De chica, cuando el colegio no me había puesto los planetas en su sitio, creía ciegamente que la lluvia salía de enormes regaderas que ponía Dios en el cielo. Vivir en el suroeste de la Península me libró de plantearme preguntas con respecto a la nieve o el granizo, lo cual le hubiera supuesto a mi abuela un problema. Porque la que me contó el cuento de las regaderas fue mi abuela, en la que yo confiaba con fervor, que por algo me enseñó a decir la hora y a rezar el padrenuestro, el avemaría y el cuatro angelitos tiene mi cama. Yo intentaba abstraer la mirada, dejar los ojos tontos hacia arriba, por si veía de casualidad la ducha gigante. Pero me tenía bien engañada: "es que está detrás de las nubes, madre". ¿Sabría ella de verdad qué fenómeno atmosférico producía las precipitaciones?
En fin, la que está cayendo...
1 comentario:
me emociona leer este comentario tras unos días de reflexión sobre la evolución y el progreso del hombre, la acumulación y descubrimiento de la escritura y conocimiento...
mi abuela, de no ser por el cascarrabias de mi abuelo y el vago de mi tío, hubiera sido bien feliz sin ser sabia de conocimientos extremadamente exóticos...
Publicar un comentario