He descubierto que no sé cómo expresar lo que siento con respecto a una ciudad. Mucho menos explicar razones. En el fondo siempre me gustó Buenos Aires. ¿Más que Madrid? Quizá menos que México. Pero no sé por qué. Tengo la convicción, eso sí, de que podría vivir en cualquiera de las tres ciudades.
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El caso es que fui a Buenos Aires por tercera vez después cuatro años y el viaje me produjo sentimientos encontrados. No, no y no, me decía, Buenos Aires nunca superará a México. Calles en forma de ola, pirámides desarmadas en las paredes de iglesias torcidas, mercados de colores, volcanes, terremotos. ¡A ver quién llega a la altura de esos zapatos!
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Llevaba en la maleta, claro, el lastre de dos lejanos años de convivencia con Buenos Aires en mi propia casa, con todos los inconvenientes que ello conlleva pero sin muchas de sus ventajas. Ay, el chanta, el desprecio profundo por el propio país y a la vez la presunción de ser parisino en América. Y ese acentito que me ponía de los putos nervios. Lastre, puro lastre.
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De pronto, el calor. Un calor húmedo como el de Barcelona o Sevilla. Un calor de verano infinito, tierra prometida de la infancia. Niños jugando en la noche. Gente en los cafés hasta las dos de la mañana. Tirantes y pantalones cortos. Carne invitando al sudor. Así fue la primera vez que visité Buenos Aires. Y recordé cómo ya entonces deseé descubrirla sola.
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No, no existe en México cafés hasta las dos de la mañana, ni calles en las que los niños jueguen las noches de verano. Por no existir, no existe ni el verano: es temporada de lluvias. Para qué hablar de la carne invitando al sudor...
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"Hola, ¿Shaisa?, ¿qué tal? Esequiel, bienvenidos". ¿Qué es esa aparición de los cielos que me llama por mi nombre? Rubioojosmieljovencito. Me gusta. Y el que toca el bongó en la banda callejera de Florida también. Morenoojosdemoroyrizos. Y el que lee el periódico en la pizzería. Rubioojosazulesybarbillaenángulos. Y el librero, morenazocongafas. Y el castaño con el que casi tropiezo y me provoca un infarto. De lo guapo. ¿Mi vida, mi amor? Conmigo, disfrutando por su parte de la carne invitando etcétera. Él prefiere las morochas (la sangre italiana, que siempre le ha tirado).
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Porque hay que ver lo hermosas que son las mujeres argentinas. Por qué se empeñarán en ir de uniforme.
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Pensamientos homicidas yendo en el 152 de La Boca a Recoleta. Siento unos deseos irrefrenables de agarrar uno por uno a todos los peseros y combis de la ciudad de México, ponerlos en filita con un moño rosa y arrasarlos con napalm. No es excusa que el transporte sea privado. En Buenos Aires las paradas están marcadas con postes y hasta venden un plano-guía con todas las rutas. Y en caso de preferir el taxi, no hay que estar escudriñando minuciosamente pintura-placas-licencia por si estás cayendo en manos de un delincuente.
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Las palabras. Eso es. Mi íntima familiaridad con los tres lugares. Mientras decidimos dónde acabar o no, voy engordando con palabras que a veces adquieren resonancias mágicas la vaca de mi lengua.
vale sale dale
¡Vaca india, que nadie me la sacrifique!
***
(Fe de erratas, cortesías de Feliciano Tisera y de un anónimo)
5 comentarios:
Me rindo a tus pies, Yaizita.
Besos gordos de Link
¿Pondrías la samarreta en la lista? pues para mí entre dos, él marcador sigue siendo 6 cules 3 tenochcas... pero a la luz de tus líneas el partido se vuelve interesante…
Besos cuñaaaa
Excelente calidad, y llena de diversión. Gracias, Yai.
Sos grande.
Me gustó tu texto. Pero se llaman peseros, porque solían costar un peso.
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