Julio Verne, el capitán Nemo y la bahía
de Vigo tienen algo más en común aparte del capítulo VIII de la segunda parte
de Veinte mil leguas de viaje submarino, donde el narrador francés relata que
es en esas aguas gallegas, de los galeones hundidos en la batalla de Rande, de
donde Nemo extrae su fortuna fabulosa. Se trata de la exposición itinerante El viaje del capitán Nemo, que recorrió varios puertos gallegos
desde principios de junio a bordo de las bodegas del barco de La Fura dels
Baus. Su comisaria, la crítica literaria Mercedes Monmany, repasa las claves de
esta exhibición y de su logrado catálogo, una magnífica muestra del universo
que Verne es capaz de desplegar en escritores, dibujantes, cineastas,
ingenieros y hasta cocineros, desde que se nos instala dentro mientras vivimos
en nuestra patria, la infancia.
Dos
circunstancias principales se dieron para concretar esta muestra: el centenario
de la muerte de Verne, cumplido exactamente el pasado 24 de marzo, y la Vuelta
al Mundo de Vela, que por primera vez en su historia no partirá de un puerto
británico, sino de la ciudad de Vigo. Siendo en las aguas de esta bahía donde
Verne sitúa el tesoro del capitán Nemo, el gobierno autonómico de Galicia
aprovechó el evento deportivo para organizar un gran programa cultural dedicado
al mar, en el que tendría cabida el homenaje al escritor nantés propuesto por
Mercedes Monmany y el espectáculo de La Fura dels Baus Peregrinos da
noite sobre los emigrantes gallegos a bordo de su propio barco, el Naumon. Monmany cuenta que fue José
Ramón Lete, director general de Deporte de la Xunta, quien dio con el hilo
clave: por qué no hacer la exposición aprovechando las bodegas del barco.
"Yo he recorrido las exposiciones de este año en Francia y he tenido
noticia de otras, pero ninguna tiene esta particularidad, que en el caso
de Veinte mil leguas de viaje submarino es redundante porque el lema
del Nautilus es 'Mobilis in mobili', móvil en lo móvil", relata la
comisaria. Dicho y hecho, no sólo trasladaron el proyecto directamente al
océano, sino que lo convirtieron en una "visita sensorial", en sus
palabras, a través de una recreación del interior del Nautilus.
Cuidadosamente
apoyada con música compuesta a partir de la que tocaba el capitán Nemo,
ilustraciones, imágenes de todas las películas inspiradas en Verne y
proyecciones gastronómicas sobre una mesa de salón comedor, la exhibición gira
en torno a cinco ejes. Uno, la conexión entre Verne y Vigo, ciudad que visitó
dos veces cuando ya era un best-seller en Europa y América. Dos, la biografía
del escritor que sigue siendo considerado padre de la ciencia-ficción a pesar
de los esfuerzos repetidos de expertos y profanos por ampliar esta
clasificación simplista. Tres, los capítulos principales de Veinte mil
leguas de viaje submarino, la novela que hizo realidad llegar al Polo Sur,
visitar la Atlántida y cruzar bajo agua un canal de Suez aún no construido,
acompañados por un capitán misterioso convertido en leyenda a bordo del
Nautilus (o la imaginación). Cuatro, la trascendencia del libro en otras artes,
reflejada con creces en el catálogo, una suerte de tratado multicolor sobre
Julio Verne y el mar. Y cinco, los –¡cuatro!– inventores
españoles que contribuyeron al desarrollo de la navegación submarina: Narcís
Monturiol, Cosme García, Antonio Sanjurjo y, decisivamente, Isaac Peral.
Mercedes
Monmany explica por qué y cómo puso un interés especial en estos dos últimos
puntos. Con respecto a los inventores, dice haber querido tratar la época
previa al gran mercado: "Todos ellos llegan a probar prototipos
perfectamente válidos y acaban olvidados, incluso perseguidos, por la
oficialidad. Yo quería unir esto al desengaño de Verne, a la ingratitud de sus
contemporáneos: no entró en la Academia francesa y siempre tuvo esa espina. Su pecado
era precisamente ser un best-seller y lo miraban por encima del hombro. Y ésta
es una paradoja que a mí también me ha interesado tocar. Hoy el mercado ya
busca, a Monturiol le pagarían mil viajes, al mismo Verne no se le negaría en
absoluto la Academia, estaría todo el día en la tele y sería imposible. En
aquella época te da cierta ternura pesar que esta gente se fue triste al otro
mundo, sus contemporáneos fueron muy avaros".
En
cuanto al catálogo, refiere que dividió a los autores por "especialidades
nemianas", clasificadas en el índice con un mismo leit motiv, el viaje.
Cuenta divertida que buscando a los especialistas se encontró con una especie
de secta en la que todos se conocían: "Cuando das con un verniano es como
la gente aficionada a los Beatles que colecciona camisetas". Quizá los
casos más sorprendentes sean el gastrónomo experto en los platos del Nautilus,
Cristino Álvarez, que no sólo existía, sino que ya había escrito sobre el tema,
y el capitán de navío Luis Delgado Bañón, conservador del Museo Naval de
Cartagena e historiador, gran conocedor de los aparatos submarinos y fanático
de Verne. Monmany subraya también la labor del documentalista cinematográfico
Asier Mensuro, que consiguió para la exposición filmes originales de los años 20
que nunca se habían proyectado en España.
Igual
de difícil que encontrar a los especialistas "raritos", como los
llama Monmany, fue seleccionar a los escritores y literatos. "Esto sí que
era infinito, porque Verne es un autor de futuros escritores, de adolescentes
que empiezan a descubrir la literatura, así que elegí de forma un poco
intuitiva", cuenta. En la lista figuran Enrique Vila-Matas, Pedro Sorela,
Soledad Puértolas, Martín Casariego, José María Guelbenzu, Ramiro Fonte y Luisa
Castro, que mantienen ese equilibrio buscado por Monmany entre estrictos
críticos, autores imaginativos y escritores gallegos.
El
resultado de este cóctel de expertos es un libro ilustrado y completo que
justifica la trascendencia del capitán Nemo y explica, en fin, este querer
fervoroso a Verne entre gentes tan dispares: atrapó para siempre a muchas
generaciones de lectores voraces cuando aún eran niños, como una suerte de
calostro mágico literario. Que los jóvenes de hoy conozcan el nombre de los
personajes de Verne sin haberlo leído es una prueba más para Monmany de que su
destino era acabar en mito.~
(Texto publicado originalmente en la
edición española de Letras Libres,
núm. 48, septiembre de 2005)
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