La primera impresión física que se tiene de
Arcadi Espada es de una altanería casi insoportable. Pelo azabache de sienes
despintadas y sin un resquicio a sus 56, suele vestir a la última con los
colores de quien se quiere a sí mismo –azul eléctrico, en México–, y enfocar al
interlocutor, insolente, achicando los ojos con la barbilla levantada. Trampas
de la genética: 30 dioptrías en el ojo derecho y 14 en el izquierdo. “Una
condición básica en mi desesperada búsqueda de la nitidez”, dice, pasándose de
torero. De la confusión de su miopía con un engreimiento sin paliativos puede
que arranquen todas las demás equivocaciones en torno a su persona.
Éstas no dejan de ser raras, porque con toda
claridad o entre líneas, todo lo que quiere decir lo escribe, con una prosa que
el gran Sánchez Ferlosio calificó una vez concisamente de “gozada”. Tampoco
sería el primer caso de la historia: del periodista austriaco Karl Krauss, Jonathan
Franzen refiere que “fue conocido en su día por sus muchos enemigos como el
Gran Odiador. Según la mayoría de los testimonios, fue un hombre tierno y
generoso en su vida privada, con muchos amigos leales. Pero una vez empezaba a
dar cuerda a su polémica retórica, la llevaba a registros extremadamente
duros”. Un cabal alter ego. Fascista para el nacionalismo, nazi para los
católicos enfurecidos por sus opiniones a favor del aborto, mentecato para
algún novelista, a Arcadi Espada le han prodigado centenares de insultos, a
veces todos de una vez, entre ellos resentido, basura, cagabandurrias y hasta
demonio. Pasiones desbordadas hacia alguien que ha confesado no guardar rencor
a nadie y que explica, muy serio, por qué su actitud es paradójicamente
humilde: “La auténtica humildad escribiendo es la del compromiso y la de la contundencia,
porque es la que te deja más vulnerable: si te muestras tajante sobre una serie
de cosas es porque realmente crees en ellas, porque estás convencido de lo que has
descubierto.” Su compromiso, se infiere, es con la verdad de los hechos. De él
derivan, en realidad, todas sus posturas en la vida.
Entre las éticas destaca su vehemente
antinacionalismo, al que en estos días de pulsiones independentistas da
verdadera rienda suelta través de su blog en el diario El Mundo. No se ha quedado nunca en palabras: en 2005, impulsó la
creación de un nuevo partido político, Ciutadans-Ciudadanos, que hoy llega a
nueve escaños en el Parlamento autonómico. Que dedique la mayor parte de su
tiempo productivo a achicar las aguas provincianas del nacionalismo catalán se
debe a un azar desgraciado: haber nacido en Barcelona. “Qué daría a veces por
ser un pensador parisién, e incluso un pensador”, se ha lamentado. Pero, él
mismo se responde en otro lugar: “El escritor tiene la obligación de tratar los
temas de su época”.
Por eso, no desdeña los asuntos universales, y
buen ejemplo son los que ha tratado en México durante sus últimos viajes. Hace
dos años, para impartir un seminario en la Universidad Iberoamericana sobre
violencia y medios de comunicación. Entonces, Espada se entrevistó con algunos
funcionarios de la Secretaría de Gobernación y al día siguiente, escribía:
“Creo que Méjico es el único país del mundo donde se han matado a 40 mil
personas sin guión previo (…) Los funcionarios reconocen, al fin, que no saben
ni quién mata ni quién muere (…) Pienso en dónde estaría la lucha contra ETA
sin el mínimo pegamento emocional que trajo el conocimiento de las víctimas. No
hay otra lucha más urgente para lo mejor de Méjico que esa exigencia por los
nombres.” Hacía apenas un par de semanas que el hijo de Javier Sicilia había
aparecido asesinado por el narco: saber los nombres se convertiría también en
una de las reivindicaciones del movimiento ciudadano que se iniciaba en esos
días.
El pasado septiembre, Espada volvió a México, para
pronunciar la conferencia de clausura del III Simposio sobre el Libro
Electrónico, organizado por Conaculta. Aprovechando la ocasión, presentó su
último libro, En nombre de Franco, en
el que por tema universal, se introduce en el más importante del siglo XX: el
Holocausto. “La idea inicial –contaba en la presentación– era la de hacer un
libro coral sobre los diplomáticos españoles que salvaron judíos en la Europa
incendiada, pero me di cuenta de que tenía que decantar el libro hacia la
historia de Ángel Sanz Briz en Hungría porque esa historia estaba llena de
mentiras.” Así, por un lado, refuta que el embajador Sanz Briz actuara por
cuenta propia en ese invierno del 44 –en realidad seguía las órdenes del
gobierno de Franco, que ya preveía que Alemania perdería la guerra–, y por el
otro desenmascara, prueba a prueba, con ayuda del investigador Sergio Campos,
al italiano Giorgio Perlasca, quien se apropió, muchos años después, del mérito
de salvar esas vidas.
Pero el libro es mucho más y está lleno de
capas sucesivas, todas profundas. Para contarlo, usa todos los recursos
literarios a su alcance. Literarios, sí: otra equivocación que suscita, quizá
con raíz en su vieja disputa con el escritor Javier Cercas, es que está en
contra de la literatura: “Yo lo que estoy es en contra de la literaturización,
que es distinto”. Y aclara, tajante: “Pero para mí la literatura es sólo una cosa:
un problema de resolver cómo voy a contar esto. Yo me aburro mucho escribiendo,
así que tengo que buscar truquillos. Pero esto no tiene que afectar a lo
fundamental: yo escribo sobre hechos, y ninguna de las retóricas que yo utilice
pueden confundir al lector nunca; si lo hacen, es porque yo me equivoco”.
De
primera mano
Cuatro títulos imprescindibles para conocer el
pensamiento, los afanes y el estilo de Arcadi Espada.
Contra
Catalunya. Una crónica (Flor del Viento Ediciones,
1997)
Su primer libro en solitario, Premio Ciudad de
Barcelona, es un retrato en primera persona de la Cataluña que reinventaron los
gobiernos nacionalistas desde la transición española. Fundamental para entrar a
la prosa de látigo de Espada y entender sus posturas políticas disidentes.
Raval. Del amor a los niños (Anagrama, 2000)
Reportaje de largo aliento que desmonta una
mentira, policial, judicial y periodística: la desarticulación de una supuesta red
de pederastas en el barrio barcelonés del Raval en el verano de 1997. Una
mentira, documenta Espada, que llevó a la cárcel a inocentes y separó
injustamente a hijos de sus padres durante más de un año.
Diarios (Espasa, 2002)
Crítica de los vicios más comunes de la
profesión periodística, evidentes o no. Destripador mayéutico de trampas y
retóricas, resulta un utilísimo manual, junto con Diarios 2004 (2005) y Periodismo
Práctico (2008), que lo complementan.
El
terrorismo y sus etiquetas (Espasa, 2007)
Breve libro que analiza las relaciones
contaminantes entre el lenguaje del terrorismo y el periodismo. Espada lo usó
como guía adicional para el seminario “La violencia en los medios”, que
impartió en la Universidad Iberoamericana de México en 2011.
(Publicado originalmente en Esquire México, núm. 63, diciembre de 2013.)
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