lunes, 21 de octubre de 2013

Los últimos años de Chávez en Venezuela

Autocracia electoral. Es la definición que hace suya Rory Carroll (Dublín, 1972) para el gobierno de Hugo Chávez, presidente de Venezuela desde 1998 hasta su muerte, acaecida un día antes del punto final del libro Comandante. La Venezuela de Hugo Chávez, el primero de su carrera.
            Talentoso desde muy joven, bregado reportero en conflictos como los Balcanes, Afganistán o Irak –donde fue secuestrado un día y medio–, llegó a Venezuela en 2006, procedente de África, y se encontró con algo que no había visto jamás: un líder elegido en las urnas que en pleno siglo XXI se hacía presente en la vida cotidiana de un modo casi orwelliano, a través de carteles, pantallas y programas sociales, y un país a la vez rico y lleno de pobres. En ello, Carroll consideró fundamental la lógica del petróleo, "el excremento del diablo", en las célebres palabras del político venezolano Juan Pablo Pérez Alfonzo que también hace suyas. "En un país petrolero –dice este irlandés cuyo semblante pelirrojo, pecoso y jovial responde perfectamente al tópico–, todas las reglas económicas son diferentes".
            Si bien la primera mitad del libro es deudora de otros trabajos anteriores sobre la vida y la compleja personalidad de Chávez –no en vano coincide con los años en el poder que el autor no presenció–, la segunda se erige como un enorme trabajo periodístico: el relato puntual e incontestable del desmantelamiento económico de un país con demasiadas oportunidades perdidas. Rory Carroll conversó con Esquire semanas antes de su participación en el Hay Festival de Xalapa, donde presentó su libro este mismo mes de octubre de la mano de su editorial en español, Sexto Piso.

¿Qué empuja a un corresponsal, después de haber tenido la experiencia periodística en el país, a escribir un libro?
En este caso, Chávez como figura. Había entrevistado a Silvio Berlusconi y a militares en otros países, pero él era único. Me sorprendía que su imagen en el extranjero fuera una caricatura. Escribir un libro era tener una plataforma más amplia para investigar y mostrar las contradicciones.

Después de la biografía de Alberto Barrera y Cristina Marcano, Hugo Chávez sin uniforme, que conoces bien y citas en tu libro, ¿qué pensabas aportar al retrato de Chávez?
El libro de Alberto y Cristina fue muy importante, pero yo quería hacer una versión contemporánea, porque éste es de 2004. Además, estaba influido por mi experiencia en África y sus big men, por ejemplo Haile Selassie y el libro de Ryszard Kapuscinski, El emperador. Se me ocurrió que Chávez merecía un libro así, para capturar ese "realismo mágico" y explicárselo a los extranjeros.

Una de las cosas que llaman la atención del libro, precisamente, es su estructura, similar a El emperador. Tanto, que en ambos tomos, la primera parte tiene el mismo título, "El trono". ¿Qué le debes a Kapuscinski?
Básicamente le tengo envidia porque él tenía "el lujo" de inventar cosas para enriquecer su literatura. El emperador es una obra magnífica, aunque no cien por ciento confiable. Yo quería aspirar a ese estilo pero sin sacrificar los hechos.

Además de África, estuviste en Irak, donde fuiste secuestrado en 2005. ¿Me podrías hablar de esa experiencia?
Fue muy interesante cubrir una guerra sobre la que el mundo tenía puestos los ojos. Era lo opuesto de África, donde pasaba, por ejemplo, semanas en el Congo, volvía con mis cuadernitos llenos de notas y descubría el poco interés sobre lo que estaba pasando. El problema de Irak era que la inseguridad limitaba hacer reportajes, y eso era muy fastidioso. Un día cometí un error y fui secuestrado. Fue en Ciudad Sadr, una parte de Bagdad controlada por Muqtada al-Sadr, chií, considerada segura para los periodistas. Las circunstancias cambiaron cuando los británicos detuvieron a unos militares de Sadr en Bassora. No calculé bien el riesgo, pasé demasiado tiempo en un lugar haciendo una entrevista en la calle y me agarraron. No sabía entonces que iba a ser tan breve, pero sí pensé que quizá iba a sobrevivir porque la mayoría de los periodistas extranjeros que estaban secuestrados lo lograron. Tuve mucha suerte.

A medida que avanza el libro, no sólo se observa la decadencia de Caracas, de Venezuela y de la economía, sino también cierto decaimiento en tu propio ánimo, entusiasta al principio. ¿Pasó así?
En esencia, sí. Poco a poco me fui haciendo cada vez más crítico de lo que veía. Chávez tenía talento político y mucha plata, pero al final fue un fiasco. Me molestaba mucho la propaganda del gobierno que contaba al mundo que estaba haciendo una obra magnífica en Venezuela y, al mismo tiempo, la imagen que vendían Fox News y medios así para los que Chávez era poco menos que Stalin o Pol Pot. Además, estaba harto del nivel de polarización que alcanzó la vida pública.

¿Qué opinión te merece la oposición ahora?
Mejoraron muchísimo después de errores graves, incluso fatales, que cometieron con su radicalismo, gracias sobre todo a la victoria interna de los moderados, como Henrique Capriles. El problema fue que cuando aprendieron, el espacio mediático ya se había reducido y era sumamente difícil difundir su mensaje. Ahora, bajo Maduro, hay menos espacio que nunca.

¿Cómo te explicas que a pesar de la inflación, del desabastecimiento, del hundimiento de la industria, que muestras en tu libro, Chávez ganara casi todas las batallas electorales?
Creo que hay dos razones fundamentales. La primera es que Chávez logró convencer a millones de venezolanos de que él estaba de su lado, y los politólogos muestran que esto tiene un impacto muy profundo: la gente puede llegar a decir que los problemas no son culpa del líder, sino de la gente que lo rodea, o que las cosas podrían empeorar sin él. La segunda razón es que el gobierno, como Estado petrolero, controlaba la economía a través de su sistema de subsidios. Antes de cada elección, podía aumentar salarios, ofrecer empleos, e incluso regalar hornos o poner tu nombre en una lista para una casa.

Hay distintos momentos estelares en tu libro, como la descripción de la sala situacional del gobierno escondida en el búnker bajo Miraflores. ¿Cómo llega un periodista a esas fuentes de calidad?
Un poco de todo. Lo difícil fue identificarlas, pero una vez con los nombres, fue fácil. Tengo que confesar, sin embargo, que habría querido más fuentes y más cercanas a Chávez porque muchísimas cosas no han salido todavía a la luz. Dado el carácter extravertido de los venezolanos, es impresionante el nivel de disciplina dentro de Miraflores.

Ya estabas en Los Ángeles cuando murió Chávez, ¿cómo viviste ese proceso desde fuera?
Fue muy frustrante, pero creo que habría sido igual desde dentro: quizá sólo veinte personas, diez de ellos cubanos, sabían lo que estaba pasando, y los demás estábamos adivinando, especulando o interpretando tuits.

¿Qué esperanza ves con Nicolás Maduro?
Ha mostrado una disposición más pragmática que Chávez con respecto a la economía, pero los problemas son tan graves y tan complicados, que le va a resultar muy difícil mejorarlos. Lo que me parece evidente es que el nivel de autoritarismo está empeorando y la razón no es difícil de adivinar: él no tiene la misma legitimidad que Chávez, se siente más débil y es su manera de reaccionar.


(Publicado originalmente en Esquire México, núm. 61, octubre de 2013.)

miércoles, 9 de octubre de 2013

pasaportes


En Viajeros por la América Latina colonial, de Irving A. Leonard (FCE, 1992): 

Para obtener pasaje en las flotas, cada viajero, incluso los miembros del clero, debían procurarse una licencia correspondiente a un pasaporte y presentar sus credenciales en la Casa de Contratación, concernientes a su estado legar y civil. La licencia concedida era válida sólo por dos años, durante los cuales se esperaba que su poseedor viajara en la primera flota que pudiese alcanzar. Quienes carecían de este permiso tenían que entregar todas sus posesiones a la Corona: una quinta parte era para la persona y personas que hubiesen informado de la violación. Únicamente los oficiales, marinos y otros miembros de la tripulación quedaban exentos de la obligación de poseer una licencia; empero, si se prestaban a la evasión de la ley ayudando a viajeros no autorizados, también ellos incurrían en delitos plenos. Los pasajeros debían residir en la región de las colonias indicada en la solicitud; los que iban rumbo a Filipinas pasando por la Nueva España no podían permanecer aquí y, hasta donde fuera posible, debían negarse pasaportes a los súbditos españoles que, viviendo en aquel lejano archipiélago, quisiesen abandonar las islas. Este decreto era, evidentemente, un esfuerzo por estabilizar a la población europea en aquel remoto ámbito protegiendo así la precaria posesión de España.

Ahora ve y cruza el océano.