sábado, 20 de diciembre de 2025

volver (II)

 


(I) He desaprendido los códigos que nunca pensé desaprender, y por eso estoy atrapada en el río de Thiers sin entender cómo he llegado aquí. Hay muchas más motos que antes, lo cual añade un –digamos– estímulo adicional al tráfico. Nunca, nunca, hay que coger el coche una tarde de diciembre en la ciudad de México. Me preocupa no recordar las buenas rutas, esto era un camino cotidiano. ¿Cómo pude olvidar cómo se toma la lateral del Circuito para doblar a la izquierda en Juan Escutia? Ahora tendré que esperar a cruzar el puente y, tras liberarme del encajonamiento entre camiones y peseros, girar derecha-derecha-derecha para tomar el final de Constituyentes. No podemos engañarnos pensando que todo esto era más bonito. O que en algún momento lo será. Me encanta la frase que cuenta mi suegra que decía su madre, exiliada catalana, cuando le preguntaban si le gustaba México: "pregúntamelo cuando lo terminen". No creo que vuelva a vivir aquí nunca más, pero quién sabe.
 

(II) Mi amiga Tania pertenece a esa estirpe de personas para las que, sobre todas las cosas, está la vida. Es más que un obvio instinto de conservación, y no es tan frecuente verlo en los especímenes más inteligentes, como ella. Es una fuerza que la empuja a ser y estar con luz y amor, ¡a veces incluso contra su voluntad! La veo, bella y espléndida, delante de nuestros hijitos de Ladera Norte, y pienso que ser así es todo a lo que aspirar. La oscuridad de este año, injusto, triste, cruel, no ha vencido.
 
(III) En La Embajada Jarocha los muros se deshacen. La luz blanca de neón es fea pero honesta: todos los defectos quedan a la vista, no hay espacio para la doblez. En México hay dos cosas que los machos hacen como en ningún otro lugar: rezar y bailar. Cuando en una orquesta suenan los metales, el cuerpo salta en alerta, es una llamada antigua. En los ritmos de ida y vuelta está la felicidad. Los pies van a irse detrás del barquito de la cumbia. El baile nos salvará.
 
 

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