Autocracia electoral. Es la definición
que hace suya Rory Carroll (Dublín, 1972) para el gobierno de Hugo Chávez,
presidente de Venezuela desde 1998 hasta su muerte, acaecida un día antes del
punto final del libro Comandante. La
Venezuela de Hugo Chávez, el primero de su carrera.
Talentoso
desde muy joven, bregado reportero en conflictos como los Balcanes, Afganistán
o Irak –donde fue secuestrado un día y medio–, llegó a Venezuela en 2006,
procedente de África, y se encontró con algo que no había visto jamás: un líder
elegido en las urnas que en pleno siglo XXI se hacía presente en la vida
cotidiana de un modo casi orwelliano, a través de carteles, pantallas y
programas sociales, y un país a la vez rico y lleno de pobres. En ello, Carroll
consideró fundamental la lógica del petróleo, "el excremento del
diablo", en las célebres palabras del político venezolano Juan Pablo Pérez
Alfonzo que también hace suyas. "En un país petrolero –dice este irlandés
cuyo semblante pelirrojo, pecoso y jovial responde perfectamente al tópico–,
todas las reglas económicas son diferentes".
Si
bien la primera mitad del libro es deudora de otros trabajos anteriores sobre
la vida y la compleja personalidad de Chávez –no en vano coincide con los años
en el poder que el autor no presenció–, la segunda se erige como un enorme
trabajo periodístico: el relato puntual e incontestable del desmantelamiento
económico de un país con demasiadas oportunidades perdidas. Rory Carroll
conversó con Esquire semanas antes de
su participación en el Hay Festival de Xalapa, donde presentó su libro este
mismo mes de octubre de la mano de su editorial en español, Sexto Piso.
¿Qué
empuja a un corresponsal, después de haber tenido la experiencia periodística
en el país, a escribir un libro?
En este caso, Chávez como figura. Había
entrevistado a Silvio Berlusconi y a militares en otros países, pero él era
único. Me sorprendía que su imagen en el extranjero fuera una caricatura.
Escribir un libro era tener una plataforma más amplia para investigar y mostrar
las contradicciones.
Después
de la biografía de Alberto Barrera y Cristina Marcano, Hugo Chávez sin
uniforme, que conoces bien y citas en tu libro, ¿qué pensabas aportar al
retrato de Chávez?
El libro de Alberto y Cristina fue muy
importante, pero yo quería hacer una versión contemporánea, porque éste es de
2004. Además, estaba influido por mi experiencia en África y sus big men, por ejemplo Haile Selassie y el
libro de Ryszard Kapuscinski, El
emperador. Se me ocurrió que Chávez merecía un libro así, para capturar ese
"realismo mágico" y explicárselo a los extranjeros.
Una
de las cosas que llaman la atención del libro, precisamente, es su estructura,
similar a El emperador. Tanto, que en
ambos tomos, la primera parte tiene el mismo título, "El trono". ¿Qué
le debes a Kapuscinski?
Básicamente le tengo envidia porque él
tenía "el lujo" de inventar cosas para enriquecer su literatura. El emperador es una obra magnífica,
aunque no cien por ciento confiable. Yo quería aspirar a ese estilo pero sin
sacrificar los hechos.
Además
de África, estuviste en Irak, donde fuiste secuestrado en 2005. ¿Me podrías
hablar de esa experiencia?
Fue muy interesante cubrir una guerra
sobre la que el mundo tenía puestos los ojos. Era lo opuesto de África, donde
pasaba, por ejemplo, semanas en el Congo, volvía con mis cuadernitos llenos de
notas y descubría el poco interés sobre lo que estaba pasando. El problema de
Irak era que la inseguridad limitaba hacer reportajes, y eso era muy fastidioso.
Un día cometí un error y fui secuestrado. Fue en Ciudad Sadr, una parte de
Bagdad controlada por Muqtada al-Sadr, chií, considerada segura para los
periodistas. Las circunstancias cambiaron cuando los británicos detuvieron a
unos militares de Sadr en Bassora. No calculé bien el riesgo, pasé demasiado
tiempo en un lugar haciendo una entrevista en la calle y me agarraron. No sabía
entonces que iba a ser tan breve, pero sí pensé que quizá iba a sobrevivir
porque la mayoría de los periodistas extranjeros que estaban secuestrados lo
lograron. Tuve mucha suerte.
A
medida que avanza el libro, no sólo se observa la decadencia de Caracas, de
Venezuela y de la economía, sino también cierto decaimiento en tu propio ánimo,
entusiasta al principio. ¿Pasó así?
En esencia, sí. Poco a poco me fui
haciendo cada vez más crítico de lo que veía. Chávez tenía talento político y
mucha plata, pero al final fue un fiasco. Me molestaba mucho la propaganda del
gobierno que contaba al mundo que estaba haciendo una obra magnífica en Venezuela
y, al mismo tiempo, la imagen que vendían Fox News y medios así para los que
Chávez era poco menos que Stalin o Pol Pot. Además, estaba harto del nivel de
polarización que alcanzó la vida pública.
¿Qué
opinión te merece la oposición ahora?
Mejoraron muchísimo después de errores
graves, incluso fatales, que cometieron con su radicalismo, gracias sobre todo
a la victoria interna de los moderados, como Henrique Capriles. El problema fue
que cuando aprendieron, el espacio mediático ya se había reducido y era
sumamente difícil difundir su mensaje. Ahora, bajo Maduro, hay menos espacio
que nunca.
¿Cómo
te explicas que a pesar de la inflación, del desabastecimiento, del hundimiento
de la industria, que muestras en tu libro, Chávez ganara casi todas las batallas
electorales?
Creo que hay dos razones fundamentales.
La primera es que Chávez logró convencer a millones de venezolanos de que él
estaba de su lado, y los politólogos muestran que esto tiene un impacto muy
profundo: la gente puede llegar a decir que los problemas no son culpa del
líder, sino de la gente que lo rodea, o que las cosas podrían empeorar sin él.
La segunda razón es que el gobierno, como Estado petrolero, controlaba la
economía a través de su sistema de subsidios. Antes de cada elección, podía
aumentar salarios, ofrecer empleos, e incluso regalar hornos o poner tu nombre
en una lista para una casa.
Hay
distintos momentos estelares en tu libro, como la descripción de la sala
situacional del gobierno escondida en el búnker bajo Miraflores. ¿Cómo llega un
periodista a esas fuentes de calidad?
Un poco de todo. Lo difícil fue
identificarlas, pero una vez con los nombres, fue fácil. Tengo que confesar,
sin embargo, que habría querido más fuentes y más cercanas a Chávez porque
muchísimas cosas no han salido todavía a la luz. Dado el carácter extravertido
de los venezolanos, es impresionante el nivel de disciplina dentro de
Miraflores.
Ya
estabas en Los Ángeles cuando murió Chávez, ¿cómo viviste ese proceso desde
fuera?
Fue muy frustrante, pero creo que habría
sido igual desde dentro: quizá sólo veinte personas, diez de ellos cubanos,
sabían lo que estaba pasando, y los demás estábamos adivinando, especulando o
interpretando tuits.
¿Qué
esperanza ves con Nicolás Maduro?
Ha mostrado una disposición más
pragmática que Chávez con respecto a la economía, pero los problemas son tan
graves y tan complicados, que le va a resultar muy difícil mejorarlos. Lo que
me parece evidente es que el nivel de autoritarismo está empeorando y la razón
no es difícil de adivinar: él no tiene la misma legitimidad que Chávez, se
siente más débil y es su manera de reaccionar.
(Publicado originalmente en Esquire México, núm. 61, octubre de 2013.)