Creo que se puede entrar libremente, por tiempo limitado, en esta nota (el periódico Reforma se tiene en tan alta estima que todo lo cierra a cal y peso). También está gratis, pero ahí la sintaxis es tan pobre y los árboles del melodrama tan frondosos, que no dejan ver los datos.
El caso es que un señor llamado Esteban Cervantes Barrera, que vivía en una de las zonas más deprimidas de este Valle de lágrimas, salió a doblegar al loco asesino del metro Balderas y se llevó tres tiros a bocajarro. Sólo lo ayudó otro hombre, que sigue ingresado en el hospital. Cerca de la sesentena, había nacido en un pueblo de Michoacán, era soldador y tenía cinco hijos ya criados. "Era un hombre estricto –dice uno de ellos–. Ejerció una disciplina sobre nosotros bastante fuertecita, pero dentro de todo nos sacó adelante a los cinco". No dejo de pensar en esa historia, como tantas en el cinturón gris y desordenado que cerca el Distrito Federal. El hombre de provincias llega a buscar fortuna en la capital, donde sólo queda sitio en la la tierra seca que antes era lago. El polvo y la pobreza no hacen flaquear la honradez ni el rigor –evita que la desesperación imbuya en sus chicos malas tentaciones. Probablemente crea en Dios. Y un día cualquiera, volviendo del trabajo, actúa como pocos lo harían en una ciudad de semejantes condiciones. Como un ciudadano.
Se preguntan siempre por qué este país no se termina nunca de ir al carajo. Yo digo que por gente así.
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