Tuve un temor súbito viéndolo ayer en la tele concitar tanta, tanta complicidad: maravillosa la amabilidad mexicana, pero qué pasa si no le entienden. Si todo se queda en ah, este chico, qué incómodo es, qué simpático... En fin, veremos.
Por lo pronto no hay que desmoralizarlo, porque hasta ahora está muy contento. Lo que dijo hoy ya lo vieron. La sesión de la tarde demostró que Javier Bauluz debería pagarle comisión. Pero lo más importante del día vino de la cena de anoche con la policía –nombres, nombres, tumbas a los muertos– donde entre otras cosas pretendieron que comiera insectos y un helado rojoblanquiverde, al más puro estilo Ferrigni.
A mediodía no mejoró el panorama culinario: como no entendieron en el comedor qué era un lácteo o su derivado, no comió casi nada. Hizo bien. Por la noche nos resarcimos en el Nobu, del que él hablará mejor. Unos granos de arroz del sushi tuvieron la puntería de resbalarme por el escote, pero me dio vergüenza decirles a los chicos, enfrascados como estábamos en el tema más serio que podíamos tener: los hijos. Como luego empezamos hablar de tríos (unhombre-dosmujeres, no malpiensen), tampoco iba yo a molestar. Y el caso es que al levantarme, los granos de arroz habían desaparecido: no cayeron por el vestido, como corresponde al normal funcionamiento de la ley de la gravedad. Misterio. (Y misterio por qué salió al pasillo en toalla de baño –licencia poética, lo que yo decía–: no se acuerda).
Con respecto a los jueguitos entre mujeres, por cierto, y antes de que él dé la exclusiva que amenaza con dar, la doy yo: sí, la hija de Bauluz y yo bailamos una noche.
No hay comentarios:
Publicar un comentario