coedición de instituciones como la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco (UJAT) o el Instituto Tecnológico de Comalcalco. Él es otro ejemplo venturoso del paso de la autoedición a una empresa en toda regla. ¿En qué punto uno se da cuenta de que hay que atreverse a darlo y hasta qué punto cambian los ideales del principio?: “Fue un paso necesario para acceder a otro público. Y no se pensó en el comienzo. En el comienzo nos propusimos hacer un libro –literalmente: un ejemplar, que me consta conserva don Álvaro Mutis en su biblioteca–, lo hicimos y nos quedamos sin darlo a conocer. Luego creímos que cinco títulos serían suficientes… Los objetivos continúan siendo los mismos: conjuntar un buen trabajo literario con un buen trabajo editorial; lo que ha cambiado es el modo de desplazar los ejemplares. Cien ejemplares, que fue el caso de los primeros títulos, se venden a la mano, en la calle. Con quinientos, ya se tiene que buscar otros mecanismos”. Y suma y sigue, pues Magaña persiste en su proyecto: “Hay autores con los que me gustaría contar: Gerardo Deniz o José de la Colina, por ejemplo, pero a ver qué dice la realidad. Ahora tengo comprometidos Humo de incendios lejanos, de Eduardo Chirinos y Fuera de lugar, de Fernando Nieto Cadena”. En cuanto a su relación con la capital, Francisco no puede quejarse: “Allí viven muy buenos amigos, promotores del alguna manera del catálogo, y creo que poco a poco el sello se está dando a conocer. Actualmente a través de la empresa Letras, de Ixchel Delgado, los libros están en Educal, por ejemplo, y gracias al joven poeta Francisco Goñi, en los Péndulos”. Los referentes de Magaña mezclan los sellos de prestigio con casas jóvenes independientes: ERA, Mantis, El Tucán de Virginia, Ediciones Sin Nombre, Sexto Piso –“que está realizando un excelente trabajo, con una alineación de primera”–, Mario Muchnik, Pre-Textos, Hiperión, y “¿a quién no le gustaría armar un catálogo como el de Galaxia Gutenberg/Círculo de lectores?”.

Del performance al proyecto editorial
Justo desde el rincón opuesto del país, en Tijuana, Amaranta Caballero intenta sacar adelante su editorial casi recién nacida, llamada oportunamente De la Esquina. Se trata de una continuación de la firma La Línea, que Amaranta fundó y regentó durante cinco años, que intenta promover el trabajo escrito y visual de jóvenes creadores a través de lo que llama “libros de autor”, con formato de bolsillo, y que trabaja al alimón con la editorial también joven Anortecer. De la Esquina, explica Amaranta, no es sólo un nombre que alude al lugar geográfico, sino que “remite a una circunstancia casi marginal: una editorial casi emergente que trabaja con recursos propios, cuando los hay”. Minimizada al máximo, De la Esquina no tiene un consejo editorial, y Amaranta aclara que no hay un “catálogo ideal” puesto que De la Esquina no es una editorial tradicional. “Lo cual tampoco es indicador de que no sea profesional. Se busca como toda editorial independiente dar continuidad a proyectos interesantes ya sea a mediano o largo plazo”. Recursos limitados la obligan a limitadas estrategias de distribución: paquetería directa o, simplemente, el mano a mano. “Aun así, los tres libros editados han tenido una buena recepción y han sido mencionados en diferentes foros, reseñas e incluso antologías”. Con todo, no se libra de la mayor dificultad de las pequeñas editoriales: encontrar financiación, “puesto que de ello depende una buena calidad en edición, diseño, impresión y distribución del producto final”.

El problema económico lo ha resuelto Harakiri Plaquettes, de Monterrey, con una estrategia basada en la completa autogestión: con un ingenioso sistema de tandas y venta de ejemplares en las presentaciones, han logrado hacerse rentables, aunque su intención no sea convertirse en empresa. La editorial Harakiri Plaquettes nació en 2002 para publicar a los jóvenes escritores de Nuevo León. Una de sus creadoras, Gabriela Torres Olivares, explica los motivos de la autoedición: “Muchas de las grandes editoriales no aceptan publicarte si no lo has hecho previamente y cómo vas a publicar si nadie te publica”. El proyecto surgió del colectivo Himen, dedicado a la literatura y la fotografía eróticas. De manufactura artesanal y formato de bolsillo –con las fallas propias de la confección no profesional–, comenzó con la publicación de diez escritores jóvenes. La selección fue de Óscar David López y la propia Gabriela Torres, encargados también del diseño. Ellos dos forman actualmente el equipo de Harakiri junto con Minerva Reynosa. Además de publicar, la editorial organiza lecturas, antologías, encuentros, revistas, performances y happenings. Gabriela Torres explica sus objetivos: “Hasta ahora somos un grupo de amigos-escritores con intereses comunes sobre la literatura emergente; sobrevivimos gracias a la autogestión, a la difusión y a que somos una ‘incubadora de libros’. La única finalidad de las ventas es dar a conocer el trabajo de los autores que consideramos tendrán un papel importante en el quehacer literario. También lo vemos como un memorando literario: es más fácil moverte con una plaquette como muestra de tu obra que con un montón de hojas engargoladas bajo el brazo. Para la selección confiamos en la eclecticidad/elasticidad del consejo editorial; somos poetas y narradores empíricos y académicos. Rechazamos los trabajos a los que les falte depuración. Nuestro criterio es regresarlos con un dictamen que entraña una futura invitación”.

Por el contrario, el criterio de la editorial Bonobos, según explica su coordinador editorial Santiago Matías, consiste en “dar a conocer escrituras poco difundidas en México, autores cuya obra nos parece una propuesta novedosa, tanto por el manejo del lenguaje como por la cuestión formal. La finalidad de nuestra editorial es abrir nuevos panoramas y ofrecer mayores posibilidades a las nuevas corrientes literarias”. Bonobos se fundó hace tres años en Toluca. Comenzó publicando plaquettes de poesía y después dio el salto a los libros, tanto de poetas mexicanos como extranjeros. Bonobos nace, explica Santiago, “como una suerte de reclamo de lector: deseábamos difundir y poner en circulación el trabajo de algunos poetas que a los que difícilmente se puede acceder si no es a través de pesquisas, referencias muy particulares, recomendaciones y prestamos de material. La editorial ha crecido en la medida en que nos hemos involucrado con el trabajo. Te puedo decir que hoy nos dedicamos casi ya de tiempo completo a ella. Simplemente sucedió, y el proceso fue tan veloz y sutil que, en este momento, respondiendo estas preguntas, caigo en la cuenta del compromiso personal que calladamente hemos adquirido”. La selección de los autores y textos corre a cargo de Amelia Suárez, Adolfo Estrada y el propio Santiago Matías, basándose en sus afinidades estéticas: dedicados la poesía, pero sin nacionalidad, corriente ideológica, apellido o generación. Por ello en su catálogo conviven “sin conflicto aparente” Wilson Bueno con Laura Solórzano, Jorge Esquinca con Anne-Marie Bianco, Eros Alesi con Maricela Guerrero.

Para Matías, la relación con el Distrito Federal es menos conflictiva, no en vano están a poco menos de setenta kilómetros: “Vivir en Toluca nos coloca en una posición geográfica, con respecto a los vaivenes del medio literario, sana y estratégica. Aunque el tiempo de trayecto entre la ciudad de México y Toluca es de 35 minutos, parecería que la distancia es mayor, lo que nos permite trabajar ajenos, en la medida de lo posible, a los jaloneos propios del ambiente cultural. Es curioso que en el DF tengan la sensación de que hacemos grandes tránsitos espaciales para visitar ‘La Capital’. Esto nos permite observar desde punto de inmejorable visibilidad lo que sucede con los protagonistas, dentro y alrededor de los territorios en los que participamos y nos movemos”.

El escaparate precedente, conste, son algunos botones de un fenómeno cada vez más frecuente en México. Venir, ver y vencer en la capital ya no es una meta. Sí convertir la periferia en centro, que no supone otra labor que hacer coherentes el peso cultural de estas ciudades con su actual peso económico y poblacional. Para ellos, como para cualquier editor independiente, una ley del libro les daría un respiro. Ley como la que vetó el ex presidente Fox a finales de su mandato, defendida profusamente por Gabriel Zaid, entre otros, y que se ha demostrado eficaz en otros países, como en Francia la Ley Lang.


En cuanto al libro se refiere, en fin, cuidar de los pequeños es algo más que un capricho filantrópico: nombres como Giulio Einaudi, Sir Stanley Unwin, Sylvia Beach, Mario Muchnik o Joaquín Díez-Canedo (por mencionar un ejemplo geográficamente cercano) demuestran que son los pequeños los que han marcado los hitos más grandes en la historia de la edición, y por tanto de la cultura.