martes, 11 de marzo de 2008

esta tarde

14:45. Universidad Iberoamericana, en Santa Fe. Salgo inusitadamente pronto de clase. Cuando estoy a punto de subir al autobús que me lleva a la oficina, en Tizapán San Ángel, cambio de idea. ¿Esperar veinticinco minutos a que salga el camión? Mejor me voy mejor en taxi, así puedo estar más temprano y salir una hora antes: Ricardo presenta a las 19:00 una revista nueva en el Centro Cultural de España, a la vuelta del Zócalo. Lo he visto muchas veces, pero nunca me canso de formar parte de su público. Me encanta que justo antes de empezar me mire y guiñe un ojo, y que seduzca (literal) a la audiencia con una disertación apenas improvisada, y que lo aplaudan. Soy una grupie fiel, en fin. Pero esa decisión repentina, el momento preciso de darme la vuelta hacia la salida donde están los taxis, me costaría demasiado cara. Luego me sentiría como Edward recordando la noche en que dejó a Florence llorando en la arena de Chesil Beach (no se pierdan el último McEwan).

14:55. Los Puentes de los Poetas, por donde le he dicho al taxista que baje, están mucho más atorados de lo normal. Están arreglando la salida hacia la Calzada de las Águilas. Los puentes tienen apenas tres años, pero nunca los he visto sin obras de remiendo. Su principal problema es el embudo en que terminan (de tres carrilles pasan a uno, previa vuelta en U ridícula), porque el dueño del terreno al momento de la construcción no quiso venderlo al gobierno del Distrito Federal, entonces en mano de Andrés Manuel López Obrador. Parece que el nuevo jefe, Marcelo Ebrard, sí consiguió hacerles una buena oferta, y ahora aumentan los carriles de uno a dos en la salida a Calzada de las Águilas. Eso nos tiene detenidos a la altura de Carlos Pellicer (los otros Poetas son Jaime Sabines y Octavio Paz).

15:20. Sugiero al taxista la avenida Centenario hasta Revolución para evitar la estúpida vuelta en U. Revolución está atascada a la altura de Barranca del Muerto: los camiones, combis y peseros se estacionan en doble, triple fila, en una calle de tres carriles. Es obvio que ya no llegaré al trabajo a las 15:30.

15:50. El taxista me dice que ciento cuarenta pesos. ¿Y cuándo subió de cien? "Hace quince días". Le pago con dos billetes de cien y lo que me devuelve lo meto en la cartera. Salgo del coche y camino unos cinco metros hasta la oficina. Sólo he ganado diez minutos al camión de la Ibero.

16:20. Llega la comida que pedí a domicilio. Busco la cartera en el bolso, y no está. En la rebeca que llevaba puesta: no está. Encima del escritorio, dentro del cajón: no está. En el patio (el repartidor me mira pasar consternado), en la calle, sobre los pasos que di desde el taxi: no está. Margarita tiene que pagarme la comida, pero yo ya no tengo hambre. Deja tú el dinero: el DNI, los carnés de conducir, la credencial de maestro, la tarjeta del seguro médico... ¿Me la dejé en el taxi? ¿Se cayó en la calle? Llamo frenética a la central del taxi que me trajo: nadie se reporta a la llamada por radio. Que llame dentro de quince minutos. ¿A quién se acude en estos casos? A nadie, y nadie que se robe una cartera tiende a mandar los documentos importantes por correo: no estoy en España. Llamo a Ricardo (dos veces): no contesta, seguro está en una siesta. Llamo al banco para cancelar mi tarjeta: la señorita procede con voz cansina: seguro no es la primera vez en la tarde, ni la segunda ni la tercera, que reportan una tarjeta robada. Llamo al sitio del taxi: la señorita me dice que aún nada, y empieza a sonar cansada. Me pongo a trabajar pero no puedo concentrarme. Llamo al sitio de nuevo: que no, una voz más cansada todavía. Llamo a Ricardo y ahora sí. Va a poner a su secretaria a monitorear el sitio del taxi. Llamo a mi jefe: va a tener que prestarme dinero para volver a casa.

17:15. Llama Ricardo. La cartera está en el sitio, en el Centro Comercial Santa Fe, con la señorita Irma. Salgo a casa de mi jefe a que me preste dinero y pido un taxi.

17:25. Me subo al taxi. Jefe, a ver cómo le hace para que estemos en Santa Fe cuanto antes y luego en el centro sobre las siete. "Huuuuuuy, señorita, stá bieeeeen canijo". Subimos a velocidad Fitipaldi. Entramos en el centro comercial. Pregunto donde es el sitio. Me indican mal a la primera. Mientras subo y bajo escaleras mecánicas pienso que todo hay que hacerlo dos veces en este país. Me vuelvo a subir a mi taxi. Con él llego al sitio de marras.

18:05. Las señoritas tienen mi cartera, en efecto, y no falta nada. Me piden 50 pesos "por el relajo". Les doy las muchas gracias tres veces y no me contestan. Me sale lo español en el cerebro: relajo el mío, y ya me cobró el conductor de más.

18:20. Llamo a Ricardo: la cartera está conmigo. "Qué bueno, chiquita, yo ya estoy aquí, te espero a la hora que llegues".

18:25. Constituyentes, parada. Reforma, seguro otro tanto. ¿Por el pueblo de Santa Fe? Veamos. A la mitad, se atora el tráfico. El taxista suspira. Yo suspiro más. Bajamos a vuelta de rueda por un barrio desordenado y sucio, mientras suena Radio Felicidad, una estación de baladas de los años sesenta.

18:30. A vuelta de rueda. Raphael.

18:40. A vuelta de rueda. Roberto Carlos.

18:55. Quiero salir de aquí. Llamo a Ricardo: me disuade de ir hasta el centro. "Vete a la casa, demasiado esfuerzo para poca cosa". A lo lejos se ven las luces de la ciudad, bajo un cielo nublado: ya se hizo de noche.

19:15. Le imploro al taxista acortar por Observatorio. En avenida Jalisco los autobuses nos impiden el paso: están en cuarta fila. A su alrededor, tenderetes de ropa pirata y comida rápida. Y gente, mucha gente.

19:30. Llego a casa. Le doy al taxista diez pesos de propina sobre los doscientos que marca el taxímetro. Me consta sufrió tanto como yo. Me siento el Edward de McEwan: ¿pero en qué momento se me ocurrió cambiar el camión por el taxi? ¡Hubiéramos sido tan felices!

20:00. Me siento a escribir la entrada en mi blog que habla de la tarde más estúpida e improductiva de mi vida, mientras Ricardo está terminando su presentación. Al término de estas líneas, me llama para decir que ya viene.

2 comentarios:

Feliciano Tisera dijo...

Excelente relato...

Anónimo dijo...

Y luego dirás que te aburres, no más. Qué agobio sólo con leerte, Yai. Chechu.