A la salida de los vestuarios, el carrito motorizado que usan los empleados de mantenimiento del club, y sentado en él, un señor esperando a su mujer. En ese momento llega otro señor y le increpa por estar ahí subido. En España, la continuación de ese diálogo sería algo así como "quién te crees que eres, gilipollas", "gilipollas tu puta madre" y "sujetadme que lo mato". Aquí todo se desarrolló en un tono de amabilidad sorprendente: aunque no pude oír toda la conversación, ambos se hablaban en voz baja, no se insultaron en ningún momento, se despidieron con una sonrisa. Y sin embargo. Al girarse el increpado, le vi congelar la sonrisa en una mueca de odio, de asco, ¿de impotencia? Lo que pensé entonces es que esa escena de exquisitas maneras era el contexto perfecto para descerrajarse a tiros sin inmutarse. O apuñalarse por la espalda.
Los caudillos revolucionarios se abrazaban para palpar si traían armas...
1 comentario:
Lo que hace el ocio...
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