viernes, 17 de enero de 2025

entendimiento en la tristeza

Lo que podía parecer divertido en realidad no lo era. Como cuando te perdiste en la madrugada de Barcelona y escribiste desde un tren equivocado a Francia. O cuando alzaste la cabeza, arrebatado, en un anochecer infinito de Madrid: ¡el cielo, el cielo! O aquel viernes en que los tres –vaya tres– se excusaron desde la colonia Narvarte: no podía ser de otra manera, teníamos que recitar Muerte sin fin.

Lo que podía doler –solo ahora lo entiendo, tarde, perdóname– te dolía a ti antes que a nadie.

Lo más obvio no era la verdad profunda.

Lo que pasaba en realidad sucedía en otra dimensión que nunca pude concebir. Un día estará perfectamente claro. La ciencia acaba siempre explicando lo que la poesía sabe de antes.

Confieso que te rehuía. La luz tiene sus razones frente a los agujeros negros. Pero el agujero negro quizá sea el ojo que todo lo ve.