"La edición de libros es por naturaleza una industria
artesanal, descentralizada, improvisada y personal; la realizan mejor grupos
pequeños de gente con ideas afines, consagrada a su arte, celosa de su
autonomía, sensible a las necesidades de los escritores y a los intereses
diversos de los lectores. Si su objetivo primordial fuera el dinero, estas
personas habrían elegido otras profesiones."
Jason Epstein, La industria del libro (Anagrama, 2002)
Almadía en Oaxaca, Arlequín en Guadalajara y Monte Carmelo
en Tabasco han demostrado que se puede llevar a cabo un proyecto cultural de
primera línea sin la necesidad perentoria de estar en la capital. Más aún, que
los territorios que no son la capital necesitan perentoriamente proyectos
culturales de primera línea. A esa aventura se han sumado empresas como
Harakiri Plaquettes desde Monterrey, Bonobos desde Toluca o De la Esquina desde
Tijuana. Cada una de ellas, con sus distintos objetivos y maneras, son ejemplo
de este auge, y sus trabajos conllevan decepciones y alegrías. ¿Cuáles son los
motivos que alientan a estos aparentes kamikazes del mundo editorial? Dispares,
aunque el riesgo, las afinidades generacionales y la autonomía de la capital
son denominadores comunes, aparte de otro rasgo central, la autoedición: los
creadores de este tipo de editoriales no se conciben como simples “mediadores”
entre el lector y al autor, sino que ellos mismos son también autores.
No existe la provincia en la era de Internet
Así León Plascencia Ñol, fundador de Filodecaballos en
Guadalajara hace más de siete años, que es poeta, antólogo y narrador. Sobre su
editorial, cuenta: “Desde un principio quise hacer libros que me gustaran visualmente.
Me gustan las rarezas, los escritores que se arriesgan, aunque puedan resultar
fallidos. Los libros de Filodecaballos van dirigidos a esos pocos lectores de
poesía que andan por ahí. Siempre he pensado que un editor en realidad es un
lector generoso que no teme compartir sus lecturas”. Filodecaballos nació con
el propósito de “llevar libros bellos con propuestas poéticas, todas distintas
entre sí, que pudieran establecer un diálogo cómplice con los lectores, y que
de alguna manera generaran una línea editorial evidente”. Como todas, ha
sufrido dificultades y altibajos, y ahora su fundador no tiene prisas por
convertir la firma en un negocio redituable: “el proyecto a largo plazo es
continuar con la editorial pero sin prisas, editando los libros que me gustan,
asombran o revelan algo; ya no me interesan las colecciones, sino que cada
libro tenga su propia vida, que sea distinto a los otros. Con materiales
diversos, casi llegando a la idea del libro-objeto”. La relación con la capital
es una pregunta ineludible. Al respecto, opina: “Me interesa tener relación con
lectores. No importa dónde vivan. Creo que pensar en ‘la relación con la
capital’ es ya de por sí una concepción provinciana de ambas partes. Me
interesan los lectores: su complicidad”.
Lejos de crecer sola en Guadalajara, Filodecaballos tiene un
espejo en el que mirarse en la ya veterana editorial Arlequín, de Felipe Ponce,
quien, a propósito de la excentricidad, argumenta que hablar de “provincia” ni
siquiera tiene sentido en la era de Internet. Sobre la capital, dice: “Pese a
querer estar presentes, sentimos a veces cierto rechazo. Es entrañable, pero no
nos gustan los modos de los capitalinos: piensan que su ciudad es lo que pasa
en todo el país. Por el centralismo apabullante, no podemos distribuir bien,
salvo en Casa Juan Pablos y en el Fondo de Cultura Económica. Sí tenemos
presencia en el resto de la república a través de las Librerías Gonvill”.
Objetivo, las librerías
Arlequín nació como una cooperativa hace trece años. Tres
amigos, Alejandro Zapa, Gustavo Hernández Pato y Felipe Ponce, convencieron a
otros siete autores para publicarse a sí mismos. “Nació con una vocación muy
clara: dar a conocer novísimas voces a un público que no identificábamos bien
pero que ahí estaba, y también poetas mayores”. Cuando se cumplió este
objetivo, se deshizo la cooperativa y comenzaron a publicar más y ampliar los
géneros hacia la narrativa. En 2001 nació la editorial como empresa. El paso de
la autoedición a un proyecto más serio lo explica Ponce porque “desde el
principio no éramos sólo unos cuates desesperados por publicarse, sino que
nacimos con la intención de crear un grupo amplio, diverso”. Arlequín inició
con el énfasis puesto en publicar autores jaliscienses, polo importante en la
literatura mexicana, lo cual le hizo ganarse el membrete de “editorial
tapatía”. Hoy, es también una firma que busca el diálogo con otras culturas.
Por ejemplo, tienen a tres escritores traducidos del catalán, dos eslovenos y
un coreano.
Ponce, con más de una década de experiencia, recomienda a
los neófitos claridad de metas y no perder la paciencia, además de luchar por
la presencia en la librería: “Acceder al mercado es fundamental. De pronto hay
editores que hacen tirajes cortísimos y ediciones de unos cuantos ejemplares
exquisitos. Y el libro, por su vocación original, debe ser masivo. Por eso
nació la imprenta, para que los copistas dejaran de tener la exclusiva del
conocimiento”. Como posible aliviane para este tipo de empresas, Ponce reclama
una ley del libro que incluya el precio fijo.
El tesón como herramienta básica
Otro veterano acreditado para dar consejos a los noveles es
Francisco Chico Magaña, editor de Monte Carmelo desde Comalcalco, Tabasco: “Si
el proyecto es parte de la vida de uno, no se requieren consejos. La terquedad
es una característica del editor”. Magaña edita libros desde hace diez años,
cuando comenzó lanzando unos cuadernillos de medio centenar de ejemplares,
engrapados y escritos por autores locales. Ahora, Ediciones Monte Carmelo tira
quinientos ejemplares por título, de elegante diseño y delicada factura. Su
catálogo incluye autores nacionales e internacionales y alcanza ya los cuarenta
títulos. Para financiarse, al principio Magaña rifaba esculturas, y luego
vendía la edición de mano en mano. ¿Cómo ha logrado sobrevivir tanto tiempo con
tal éxito? Francisco relata: ”Sobrevivo en gran medida del trabajo alterno que
realizo como editor. La idea es vivir del propio trabajo de la editorial, pero
los grandes consorcios, principalmente las firmas españolas, vendiendo toda
clase de libros y con campañas promocionales impresionantes –a tal grado que
cada semana publican a un autor que ha revolucionado la literatura–, propician
una carrera desleal. Si a eso le agregamos el beneplácito con que son acogidos
sus títulos en instancias que pudieran apoyar al editor independiente mexicano,
ya te imaginarás”. Además de su propio tiempo, Magaña cuenta a veces con la
cooperación de los autores y la coedición de instituciones como la Universidad
Juárez Autónoma de Tabasco (UJAT) o el Instituto Tecnológico de Comalcalco. Él
es otro ejemplo venturoso del paso de la autoedición a una empresa en toda
regla. ¿En qué punto uno se da cuenta de que hay que atreverse a darlo y hasta
qué punto cambian los ideales del principio?: “Fue un paso necesario para
acceder a otro público. Y no se pensó en el comienzo. En el comienzo nos
propusimos hacer un libro –literalmente: un ejemplar, que me consta conserva
don Álvaro Mutis en su biblioteca–, lo hicimos y nos quedamos sin darlo a
conocer. Luego creímos que cinco títulos serían suficientes… Los objetivos
continúan siendo los mismos: conjuntar un buen trabajo literario con un buen
trabajo editorial; lo que ha cambiado es el modo de desplazar los ejemplares.
Cien ejemplares, que fue el caso de los primeros títulos, se venden a la mano,
en la calle. Con quinientos, ya se tiene que buscar otros mecanismos”. Y suma y
sigue, pues Magaña persiste en su proyecto: “Hay autores con los que me
gustaría contar: Gerardo Deniz o José de la Colina, por ejemplo, pero a ver qué
dice la realidad. Ahora tengo comprometidos Humo de incendios lejanos, de
Eduardo Chirinos y Fuera de lugar, de Fernando Nieto Cadena”. En cuanto a su
relación con la capital, Francisco no puede quejarse: “Allí viven muy buenos
amigos, promotores del alguna manera del catálogo, y creo que poco a poco el
sello se está dando a conocer. Actualmente a través de la empresa Letras, de
Ixchel Delgado, los libros están en Educal, por ejemplo, y gracias al joven
poeta Francisco Goñi, en los Péndulos”. Los referentes de Magaña mezclan los
sellos de prestigio con casas jóvenes independientes: ERA, Mantis, El Tucán de
Virginia, Ediciones Sin Nombre, Sexto Piso –“que está realizando un excelente
trabajo, con una alineación de primera”–, Mario Muchnik, Pre-Textos, Hiperión,
y “¿a quién no le gustaría armar un catálogo como el de Galaxia
Gutenberg/Círculo de lectores?”.
Del performance al proyecto editorial
Justo desde el rincón opuesto del país, en Tijuana, Amaranta
Caballero intenta sacar adelante su editorial casi recién nacida, llamada
oportunamente De la Esquina. Se trata de una continuación de la firma La Línea,
que Amaranta fundó y regentó durante cinco años, que intenta promover el
trabajo escrito y visual de jóvenes creadores a través de lo que llama “libros
de autor”, con formato de bolsillo, y que trabaja al alimón con la editorial
también joven Anortecer. De la Esquina, explica Amaranta, no es sólo un nombre
que alude al lugar geográfico, sino que “remite a una circunstancia casi marginal:
una editorial casi emergente que trabaja con recursos propios, cuando los hay”.
Minimizada al máximo, De la Esquina no tiene un consejo editorial, y Amaranta
aclara que no hay un “catálogo ideal” puesto que De la Esquina no es una
editorial tradicional. “Lo cual tampoco es indicador de que no sea profesional.
Se busca como toda editorial independiente dar continuidad a proyectos
interesantes ya sea a mediano o largo plazo”. Recursos limitados la obligan a
limitadas estrategias de distribución: paquetería directa o, simplemente, el
mano a mano. “Aun así, los tres libros editados han tenido una buena recepción
y han sido mencionados en diferentes foros, reseñas e incluso antologías”. Con
todo, no se libra de la mayor dificultad de las pequeñas editoriales: encontrar
financiación, “puesto que de ello depende una buena calidad en edición, diseño,
impresión y distribución del producto final”.
El problema económico lo ha resuelto Harakiri Plaquettes, de
Monterrey, con una estrategia basada en la completa autogestión: con un
ingenioso sistema de tandas y venta de ejemplares en las presentaciones, han
logrado hacerse rentables, aunque su intención no sea convertirse en empresa.
La editorial Harakiri Plaquettes nació en 2002 para publicar a los jóvenes
escritores de Nuevo León. Una de sus creadoras, Gabriela Torres Olivares,
explica los motivos de la autoedición: “Muchas de las grandes editoriales no
aceptan publicarte si no lo has hecho previamente y cómo vas a publicar si
nadie te publica”. El proyecto surgió del colectivo Himen, dedicado a la
literatura y la fotografía eróticas. De manufactura artesanal y formato de
bolsillo –con las fallas propias de la confección no profesional–, comenzó con
la publicación de diez escritores jóvenes. La selección fue de Óscar David
López y la propia Gabriela Torres, encargados también del diseño. Ellos dos
forman actualmente el equipo de Harakiri junto con Minerva Reynosa. Además de
publicar, la editorial organiza lecturas, antologías, encuentros, revistas, performances
y happenings. Gabriela Torres explica sus objetivos: “Hasta ahora somos un
grupo de amigos-escritores con intereses comunes sobre la literatura emergente;
sobrevivimos gracias a la autogestión, a la difusión y a que somos una
‘incubadora de libros’. La única finalidad de las ventas es dar a conocer el
trabajo de los autores que consideramos tendrán un papel importante en el
quehacer literario. También lo vemos como un memorando literario: es más fácil
moverte con una plaquette como muestra de tu obra que con un montón de hojas
engargoladas bajo el brazo. Para la selección confiamos en la
eclecticidad/elasticidad del consejo editorial; somos poetas y narradores
empíricos y académicos. Rechazamos los trabajos a los que les falte depuración.
Nuestro criterio es regresarlos con un dictamen que entraña una futura
invitación”.
Por el contrario, el criterio de la editorial Bonobos, según
explica su coordinador editorial Santiago Matías, consiste en “dar a conocer
escrituras poco difundidas en México, autores cuya obra nos parece una
propuesta novedosa, tanto por el manejo del lenguaje como por la cuestión
formal. La finalidad de nuestra editorial es abrir nuevos panoramas y ofrecer
mayores posibilidades a las nuevas corrientes literarias”. Bonobos se fundó
hace tres años en Toluca. Comenzó publicando plaquettes de poesía y después dio
el salto a los libros, tanto de poetas mexicanos como extranjeros. Bonobos
nace, explica Santiago, “como una suerte de reclamo de lector: deseábamos
difundir y poner en circulación el trabajo de algunos poetas que a los que
difícilmente se puede acceder si no es a través de pesquisas, referencias muy
particulares, recomendaciones y prestamos de material. La editorial ha crecido
en la medida en que nos hemos involucrado con el trabajo. Te puedo decir que
hoy nos dedicamos casi ya de tiempo completo a ella. Simplemente sucedió, y el
proceso fue tan veloz y sutil que, en este momento, respondiendo estas
preguntas, caigo en la cuenta del compromiso personal que calladamente hemos
adquirido”. La selección de los autores y textos corre a cargo de Amelia
Suárez, Adolfo Estrada y el propio Santiago Matías, basándose en sus afinidades
estéticas: dedicados la poesía, pero sin nacionalidad, corriente ideológica,
apellido o generación. Por ello en su catálogo conviven “sin conflicto
aparente” Wilson Bueno con Laura Solórzano, Jorge Esquinca con Anne-Marie
Bianco, Eros Alesi con Maricela Guerrero.
Para Matías, la relación con el Distrito Federal es menos
conflictiva, no en vano están a poco menos de setenta kilómetros: “Vivir en
Toluca nos coloca en una posición geográfica, con respecto a los vaivenes del
medio literario, sana y estratégica. Aunque el tiempo de trayecto entre la
ciudad de México y Toluca es de 35 minutos, parecería que la distancia es mayor,
lo que nos permite trabajar ajenos, en la medida de lo posible, a los jaloneos
propios del ambiente cultural. Es curioso que en el DF tengan la sensación de
que hacemos grandes tránsitos espaciales para visitar ‘La Capital’. Esto nos
permite observar desde punto de inmejorable visibilidad lo que sucede con los
protagonistas, dentro y alrededor de los territorios en los que participamos y
nos movemos”.
El escaparate precedente, conste, son algunos botones de un
fenómeno cada vez más frecuente en México. Venir, ver y vencer en la capital ya
no es una meta. Sí convertir la periferia en centro, que no supone otra labor
que hacer coherentes el peso cultural de estas ciudades con su actual peso
económico y poblacional. Para ellos, como para cualquier editor independiente,
una ley del libro les daría un respiro. Ley como la que vetó el ex presidente
Fox a finales de su mandato, defendida profusamente por Gabriel Zaid, entre
otros, y que se ha demostrado eficaz en otros países, como en Francia la Ley
Lang.
En cuanto al libro se refiere, en fin, cuidar de los
pequeños es algo más que un capricho filantrópico: nombres como Giulio Einaudi,
Sir Stanley Unwin, Sylvia Beach, Mario Muchnik o Joaquín Díez-Canedo (por
mencionar un ejemplo geográficamente cercano) demuestran que son los pequeños
los que han marcado los hitos más grandes en la historia de la edición, y por
tanto de la cultura.
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