Cinco días de "contingencia" (véase tercera acepción del drae y aplíquese con imaginación) han hecho falta para que el secretario de salud, que da dos ruedas de prensa al día y habla en los telediarios de máxima audiencia, haya dicho algo más de los muertos. Por lo pronto, corrobora las cifras oficiales de la Organización Mundial de la Salud, que a exagerada no la gana nadie (véanse noticias del 2005 de la gripe aviar): de los 159 muertos por neumonía atípica –una de las complicaciones en que puede derivar la nueva gripe–, siete han sido confirmados como enfermos del virus. Siete. Seis en la delegación de Tlalpan y uno en la de Magdalena Contreras, en el D.F. Ambas en el sur, dato interesante. Siguen sin decir nombres, "por respeto a la intimidad", ni perfiles (¿pobres, ricos, mediopensionistas?)
Otros diecinueve enfermos también han sido confirmados, pero se encuentran bajo control. Veintiséis en total.
Hoy dos periodistas se han hecho un lío con los números al preguntar al ministro, que a su vez tampoco maneja muy sueltamente las cifras. Ha sido triste porque no parecían becarios (el ministro incluido).
Y bueno, no hay que culparlos, porque a mí tampoco me cuadran las cifras: por el lado de la sospecha, hay casi dos mil enfermos y centenar y medio de muertos, y por el de los hechos verificados, sólo diecinueve afectados y siete muertos. O los laboratorios que analizan el virus son demasiado lentos (laboratorios yanquis, no cualquiera), o el número de afectados real va a ser mucho más bajo del que la gente teme.
O a lo mejor es que yo soy de letras...
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