viernes, 21 de noviembre de 2014

qué pido, qué vi


- ¿Y qué es lo que piden en esas marchas?

Por un momento me sentí como en aquella huelga estudiantil de 1994, que a fecha de hoy no sé qué reivindicaba y que mis amigas y yo seguimos escrupulosamente sólo después de la clase de geografía de las ocho y media, que impartía un profesor al que llamábamos Indiana Jones, tan temprano evidenciando la medida de nuestras pulsiones revolucionarias.

Confieso que no estoy de acuerdo con casi ningún lema coreado en la manifestación de ayer en el DF. Yo no puedo pedir que devuelvan con vida a unos muchachos que a la luz de todos los datos están muertos. Yo no puedo estar con la iglesia de los pobres de América Latina cuando no pertenezco a ninguna iglesia. Ni gritar consignas revolucionarias de hace cuarenta años. No puedo.

Me siento muy incómoda con la expresión "fue el Estado", pero reconozco que es muy difícil explicar cómo un señor asociado con el narco puede llegar a alcalde, cómo un uniformado puede abrir fuego contra la población civil, cómo un soldado puede negar ayuda a un herido. Si uno empieza a explicar a un extranjero acerca de instancias de gobierno constitucionalmente autónomas –federación, estados, municipios–, se ríen en su cara: todos los mencionados son funcionarios al servicio del Estado. Así que sí creo que el Estado tiene un problema, más grave en tanto no se da cuenta de que lo tiene. Iguala, para mí, no fue el Estado, sino la ausencia de Estado: el crimen organizado colonizando los espacios que el Estado no ocupa, entre ellos la ley y el orden.

Lo que yo pido no es la renuncia del gobierno, sino todo lo contrario: que trabaje, que garantice, que proteja. Y se podría empezar, por ejemplo, por medidas concretas, probadas, en las que lleva trabajando años mucha gente de muy distinto signo, como las que recoge este manifiesto firmado por setenta organizaciones civiles. La clave es el fin de la impunidad: la aplicación de la ley caiga quien caiga. Entiendo que a un Estado tanto tiempo (¿toda la vida?) acostumbrado a las redes clientelares le dé miedo: una justicia equitativa, no arbitraria, engendra ciudadanos, no votantes cautivos. Pero es la hora.

Porque lo que yo vi ayer fueron ciudadanos, miles de ciudadanos, ríos de ciudadanos. Ciudadanos marchando libres y en paz. Lo que yo vi se parecía mucho a México tal y como lo he visto siempre. Multitudinario y recio, a ratos festivo. Nos encontramos a muchos amigos (clase media urbana, profesionistas liberales). Vi familias enteras, ancianas en sillas de ruedas, padres, niños, bebés. Vi a viejos y a jóvenes (muchos jóvenes, como es México) sin distinción. Vi a contingentes de Guerrero que tocaban trompetas pegadizas y a los oaxaqueños del Movimiento de Unificación de Lucha Triqui, que marchaban en silencio. Vi a monjitas sujetando pancartas y a un sueco hippie. Tan era México a mis ojos, que ni siquiera faltaban sus vendedores ambulantes, ofreciendo banderitas que sustituían con negro el verde y rojo del día de la patria, pañuelos recién pintados con consignas –lleve su paliacate de a cinco de a cinco–, cacahuates, papitas, agua, dulces, chocolates.




No vi a los anarquistas que arremetieron contra las vallas que protegían el Palacio Nacional (no llegamos al Zócalo), pero sé, porque me lo han contado, que hasta ese momento (hablamos de cinco a ocho y media de la tarde), en la plaza todo fue pacífico, y que los mismos familiares de los estudiantes pidieron que así fuera desde la tarima donde dieron su mitin.

No vi a México en punto muerto ni en la incertidumbre, como he leído en algún lugar, sino más en movimiento y seguro de sí mismo que nunca. Es, ya digo, la hora.






lunes, 17 de noviembre de 2014

godos

"Sabemos muy poco, y antes de proclamar verdades definitivas tendríamos que debatir los problemas por lo menos dos veces como hacían los godos (y a eso se debe que le gustaran a Sterne), o sea, primero borrachos y después pasada la borrachera".

(Claudio Magris, El Danubio.)

domingo, 31 de agosto de 2014

una fórmula

"Una novela ha sido más seductora para mí en la medida en que en ella aparecían, combinadas con pericia en una historia compacta, la rebeldía, la violencia, el melodrama y el sexo."

Mario Vargas Llosa, "La orgía perpetua"

sábado, 5 de julio de 2014

el lugar intacto



El señor Estrada, al que nadie debe de llamar así fuera de las cartas del banco, me regala Grupo salvaje, de Manuel Jabois, que leo –ya era hora– en un suspiro de sonrisa y lagrimón entre Sevilla y Huelva. En un traqueteo al compás, libro y tren me llevan mismo sitio: aquel donde fuimos niños, donde quedaron congelados y perfectos todos los recuerdos, de donde nacen todas las historias del mundo. (Esta afinidad que siento con Jabois, como con Paco Santas, por ejemplo, va más allá de las palabras y la siento anclada ahí, en los mismos referentes con los que crecimos, hijos del felipismo tardofranquista (sic), obras (buenas, malas) de la socialdemocracia española.)

Ahora estoy en ese sitio, al que vuelvo cuando puedo, al que he vuelto siempre, quizá el único en el planeta que conserva intacta la felicidad, la felicidad de a de veras. No quiero sonar sentimental (¿demasiado tarde?): lo que siento en este instante, mientras escribo atropellada, es poderosamente físico: la media luna partiendo el negro, no dejándolo ser, se despatarra sobre el mar como si fuera ella la que está debajo. Huele igual que ha olido siempre: pino, esterilla, sal. (Los hombres huelen parecido, hay uno cerca.) Todo es la promesa del verano: la promesa cumplida de que existe esa promesa, que es real, que palpita y que muerde.

No me pasa en este sitio lo que me pasa en otros viejos donde amé la vida, que comprendo cómo están de ausentes las cosas perdidas –entre ellas y sobre todo yo misma– y lloro. Aquí las ausencias no duelen de esa manera. Mi padre es un recuerdo luminoso, un gracias a la vida. Hay otro padre aquí ahora, que empuja a sus hijos a llenarse la ropa de espuma. Sus hijos, mis hijos, riendo contra el viento del cambio de marea son otra vez yo.

sábado, 21 de junio de 2014

relatividad

Con treinta y seis, mi madre tenía dos hijas de catorce y nueve años. Con treinta y seis, murió la madre de mi amiga Ana de un cáncer de pecho. Con treinta y seis, Ricardo había fundado tres revistas y la edición extranjera de otra, y me conoció, como diría la Biblia.

Con treinta y seis, pardiez. Tantos y tan pocos.

lunes, 2 de junio de 2014

cartas al Rey



Seis cuarenta y cuatro de la mañana, mensaje de mi amigo Gastón García Marinozzi, argentino residente en el D.F., dos hijos mexicanos como dos soles: "¿Duermes? ¡¡Es que ya no tenemos rey!! Buenos días".

"Ya no tenemos rey". En ese plural entre exclamaciones, reconocí al niño cordobés Gastón de nueve años, que escribía cartas a personajes célebres, no importaba cuán altos fueran: el papa Juan Pablo II, el presidente de Argentina Raúl Alfonsín, el de la FIFA João Havelange, el rey Juan Carlos I... "El Papa nunca contestó, siempre supe que era un hijo de puta. Ni Alfonsín. Los únicos, João y el rey". Con Havelange rompió la fecunda relación epistolar ("me escribió cuatro o cinco cartas, el que más") cuando echó a Maradona de la competición ("por solidaridad con el Diego"), así que sólo le quedaba el rey de España. Gastón le contaba de su abuela española, el rey le preguntaba por sus estudios. Gastón tiene cartas firmadas por Juan Carlos I dirigidas a él, niño argentino de la provincia de nueve años. Puede que sea el extranjero que más siente esta abdicación. Cualquier otro rey de España ya no es el suyo.

domingo, 18 de mayo de 2014

Martirio de mi vida

La voz de Martirio me acompaña desde que era niña. Cuando la tele era prodigiosa y ella bien podía parecerse a mi madre o a mi tía, o más bien a nuestra vecina Ani, la más moderna de aquel octavo piso en el barrio de las Colonias. Martirio, Maribel Quiñones, también era de Huelva.

En plena adolescencia mía sacó un disco de sevillanas (¡sevillanas!) que me hacía el día, pero a quién le iba yo a contar, si el que no estaba con Bon Jovi estaba con el pobrecito Kurt o con Chimo Bayo. Pasaron muchos años, vaya, antes de encontrar a alguien al que le gustara tanto como a mí (y me enamoré, claro).

Más tarde, tuve la suerte de entrevistarla. Un encuentro compartido con Carmen París que fue posible gracias a Félix Romeo, como tantas otras cosas, y en el que descubrí ¡por fin! el color de sus ojazos. Ya en México, en mi primera FIL de Guadalajara, la vi en el mismo escenario con Kiko Veneno y Raimundo Amador, una cosa histórica que no sé cómo no salió en los papeles.

Anoche, en el Teatro de la Ciudad, cantó por Chavela y enseñoreó parte de su repertorio, coplas, boleros, tangos, servidos en copas flamencas o vestidos de jazz, y cantó un fandango toronjero a ritmo de rock, y se quitó las gafas de sol en público –¡oh!– cuando "Ojos verdes" por bulerías, y me devolvió de muchas maneras, con muchas risas y muchas lágrimas y una palabra (REO, reo, que eres un reo), a esa niña que fui en el primer párrafo.

miércoles, 7 de mayo de 2014

cartas bajo llave

Conservo casi mil cartas en un cajón de la casa de mi madre. Todas ellas recibidas entre los doce y los diecisiete años, salvo algunas de amor posteriores. No tienen ningún interés, aun en el caso de que yo triunfara en el mundo de la canción, y sólo sirven para constatar mi gusto por contar cosas. Pero son objetos que alguien podría encontrar. Hoy las cartas que se escriben –creo que escribimos más que nunca– quedan bajo llave con muestra muerte. Nuestra vida publicada a golpes de 140 caracteres conservará secretos para siempre. Yahoo, Google, Hotmail, dueños fatales de la correspondencia de Flaubert con Louise Colet; una mano universal e inexorable de la sobrina de Gustave echando al fuego las letras a su tío.