Hace tantos años que no voy a Guadalajara, que tiendo a idealizar aquellos días de FIL en los que acabábamos cantando en el Lido con un trío sin dientes y rodeados de prostitutas y chaperos. Recuerdo especialmente legendaria la primera noche, aquella en la que perdí la cuenta al octavo tequila y me quedé sin blusa en un table dance, pero cuando lo quiero contar, pienso entre mí que tampoco es para tanto. Ahora mismo, que lo veo mientras escribo, la cosa se desdibuja. Demasiado decadente.
Siempre hablo maravillas del Veracruz o La Mutualista, donde descubrimos el talento de nuestro bailarín de cabecera en las veladas de La Embajada, y si me paro dos veces, reconozco que las orquestas son malas, no dejan sitio donde sentarse y se puede hablar apenitas. No sé, todo tiene un límite.
Y no me meto en la feria en sí: esos eventos presentados por una pandilla de felices briagos, esos pasillos de neón atestados por los que parece multiplicarse Juan Cruz como el señor Smith, ese Fernando Savater con Fher el de Maná.
Ah, pero amigo. Me ponen un avión y una niñera y me planto allí sin pensarlo, que no me rebautizaron Faraona en balde. Habrán comprobado que escribo desde el puro resentimiento. Casi cantando como Requiebros con la mirada perdía y aquí estoy en un camino en su orilla porque este año no voy.
Bien. Adiospongoportestigo de que algún día recuperaré la verdadera banda sonora de la Feria Internacional del Libro. Si es que la realidad no termina por aguarnos la fiesta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario