miércoles, 10 de octubre de 2018

Sex and the City


Leí hace unos días a Diego Salazar (de pronto me acuerdo perfecto de cuándo lo conocí, en otoño de 2005, después de un acto de Letras Libres en Casa de América, caminando hacia el Cock; qué jóvenes éramos, ¡sobre todo él!) que cada vez está más convencido de que nunca debimos dejar de escribir blogs. Bueno. A ver cuánto me dura el empujón que me da su frase.

Estuve en Nueva York la semana pasada, o para ser precisos, en el Nueva York de mi amiga Annuska, es decir Williamsburg, Brooklyn, donde vivió en los años noventa todos sus veinte años. Williamsburg, viejo puerto con astilleros, era entonces una zona industrial venida a menos, y por eso, cuenta mi amiga, le gustaba tanto: se parecía tanto a su Bilbao. Ahora, último barrio pijo/fresa/hipster, quedan huellas de ese pasado en las chimeneas ciegas que adornan jardines interiores, en las ventanas de almacén que conservan los edificios remodelados, en algunos bares decadentes y unas cuantas pizzerías donde comer a la una de la mañana.



Aunque Annuska se fue a Nueva York con una beca para estudiar danza –fue alumna de Merce Cunningham, ojo, como Alma Guillermoprieto– y estuvo inscrita en bellas artes, las circunstancias de la vida le impidieron completar una carrera. Eso luego, ya en México, con dos hijos y casi cuarenta años, la mortificaba. Yo en cambio, qué aplicadita fui siempre, empecé y terminé mi carrera cuando debí, un año después si acaso porque, oh, qué trabajadora, fui becaria desde los veinte años. Pues bien. En compañía de sus amigas, recorriendo las calles de su juventud, al abrigo de unas noches inusualmente templadas de ese norte, pensaba en cuánto la admiro, en que un millón de veces hubiera pagado por tener aquellos todos sus veinte años en Brooklyn, en que qué demonios sirve la universidad toda aplicadita y en que qué tonta fui yo siempre.

Annuska, además, acaba de graduarse por la UNAM en letras inglesas.



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El quinteto de Nagasaki, de Aki Shimazaki (Lumen). La historia de Japón desde los años veinte a través de varios personajes relacionados entre sí por la misma historia –que tiene su centro en la bomba de plutonio lanzada sobre Nagasaki– y que se van sucediendo en el tiempo. Toda la estructura es la de una flor que se va abriendo: en presente y en primera persona, cada personaje es un pétalo que la compone. Muy bonita recomendación de la editora Fernanda Álvarez.

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