En un teatro llamado Foro Lenin, en la calle de Mérida, colonia Roma, unas muchachas bailaron ayer flamenco. Tenían su gracia, aunque mi padre las hubiera juzgado más saborías que las coles en vinagre, y genuina buena voluntad. Claro, que les cantaran a algunas "gitana, mueve la cintura" parecía un mal chiste racista, y no por lo de gitana. Y lástima del guitarrista, cuyo instrumento maullador no estaba a la altura de sus dedos.También fue desconcertante el par de números mallorquines intercalados en el espectáculo (con la reticencia de algún miembro del Orfeó Català de Mèxic, indignado por participar en un evento de bailes españoles). Pero, ay, lo insufrible, lo verdaderamente insultante al noble arte flamenco, fue
-¡oh, dioses!, ¿por qué no le partió un rayo?- la cantaora chilanga, cuya falta de ritmo, voz y entonación era sencillamente inverosímil: en su boca, unas alegrías de Cádiz eran algo parecido a un son jarocho, y unas simples sevillanas, snif, un disco rallado.
1 comentario:
Tu entrada me ha hecho acordar a una experiencia flamenca en mi viaje a Cuba. Tengo pensado escribir de ello cuando me ponga a escribir sobre ese país en mi blog.
Felicitaciones, como siempre, por tu excepcional prosa.
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