Estoy a punto de tirar este tarrito Rogé Cavaillès. Huelo los restos y estoy en París. Lo compré al llegar porque las normas aeroportuarias europeas impiden subir a bordo líquidos y cremas que superen bla bla bla. Fue el miércoles 2 de julio, en una farmacia de la rue St. Antoine, justo donde se convierte en la rue Rivoli, en la placita donde está la estación de metro de St. Paul. Este tarrito que estoy a punto de tirar vino conmigo a la Place des Vosgues, a la Île de St. Louis, a Notre Dame, a cenar crêpes en en Faubourg St. Antoine, a desayunar en la Place de la Bastille, a la casi vacía St. Severin, a la casi llena St. Germain des Prés, al Museo Cluny, a almorzar a los Jardines del Luxemburgo, a pasear en Batobus, a ver de noche la Olimpia de Manet y a comer faláfel en Le Marais, a conocer el Jardin des Plantes y la Grande Gallerie de l'Évolution, al exquisito y moderno Museo Guémain de arte oriental y al horrendo y posmoderno Musée du Quai Branly, a ver la Torre Eiffel como la vio Hitler, cautiva y desarmada desde Trocadero, y a descansar bajo su sombra en el Campo de Marte, a pasear la rue de l'Université, donde vive Jorge Semprún, y a cenar ostras con champán con Félix Romeo y Lina Vila en La Coupole, a visitar el Museo Rodin y a saludar mi placa favorita en la Place Vauban, a recorrer todos los Campos Elíseos y a leer junto a la fuente del jardín del Palais Royal, a disfrutar el Museo Carnavalet y comprar libros en los bouquinistes, a cenar en un vietnamita, a emborracharme con Calvados y llorar sola, a saludar a los caídos en la segunda guerra mundial, ver la ciudad desde el Sacre Coeur y decirle adiós con el cuscús de Chez Omar, donde nos llevaron Lina y Félix.
Hago una lista como quien reza un mantra, a modo de ínfimo homenaje a la belleza de esos días. Una belleza que no impidió, sin embargo, sentirme triste como nunca en mi vida. Un nunca al que espero volver. Ahora que estoy a punto de tirar este tarrito de Rogé Cavaillès...
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