Marcas un número de teléfono, y al otro lado, una mujer robótica empieza diciendo, amabilísima: "Hola, seguro que por razones a su propia voluntad [sic, con ese cinismo], le ha sido imposible abonar el último recibo de Telmex", para acabar amenazando, también amabilísima, con cortarte el servicio. Esto pasa a veces porque el recibo llega, por ejemplo, el día 27 con la obligación de pagarlo el 26, o porque como a mí, se traspapela un mes. Como en este país nadie se fía de la domiciliación bancaria, porque probablemente te acaban sisando dinero, a los pocos que la usan les acaban efectivamente sisando dinero, y el resto paga o en el banco o, cuando la señorita de marras aparece en el auricular, en las oficinas de Telmex.
Las oficinas de Telmex tienen el aire -aséptico, feroz- de una delegación de Hacienda, y en ellas hay mesas donde te venden "productos", mostradores para "informes" y cajas en las que pagar (unas diez, pero sólo tres funcionan).
"Buenos días, señor, disculpe una pregunta [el protocolo mexicano del saludo se mueve como mínimo entre estos parámetros de educación]: el jueves pagué mi recibo de febrero [el extraviado, pero eso no se lo dije], no me avisaron de que adeudara nada, y el viernes recibí el de marzo con la cantidad de febrero y la de marzo". Silencio al otro lado, mientras consulta en la computadora (ordenador). Me dice la cantidad: es sólo la de marzo. "¿Y por qué no me dijeron lo que debía la semana pasada, si incluso pregunté?". Y el señor: "Saaaabe" [quién sabe]. "Bueno, está bien, gracias". "A usted, señorita [título que la mujer conserva esté casada o tenga 80 años], que le vaya bien y tenga un bonito día".
Coda
El señor Carlos Slim, dueño del monopolio Telmex, el tercer hombre más rico del planeta.
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