“Yo
no creo que un hombre se haga en la guerra”
El
doctor Esteva Fabregat nació en noviembre del 18, y su biografía incluye la
fundación de la primera Escuela de Antropología de España, en los sesenta, y
una estrecha colaboración con Erich Fromm en los cincuenta. Triunfos para un
perdedor de la guerra: había militado en las Juventudes Socialistas y luchado
en el desgraciado frente de Aragón. Antes, fue juvenil del Barça por dos días:
“Supimos del levantamiento el domingo 19 de julio, y yo había firmado la ficha
de profesional el viernes anterior”. Después, lo esperaba el campo de
concentración francés de Saint-Cyprien. De él salió con un pasaje en el Sinaia, el primer barco de
refugiados españoles que llegó a Veracruz, hace setenta años. En México sentó
las bases de su carrera académica. ¿Y la futbolística? “Que le cuente cómo lo
llamaban en el equipo aficionado en el que jugó en Puebla”, insta Berta, su
mujer. “El Filósofo”: siempre andaba hablando de clásicos griegos, o
convenciendo a los árbitros con críticas a la razón práctica.
¿Cómo
es que nació en Marsella?
Ahhh, porque mis padres fueron a visitar
a un hermano de mi madre, y ella, entonces embarazada, había calculado mal.
Pasó la cuarentena en Marsella conmigo y luego volvimos a Barcelona. Fui
francés cuarenta días.
¿Qué
imagen guarda de los dieciocho días de travesía en el Sinaia?
En el barco, por primera vez en algunos
años disfruté la sensación de libertad, y puedo identificar la experiencia del
viaje, comparada con la guerra y el campo de concentración, como unos días de
reposo. Por otra parte, en aquel momento ya pensábamos en otras urgencias:
saber todo lo posible sobre México. Cada día en el Sinaia se publicaba un
boletín de información en ciclostil y se nos daban pláticas sobre el país. Por
ser refugiados políticos, pedíamos información sobre la revolución mexicana. Yo
no había leído mucho sobre el tema, pero había dos personajes que nos
impresionaban especialmente: Pancho Villa y Emiliano Zapata.
¿A
qué se refiere con “sensación de libertad”?
Bueno, fue un modo de entrar en
comunicación con otras experiencias. La idea principal era olvidar. Todo.
¿Qué
todo es ése que quería olvidar?
El hecho mismo de la guerra, algo que
impresiona muchísimo.
¿Usted
vio a gente morir?
Oh, claro que vi, muchos. Y estallar las
granadas de las bombas en compañeros de la unidad militar. Lógicamente, si
entrábamos en combate había muchas bajas.
¿No
siente que los franceses traicionaron a la II República?
Yo creo que los franceses estaban también
divididos en izquierdas y derechas. Su izquierda iba a ser también derrotada y
cuando llegamos, la mayor parte de la gente nos repelía. Francia e Inglaterra
nos abandonaron. No fue traición, propiamente: pensaban que si ganábamos
nosotros, ganaba el comunismo.
Usted
dijo que México le había marcado más que la guerra civil. ¿Tanto así?
Me refiero a que llegué a México con
veinte años, y a esa edad no hay nadie que esté completo. Yo no creo que un
hombre se haga en una guerra, sino antes o después. Y la principal experiencia
formativa la tuve en México. Esto me hizo más mexicano que español en aquel
momento.
Y
hoy, ¿es más mexicano o más español?
No tendría sentido decir que soy más
mexicano que español, porque soy una persona culturalmente mestiza, y uno tiene
familia en los dos sitios. Puedo ir a España y sentirme bien, y al mismo tiempo
sentir nostalgia de México.
Cuénteme,
¿por qué volvió a España en los años sesenta?
Porque las organizaciones políticas desde
el interior de España nos reclamaban que volviéramos para ayudarlos a combatir
al régimen. A los exiliados se nos acusaba de haber perdido la idea. En México
se dio una división de pareceres entre los que triunfaban económicamente, que
querían quedarse, y los que sentían la obligación moral de volver. Volvimos
para influenciar, para contribuir a destruir la falsa información que se había
dado sobre la República.
¿Cómo
vio España en esos años?
Triste. Sobre todo Barcelona. Pero uno se
preguntaba si la visión que tenía de España era diferente porque la estaba
viendo veinte años después. Es decir, que esta imagen es muy relativa.
¿Cuándo
regresó a México?
Hace siete años. Yo ya había cumplido mis
compromisos en España, y compañeros míos de aquí me ofrecieron un lugar donde
trabajar.
Cualquier
otro, con 83 años, se hubiera retirado a una playa del Mediterráneo…
[Risas] No tanto, no tanto… Mire, hay
maneras de ser. A mí me gusta estudiar, pensar, escribir, y las playas no me
atraen mucho.
¿No
cree que la historia del exilio en México sigue sin conocerse bien en España?
Es ahora, cuando la tercera generación
desde la guerra civil ha accedido al gobierno –y me refiero al de Rodríguez
Zapatero–, que se empieza a revivir lo que se llama la memoria histórica.
Todavía, cuando se abren fosas de fusilados, hay muchos testigos del mismo
pueblo, ya ancianos, que no quieren opinar porque tienen miedo. Cómo va a
hablarse del exilio de México, si durante cuarenta años la gente ha estado
perseguida. Ahorita, precisamente, recién empiezan a atreverse a contar.
Naturalmente, cuando se habla de memoria histórica surgen todos los
conservadores, que son muchos, y dicen que recuperar la memoria histórica es
reproducir la idea de la guerra civil.
Bueno,
dicen que las barbaridades durante la guerra se produjeron de ambos bandos, no
sólo del vencedor.
Sí, y es verdad que hubo persecuciones
del lado republicano, pero éstas eran reacciones al levantamiento militar. Hay
que tener en cuenta que en el momento del golpe la mayor parte de las fuerzas
armadas se sumó a él, dejando a la República sin fuerzas para reprimir los
desmanes que se producían en la retaguardia.
No
los estará justificando…
No, no: fueron movimientos de reacción, y
no podían ser castigados por las autoridades republicanas porque habían quedado
totalmente desarmadas. Hasta más o menos septiembre del 36 no se pudo recuperar
un poco de orden en la retaguardia. Los que cometían desmanes lo hacían por su
cuenta, mientras que el régimen franquista lo hacía por medio de leyes.
Volvamos
a México. ¿Qué le sorprendió más al llegar?
Sobre todo, la manera de hablar: había
muchas palabras cuyo significado no sabíamos y nos hacían albures cuando
preguntábamos qué querían decir. Y también, la forma urbana, sobre todo el
zócalo, primero de Veracruz y luego de la ciudad de México, donde me tocó ir
cuando nos distribuyeron. Una vez en México, nos llevaron al Refugio,
apartamentos que habían alquilado las autoridades de la República en el exilio.
¿Y
ahí le dieron trabajo?
El trabajo se lo fue buscando cada uno
por su cuenta. Entre tanto, nos daban un subsidio de un peso con cincuenta para
cada soltero. Íbamos juntos cuatro o cinco a un chino de la calle Bolívar,
entre El Salvador y Uruguay, donde daban una comida corrida por 65 centavos.
¡Todavía nos sobraba dinero!
¿Y
cómo salió adelante?
En mi caso, junto con otros catalanes,
fui al Orfeó Català, donde nos recibieron muy bien los antiguos residentes, y
allí fue donde empezó a formarse “la red”: un viejo residente le daba empleo a
un recién llegado, éste hacía correr la voz entre sus amigos y se ponía en
marcha la bolsa del trabajo. Digamos que esta bolsa estaba basada en relaciones
de grupo “étnico”: los catalanes por una parte, los vascos por otra, los
gallegos por otra…
¿Los
mexicanos cómo los veían?
En general, había una simpatía por
nosotros. Pero sabíamos que la mayor parte de la oposición pedía al gobierno
que nos expulsara del país por ser asesinos de monjas y todo tipo de
barbaridades. Además había muchos gachupines –españoles que ya estaban aquí–
partidarios de Franco que hicieron campaña contra nosotros.
Y
de Erich Fromm, ¿qué aprendió?
Aparte de las enseñanzas académicas,
aprendí a apartarme de toda teoría ortodoxa: habíamos llegado a la conclusión,
a lo largo de muchas conversaciones privadas, de que el siglo XX era el de las
matanzas múltiples por culpa de las ideologías. Y muy importante: aprendí a
conversar de una manera menos apasionada, a usar la razón crítica no como
instrumento de lucha, sino de persuasión.
Tiene
usted 90 años. No se aburre uno de vivir…
Al contrario. Más bien quisiera vivir
toda la vida, y esto no va a ser posible… Pero no, no tengo ningún problema;
cuando me llegue el momento, creo que no me voy a enterar.~
(Publicado originalmente en el blog
"Otras voces" de la revista Letras
Libres, el 9 de septiembre de 2009.)
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