Ayer mataron de un tiro en la cara a la directora de preescolar del colegio Winston Churchill, que es como decir el King's College de Madrid. El padre de un alumno, abogado penalista, de cincuenta años, obviamente bien vestido, entró en la escuela sin problemas, fue hasta el despacho de la maestra y sin mediar palabra, le encajó una bala en la mandíbula. Al parecer, era un hombre inestable, divorciado hace dos años, y un juez le había dictado una orden de alejamiento de su mujer y sus hijos. Nadie pretenda saber nunca los porqués. Es de suponer que las rayas que llevaba encima le ayudaron a callar la conciencia.
Dejo aparte el pasmo, el miedo y la tristeza (un lugar vigilado y con prestigio, una mujer joven, amiga de amigos nuestros), para preguntarme por qué demonios durante horas, la versión que circuló en la prensa fue que el padre estaba despechado porque decía que a su hija la habían violado en la escuela y los profesores no le hicieron caso, y que mató a la maestra después de una fuerte discusión. Y por qué ningún reportero se acercó inmediatamente al lugar de los hechos, accesible desde todos los puntos de la ciudad, limitándose a esperar las imágenes y versión de la procuraduría. Luego, era llamativo el juicio que establecieron los medios con la última versión (la de la procuraduría): no sólo mostraban al presunto con nombres y apellidos, sino en imágenes, voz y primer plano, de frente y de perfil, apostillando ese rostro, ya definitivamente culpable, con comentarios moralistas.
Claro, tampoco es que la crónica negra española actual, con su acento notarial, sus siglas y sus caras difuminadas, sea ejemplo de gran periodismo...
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