La Feria Internacional del Libro de Guadalajara es una gigantesca borrachera. Literal y metafórica. Al día siguiente, la resaca nos hace odiarla. Qué derroche de tiempo, de dinero, y hasta de risas. Ya lo decía mi abuela, cuando jugábamos hasta el dolor de pequeños:
"Vai a acabá llorando".
Y sin embargo, la cruda, que aquí dicen, no debe opacar las perlas que encontramos por el sendero más ebrio de Jalisco. Inolvidable Antonio Muñoz Molina, su mirada lúcida sobre España y su curiosidad sana por México ("es que no tengo tiempo de ser de Murcia", parafraseaba a Mihura); la elocuencia improvisada de Cayuela, siempre acertada sobre cualquier letra que lee; el reencuentro con las colombianas hermosas, Anna María y Marián; la sonrisa de ésta junto a los correligionarios del Abismo, que se la disputaban a canciones y a recuerdos; el mismo Abismo y su gran noche: la de la puta y el viejo increpando a los cantantes sublimes -Hernán, Jorge y el trío tapatío del Lido-, a Apuleyo-Diego G. del Gállego y al final andante de El corazón de las tinieblas -horror, horror-, nuestro querido Diego G. Elío.
Mi segunda FIL. Fine, thank you.
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