El Segundo Piso, esa M-30 chilanga voladora (allí se entierra y aquí se eleva), se inunda. No es sólo que López Obrador haya clasificado hasta 2012 el presupuesto empeñado para construirlo, ni que afee el perfil de la ciudad con esos aires de carretera futurista. Es que en la que llueve y te descuidas -y aquí, créanme, llueve y me descuido-, puedes caer en lo alto de un tendedero.
Confieso, no obstante, que me excita subirme a él, como quien asciende en un cacharrito a la cima de la montaña rusa (todos pegaditos, lentos, con las luces prendidas), y luego gobernar el monstruo con los ojos, sea en días claros, cuando la pared de los volcanes es -literalmente- omnipresente, sea en tormenta, cuando se atraviesa -literalmente- las nubes y entre la cortina de agua se atisban las luces lejanas de edificios salidos de una ciudad de replicantes.
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