Todavía siento el frío de ultratumba de aquella noche subiéndome hasta las rodillas. Amaneció y tú te apagaste y el aire era gélido y transparente. Era lo que procedía. La gente debería morirse siempre en invierno. Que el bajocero conserve la memoria de ese día intacta. Que escriba la última y más perfecta de las metáforas.
Pero hoy, a esta hora, quería traerte un recuerdo de verano. Uno de los primeros, de esos que se confunden con sueños. Una calle de Las Colonias atascada de grillos. Un padre que saca a su hija para dormirla al fresquito porque la marisma asfixia las casas de noche. Una canción. Una canción italiana que tú cantabas en español. Marina, Marina, Marina, contigo me quiero casar...
El calor. La calor. Cómo la extraño.
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