Sala de espera de un doctor en Médica Sur, complejo hospitalario donde los edificios parecen hoteles de lujo. Sobre las 18:00. Un señor alto, de unos setenta años, se acerca a la ventanilla de la enfermera:
"Buenas tardes"
Un buenas tardes sin eses ni separación ni ortodoxia, por donde se cuela un acento andaluz más que sin disimulo, con presunción. Y rellena algún papel, que devuelve a la señorita: "Tome, pa que centretenga". La curiosidad me muerde una espinilla:
- Perdone, ¿de qué parte de Andalucía es usted?
- ¿Yo?, de Málaga [a final, casi e] ¿Por qué? [e final, casi a]
- Me llamó la atención su acento: yo soy de Huelva.
- ¿De Huerva? Calegría encotrarme arguien de la tierra.
- ¿Lleva mucho en México?
- [Va a decir algo, calla por un momento, me mira pícaro] Ná má que cecentayún año.
- [Hago cuentas, un segundo] ¡En 1946! ¡Si parece que salió ayer de La Malagueta! No se le ha pegado nada el acento.
- ¿A mí? A mí no ce me pega ná. Ni la tortilla: no cé ni comermun taco.
Lo que es salir de una patria por obligación... Este hombre (Esteban se llama) vive en un lugar que no existe: su España es una joya idealizada por el tiempo y la distancia, y su México, una mesa en el Casino Español donde se atrincheran los últimos andaluces del exilio.
"Está mal de la cabeza", sentencia RCG. Estoy bastante de acuerdo.
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