lunes, 11 de junio de 2007

del odio como obra social

No es el amor ni la amistad lo que nos da la medida de nuestra relevancia, sino el odio. Quien nos quiere nos quiere sin reparar en lo que tenemos o representamos, y nos habría querido y nos seguiría queriendo si no tuviéramos nada o lo perdiéramos todo. La mirada de la amistad y la del amor nos ven en nuestra naturaleza más verdadera y despojada, y están menos hechas de entusiasmo que de reconocimiento y paciencia. A lo largo del tiempo no hay ternura incondicional que no sea fortalecida por una cierta dosis de afectuoso escepticismo.
Es el odio lo que magnifica de verdad. Nuestros amigos saben lo poco que todos somos en el fondo. Son nuestros enemigos los que nos agrandan, los que nos otorgan dimensiones de crueldad, de vileza, de cálculo, los que nos atribuyen una persecución sin descanso, de propósitos torcidos, que de algún modo les afectan a ellos. No se llega a nada en la vida hasta que no se tiene un gran enemigo: no un enemigo cualquiera, desde luego, que nos incluya distraídamente en la promiscuidad de su odio, sino un enemigo personal, monográfico, por así decirlo, un enemigo que nos dedique su vida como le dedicaba Don Quijote sus hazañas a la pánfila Aldonza Lorenzo, que por no saber no sabía ni que se llamaba Dulcinea.


(Antonio Muñoz Molina)

La próxima vez que se me reproche un odio, sepan es una obra benéfica para la persona objeto del mismo, que de otro modo, pobre, no viviría más que siendo amada, admirada o, con suerte, conmiserada. Je.

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