miércoles, 31 de diciembre de 2025

volver (IV)

Nunca conocí, por ejemplo, Chihuahua, ni Sonora, ni Sinaloa, ni Baja California Sur. Del norte, de hecho, solo conozco lo que recorrimos Alfonso y yo en nuestra ruta de Chicago a Guadalajara, que incluyó un soborno policial en Saltillo y el cruce por el desierto de Zacatecas. Era el año 2003, eso muy pronto dejó de poderse hacer pues el narco tomó todo. Me pregunto si podré ver todo eso que quedó en prórroga esperando a tener tiempo. Ya no me hace ilusión.

 

Recuerdo la algarabía que siempre sentía al caminar por el centro –avenida Juárez, iglesia de la Vera Cruz, Bellas Artes, Madero, el Sanborns de los azulejos, el zócalo, Donceles–,  la ciudad de los palacios, el corazón vibrante del país. Intento volver a esa alegría, revivirla, pero no lo consigo. "Es que que hayan ganado los malos", dice Ricardo. No es eso, le digo. Es una cuestión de piel. Ya no pertenezco aquí. 

De alguna extraña manera, empecé a entenderlo cuando visité la casa de Karen Blixen a las afueras de Nairobi, aquella primavera de 2019, la del aquelarre. Ella también vivió catorce años –ni uno más ni uno menos– en un país que hizo suyo pero que nunca lo fue del todo.

Digo todo esto sin dolor. Y con agradecimiento. El México que viví y en el que fui feliz lo llevo siempre conmigo, y puedo recuperarlo, aunque sea fugazmente, en la conversación con mis queridos amigos, con los que, sí, siempre me siento en casa. Tania, Gerardo, Eduardo, Cristina, Alberto, Luis, Emiliano, Brian, Jesús, Constanza, Marcos, Vivian, Gerardo, Mayte, Gabriel, Santiago, Daniel, Gastón, Julieta, Gerardo (¡sí, tres Gerardos!) y todos los Cayuela Gally. Pasaré el invierno que queda pensando en su calor.

 

La piedra tezontle –un día pirámide, al otro iglesia– nos recuerda que todo cambia y no es ni malo ni bueno, simplemente es.

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