"Como no te guste este lugar, te monto en un avión de vuelta a España". Jefe, tráiganos tres Montejo. Una sopa de lima. Dos panes de cazón. Una orden de cochinita pibil. Otra de pavo en escabeche. Panuchos de queso (y pide más de cazón). "En Yucatán hicieron de la grasa de cerdo una cocina". Y dos órdenes de taquitos de queso. "Los yucatecos agarraron el gouda de los piratas, lo mezclaron con maíz, carne molida y frutas secas y lo llamaron queso relleno; y a quien no le guste el Caribe que se chingue". Otros dos taquitos más, Santos, no me hundas. Niñas guapas al lado: "¿Verdad que el Humberto es el mismo restaurante?"; el jefe no bromea con ellas: "el nuestro es mejor" (y tiene razón, aunque ambos comparten el baño). Y dos cafés de olla, más todas las cocacolas lait que este otro señor pida. No puedo más: sudo tortillas fritas en manteca de puerquito. Basta. Vámonos a paseo. La cuenta, jefe: unos ocho euros por (generoso) estómago.
Todavía no vuelvo a España.
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