México me sabe a nopal, piña y apio... todo a la vez. Había olvidado lo rico que están estos yogures, o los de mamey, lo que me gusta desayunar papaya en las mañanas. Huele a mar porque está cerca, y aún en mis ojos refulgen los brillos que pintó anoche la luna al mar, en mis ojos el cielo estrellado mientras íbamos en motos por una playa de siete kilómetros de largo a las tres de la madrugada buscando tortugas para recoger sus huevos y llevarlos a los criaderos donde se encargan de hacer que nazcan y que de alguna forma lleguen al mar... Aún el ruido que las pequeñas tortuguitas hacen en los cubos donde las meten al nacer; el caparazón apenas formado es blando y ellas ciegas. Son muchas, me encanta que trepen a mi mano. Belleza, silencio, quietud... No, no todo es así: se trafica con los huevos e inlcuso con las tortugas. Se venden en restaurantes caros aunque su comercio está prohibidisimo. La policía ecológica es quien nos lleva a hacer el recorrido. La zona se llama San Marco, cerca de Barra Vieja. Quiero ir de día. Tendrá que ser el lunes, a ver cómo las que ya están mas crecidas, las que han abierto los ojos y tienen el caparazón totalmente formado, son dejadas en la playa para que sorteen a los depredadores camino al mar. Sé que no llegarán todas... Ojalá se las pudiera dejar directamente en el agua... Pero no se puede, pues para que se orienten, para que cuando estén en etapa reproductiva lleguen al mar, han de reconocer la tierra y caminar sobre ella, y así, generación tras generación, regresarán a esta playa...
Os dejo un beso grande, que tengáis un bonito fin de semana,
Susana
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