Hubo un tiempo en que las vacaciones eran tres meses en Punta Umbría y no hacer nada era hacerlo todo. La mera perspectiva de no hacer nada ya iba llenando los días de pequeños proyectos –quedarse a comer en la playa, ir a la feria de Mazagón, caminar hasta el espigón, o hasta la playa del cruce, o pasar el día en la Flecha de El Rompido– y estableciendo una estricta rutina en la que dejarse caer lo mismo que una gaviota planea en el viento al ponerse el sol –despertarse sobre las diez, desayunar tostadas con aceite al aire salado de la terraza en sombra, bajar al mar a la una, comer a las tres (sardinas siempre), emplear la siesta en leer y en espiar con medio ojo a aquellos hermanos del tercero C, sentir el paso del verano en un sol que atardece cada vez antes y cada vez más metido en el mar, la barbacoa entre las dunas los miércoles, salir hasta el amanecer de jueves a sábado, estirar las horas contando estrellas fugaces de domingo a martes.
Así que entenderán por qué a esto, a este trasiego de aviones y camionetas y planes a las nueve de la mañana mientras corre deprisa desayuna, y calles estrechas y aire de autobuses rancios y reservas naturales hediondas y pirámides convertidas en mercadillos y restaurantes abarrotados en los que se espera una hora para comer a las cinco de la tarde, y niños de meses, de dos años, de cuarenta y tantos, de cincuenta y cinco, llorando, protestando, hablando, gritando, ordenando, sugiriendo, instruyendo, usando en fin cualquier verbo en modo imperativo, entenderán por qué a esto, decía, me cueste llamarlo vacaciones.
viernes, 30 de diciembre de 2011
martes, 20 de diciembre de 2011
sábado, 17 de diciembre de 2011
las debilidades del titán
Por supuesto había leído y me habían contado de ese momento histórico en que Mario Vargas Llosa soltó en Televisa, durante el encuentro por la libertad organizado por la revista Vuelta al año siguiente de la caída del Muro, aquello de la dictadura perfecta. Pero nunca lo había visto.
*
De pronto entendí mejor a ciertos críticos de Octavio Paz –desde luego nunca a los delirantes. Sobre todo del último Octavio Paz, el de los programas de televisión, que por otra parte yo celebro tanto (¿o no dan hoy lo que sea por un testimonio sonoro de Federico García Lorca?) Resulta difícil pensar que el hombre que renunció a la Embajada de la India tras la matanza de Tlatelolco, el autor de Posdata y El ogro filantrópico, sea ese mismo anciano –cascarrabias, tan incómodo que nos hace sentir incómodos a nosotros– que le afea las definiciones tanto a Vargas Llosa como a Enrique Krauze. "Sistema hegemónico de dominación" o "sistema de dominación hegemónica de un partido" parecen más eufemismos orwellianos que "amor a la precisión intelectual". Christopher Domínguez explicaba así la "fibra sensible" de Paz que tocó Vargas Llosa:
No sólo apreciaba el poeta como valiosísima la ausencia, en México, del terror (y del terror ideológico) propio de las dictaduras del siglo sino, como hijo de la Revolución mexicana, prefería verla bajo el motivo dramático no de la dictadura sino de la revolución traicionada. Era propio de esa generación conservar cierta confianza metafísica en la Revolución mexicana, sin abandonarla en el patibulario desván de las dictaduras. José Revueltas había llamado, en un ensayo clásico de 1957, una “democracia bárbara” a nuestro autoritarismo. Conceptualmente, en aquel encuentro de 1990, era más exacto Paz; la definición del novelista peruano era muy oportuna políticamente e ilustraba una urgencia que Paz no compartía. El debate ocupó su lugar en ese conflicto, tan latinoamericano, entre la esencia y las apariencias.
Lo de Vargas Llosa, lúcido y valiente, era más que un titular: la razón le asistía. (Veintiún años después, por cierto, recordaba aquello de esta manera, que yo mismita vi con estos acais atentísimos que ustedes pueden observar en el segundo 45 sentados en segunda fila). Lo de Octavio Paz, debilidades del titán.
*Hallazgo cortesía de la divina Carla Faesler.
*
De pronto entendí mejor a ciertos críticos de Octavio Paz –desde luego nunca a los delirantes. Sobre todo del último Octavio Paz, el de los programas de televisión, que por otra parte yo celebro tanto (¿o no dan hoy lo que sea por un testimonio sonoro de Federico García Lorca?) Resulta difícil pensar que el hombre que renunció a la Embajada de la India tras la matanza de Tlatelolco, el autor de Posdata y El ogro filantrópico, sea ese mismo anciano –cascarrabias, tan incómodo que nos hace sentir incómodos a nosotros– que le afea las definiciones tanto a Vargas Llosa como a Enrique Krauze. "Sistema hegemónico de dominación" o "sistema de dominación hegemónica de un partido" parecen más eufemismos orwellianos que "amor a la precisión intelectual". Christopher Domínguez explicaba así la "fibra sensible" de Paz que tocó Vargas Llosa:
No sólo apreciaba el poeta como valiosísima la ausencia, en México, del terror (y del terror ideológico) propio de las dictaduras del siglo sino, como hijo de la Revolución mexicana, prefería verla bajo el motivo dramático no de la dictadura sino de la revolución traicionada. Era propio de esa generación conservar cierta confianza metafísica en la Revolución mexicana, sin abandonarla en el patibulario desván de las dictaduras. José Revueltas había llamado, en un ensayo clásico de 1957, una “democracia bárbara” a nuestro autoritarismo. Conceptualmente, en aquel encuentro de 1990, era más exacto Paz; la definición del novelista peruano era muy oportuna políticamente e ilustraba una urgencia que Paz no compartía. El debate ocupó su lugar en ese conflicto, tan latinoamericano, entre la esencia y las apariencias.
Lo de Vargas Llosa, lúcido y valiente, era más que un titular: la razón le asistía. (Veintiún años después, por cierto, recordaba aquello de esta manera, que yo mismita vi con estos acais atentísimos que ustedes pueden observar en el segundo 45 sentados en segunda fila). Lo de Octavio Paz, debilidades del titán.
*Hallazgo cortesía de la divina Carla Faesler.
Etiquetas:
dictadura perfecta,
Octavio Paz,
Vargas Llosa,
Vuelta
un año
Todavía siento el frío de ultratumba de aquella noche subiéndome hasta las rodillas. Amaneció y tú te apagaste y el aire era gélido y transparente. Era lo que procedía. La gente debería morirse siempre en invierno. Que el bajocero conserve la memoria de ese día intacta. Que escriba la última y más perfecta de las metáforas.
Pero hoy, a esta hora, quería traerte un recuerdo de verano. Uno de los primeros, de esos que se confunden con sueños. Una calle de Las Colonias atascada de grillos. Un padre que saca a su hija para dormirla al fresquito porque la marisma asfixia las casas de noche. Una canción. Una canción italiana que tú cantabas en español. Marina, Marina, Marina, contigo me quiero casar...
El calor. La calor. Cómo la extraño.
Pero hoy, a esta hora, quería traerte un recuerdo de verano. Uno de los primeros, de esos que se confunden con sueños. Una calle de Las Colonias atascada de grillos. Un padre que saca a su hija para dormirla al fresquito porque la marisma asfixia las casas de noche. Una canción. Una canción italiana que tú cantabas en español. Marina, Marina, Marina, contigo me quiero casar...
El calor. La calor. Cómo la extraño.
sábado, 10 de diciembre de 2011
6.8
Un rugido (la Tierra suena a escalofrío cuando tiembla), un cristal contra el suelo y los sentidos se afilan para cargar a los niños medio dormidos para echarse escaleras abajo. Ya escribí sobre esto la primera vez, cuando no me asusté tanto.
Instantes idóneos para maldecir a Hernán Cortés por decidir refundar la capital de la Nueva España sobre las ruinas de Tenochtitlan, o sea un gigantesco lago. Estas arenas movedizas. Este recuerdo perpetuo, se haya vivido o no, del 19 de septiembre de 1985.
Instantes idóneos para maldecir a Hernán Cortés por decidir refundar la capital de la Nueva España sobre las ruinas de Tenochtitlan, o sea un gigantesco lago. Estas arenas movedizas. Este recuerdo perpetuo, se haya vivido o no, del 19 de septiembre de 1985.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)