“¿Y
qué es ser un escritor infantil?”
Isol,
que nació en Buenos Aires en 1972 con el nombre de Marisol Misenta, es un
espíritu renacentista dentro de un cuerpo breve. Sus libros para niños, que
ella misma ilustra y rezuman humor políticamente incorrecto, le han granjeado
numerosos lectores y codiciados galardones, entre ellos la mención especial
como finalista del Hans Christian Andersen por dos años consecutivos. Además,
ha sido cantante pop con diversos grupos y es soprano de un conjunto de música
barroca.
¿De
qué marmita vital vienes, que haces tantas cosas a la vez?
Cuando todos somos chicos, cantamos,
dibujamos, inventamos cuentos… No sé por qué algunos dejan de hacerlo. Yo
siempre me mantuve conectada con eso. Tiene que ver con que fui estimulada en
casa, porque en mi familia todos son medio artistas. Es algo para mí natural,
hacer muchas cosas. A veces también provoca un poco de estrés organizativo,
pero también todo lo que hago se complementa mucho entre sí.
¿De
qué manera lo complementas?
A mí me encanta contar historias, y
principalmente lo hago escribiendo e ilustrando. Cuando canto también trato de
reflejar un clima, llevar al otro a jugar con otro mundo. Así como cambio de
técnicas en los libros, me encanta tener nuevos desafíos, encontrar nuevo
material. La música se hace con otras personas y en ella se da una situación de
exposición física inmediata muy estimulante. Por otro lado, es agotador, y
tengo que volver a la intimidad y la soledad de mi estudio, algo que me
encanta. Me gusta también publicar, sentir esa libertad total: nunca pensé en
hacer algo para alguien; tuve la suerte de que lo que me gusta hacer encontró
su público.
Has
dicho que más que escribir para niños, usas al niño como personaje. ¿Será que
en realidad no eres una escritora infantil?
¿Y qué es ser un escritor infantil?
Cuando oigo ese adjetivo, me fuerzo para no enojarme. Además, mis ideas no se
parecen nada a las de los niños. Yo pensaba que sí, hasta que empecé a trabajar
con ellos en talleres.
Pero
algo tienes que tener, a pesar de que no tengan las mismas ideas, que los niños
hacen clic con tus historias.
Bueno, si fuera igual, quizás no les
interesaría tanto. Mis historias tienen una vueltita que hace que a los adultos
también les encanten. Y en realidad, ¿tan diferentes somos? ¿Por qué uno tiene
tanta empatía cuando ve a un niño? Porque hay algo de él en uno. Somos un niño
crecido que aprendió a comportarse y a pensar las cosas de manera matizada. Yo
como niña fui muy seria, muy preocupada, y cada vez tengo menos preocupaciones:
cada vez me parezco más a la niña que hubiera querido ser entonces.
A
los niños resulta que le encantan las historias con humor negro, con ironía,
con crueldad. ¿Por qué crees que se les sobreprotege?
Si a ti te da miedo algo, querrás cuidar
al niño de eso. Supongo que ahora hay padres que tienen menos miedo, por eso le
pueden dar a sus hijos libros como los míos. A veces nos olvidamos que los
chicos son más inteligentes de lo que pensamos. Por ejemplo, mi sobrino, que
tiene cinco años, sólo ve Los Simpson. Para mí Mafalda, cuando era chica, era
mi ídolo. Y ambas historias son complejas, tienen muchas líneas de
interpretación. Está bueno en todo caso pecar de más sentidos que de menos. Secreto de familia [donde una niña
descubre que su madre es un erizo], a las madres les encanta, y está bien que
se rían de ellas mismas. De chica yo quería tener otros padres, y después me
encontré que a muchos les había pasado lo mismo. También tienen un éxito enorme
todos los seriales de niños huérfanos; creo que para ellos, como fantasía, es
muy liberador. Si uno piensa “no quiero a mis padres”, empieza a preocuparse,
puede ser un drama, pero si dice “por un rato juego a que no tengo por qué
soportar a mi mamá que está gritando todo el día” y se ríe un poco, quizá ella
también se pueda reír, y se descomprime la situación.
Hablando
de madres-erizo o madres-globo, yo soñaba que la mía era una bruja. ¿Qué
hubieras escrito tú?
Habría que ver qué aprendiste de eso. Yo
fui a terapia mucho…
Emilia
Ferreiro ha dicho que a pesar de que los niños nacen en un entorno donde se
familiarizan primero con las nuevas tecnologías, siguen leyendo libros. ¿No nos
preocupamos demasiado por que dejen de ser lectores?
La actividad de la lectura tiene
determinadas particularidades que es muy triste que se pierdan. En el sentido
no sólo del objeto o del contenido, sino de realizar algo en silencio. No sé si
el libro es en sí algo siempre sagrado –porque la gente también ha leído
siempre novelas malísimas, por ejemplo–, pero a mí me deja muy ansiosa estar en
internet mucho tiempo. Un libro, lo cierro y ya está, y a la vez sé que sigue
ahí. Además, está terminado, se hizo en un momento, no como en internet, que
todo permanece en algún lugar inacabado. A mí me preocupa porque me encanta
hacer libros y si no hay más, no voy a tener más trabajo. Lo ideal sería que
estuvieran las dos cosas.
Pero
según tu experiencia con niños, ¿ves que afecta a la lectura de alguna manera
su contacto permanente con las tecnologías multimedia?
Lo que vi en algunos lugares fue el ansia
de inmediatez que ahora tienen los pibes. Una vez dije que había estado
haciendo un libro ocho meses, y se quedaron asombrados: “¡tanto tiempo!” Y la
maestra me decía: “diles, porque para ellos, si algo les tarda más de dos
horas, ya está mal”. Por eso muestro las cosas que no me salieron bien, pero
con orgullo, para que vean que esa idea de “puedo conseguir todo” no es verdad.
Hay cosas que no están afuera, están adentro y necesitan un tiempo para llegar
a ellas. Por otro lado, lo que es divertido de internet es que todos sienten
que pueden crear. Opinan, hacen un cuadro, lo muestran. Creo que lo bueno se va
a decantar.
¿Cómo
se lleva un escritor para niños con los niños?
Como en todo, hay niños simpáticos y
niños insoportables. Yo en general me llevo bien, porque me ven un poco como un
par. ¡Como los veo yo a ellos! Quizá es una equivocación mutua, pero nos
hacemos los que no nos damos cuenta. Me divierto con ellos como con mis
personajes, y nunca estoy del lado de la madre. Llevo mis propias inquietudes a
mis historias, que me parecen muy claras en algunos niños –el bien, el mal, qué
hay que hacer, qué no…– y que son situaciones que de grandes nos siguen
angustiando. Hice un libro sobre eso, Petit,
el monstruo, cuyo protagonista se ve como un monstruo porque no es ni bueno
ni malo, porque la madre le dice “cómo un chico tan bueno puede hacer cosas tan
malas”.
Eres
perversa…
No sabés cómo funciona ese libro con los
niños. Mis libros plantean problemas, no soluciones. No para quedarse con la
carga, sino para decir “mirá, lo mismo se puede ver de este otro lado”. A
todos, chicos y grandes, nos pasa lo mismo, pero nos olvidamos.~
(Publicado originalmente en el blog
"Otras voces" de la revista Letras
Libres, el 22 de septiembre de 2009.)
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