jueves, 10 de mayo de 2012

mi Bernal Díaz del Castillo

(A Mercutio M., que fue quien me lo pidió)

La primera vez que oí hablar de Bernal Díaz del Castillo fue en los labios infinitos de Ricardo Cayuela por las calles de no me acuerdo qué ciudad a la que habíamos escapado a conversar, entre otras cosas. Destacaba dos episodios de la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España: el momento en que Hernán Cortés abrazaba a Moctezuma emplumado –semidiós para los aztecas, intocable– como a un compadre, lo cual, como se puede comprender, contribuyó a la fugaz imagen de los españoles como deidades venidas de otro planeta, y la escena de cuento de hadas en que esos castellanotes, que conocían el agua de refilón, veían desde el paso entre los dos volcanes –uno activo, desde siempre y hasta hoy– la ciudad de Tenochtitlán, un lago interrumpido por pirámides flotantes –"mezquitas", las llamaban, tan cerca estaba la Reconquista. (Lo de cuento de hadas no es retórica: Bernal sólo puede comparar tal visión con escenas del Amadís de Gaula.)

No se puede entender México sin leer esa crónica de Díaz del Castillo, y lo digo bien sobria. Yo de ella, aparte de los nombres de los conquistadores, que siempre me han puesto mucho –Gonzalo de Sandoval, Pedro de Alvarado, Alonso de Ávila, Diego de Ordaz–, rescato dos cositas:

Una, como también señaló hace unos días Félix de Azúa, que Bernal escribe contra una mentira, la Crónica de la conquista de Nueva España de Francisco López de Gómara, un amanuense que despacha la historia oficial del asunto. Frente a él, Bernal se rebela: oiga, yo estuve allí, a mí qué me va a contar. ¡Un espadiano avant la lettre! (De hecho, si Espada supiera todo lo que hay que saber en este mundo, haría mucho tiempo que habría escrito sobre Díaz del Castillo; pero nació en Barcelona, pobre.) A mí me encanta, por ejemplo, su ironía al aclarar lo de las naves en Veracruz, que contra el refrán popular, nunca se quemaron, sino que se dieron "a través":
Aquí es donde dice el cronista Gómara que mandó Cortés barrenar los navíos, y también dice el mismo que Cortés no osaba publicar a los soldados que quería ir a México [es decir, Tenochtitlan] en busca del gran Moctezuma. Pues ¿de qué condición somos los españoles para no ir adelante, y estarnos en partes que no tengamos provecho en guerras? También dice el mismo Gómara que Pedro de Ircio quedó por capitán en la Veracruz; no le informaron bien. Digo que Juan de Escalante fue el que quedó por capitán y alguacil mayor de la Nueva España, que aún al Pedro de Ircio no le habían dado cargo ninguno, ni aun de cuadrillero, ni era para ello, ni es justo dar a nadie lo que no tuvo, ni quitarlo a quien lo tuvo.
(En este punto, háganse ustedes una composición de lugar: Hernán Cortés, enviado por el gobernador de Cuba, Diego de Velázquez, a la tercera expedición a tierra firme –las primeras fueron de Francisco Hernández de Córdoba y Juan de Grijalva–, simplemente a robar oros y volver a la isla –en un alarde de españolidad donde las haya–, el mismo que reclutó para la causa y con su labia a seiscientos hombres, dice en tierra firme que nanay, que de ahí adelante como los de Alicante y que quien está conmigo sigue y quien no, se queda en este puerto de mosquitos. Nada más que añadir al inciso.)

Otra, ese momento maravilloso en que los conquistadores se encuentran en Cozumel con dos marineros andaluces que vararon allí en una expedición previa: Gonzalo Guerrero y Jerónimo de Aguilar. Nada más saber de los nuevos castellanos, Aguilar se apunta al bombardeo, e intenta convencer al compañero. Este, en un pasaje que debería dejar bien claro el grado de negritud de la leyenda colonial española, le contesta:
"Hermano Aguilar, yo soy casado, tengo tres hijos, y tiénenme por cacique y capitán cuando hay guerras: íos vos con Dios; que yo tengo labrada la cara e horadadas las orejas; ¿qué dirán de mí desque me vean esos españoles ir desta manera? E ya veis estos mis tres hijitos cuán bonicos son. Por vida vuestra que me deis desas cuentas verdes que traéis, para ellos, y diré que mis hermanos me las envían de mi tierra"; e asimismo la india mujer del Gonzalo habló al Aguilar en su lengua muy enojada, y le dijo: "Mira con que viene este esclavo a llamar a mi marido; íos vos, y no curéis de más pláticas".
Esa lengua en la que hablaba la amorosa mujer de Gonzalo –natural de Palos de la Frontera, ya que estamos– era el maya. Y ya llego a lo que me trajo. Una de las más fascinantes historias de la humanidad es esta: cómo lograron entenderse Hernán Cortés y Moctezuma (este sí verdadero choque de civilizaciones, según Fernando Savater). Porque Cortés le hablaba español a Aguilar, Aguilar maya a –oh, hallazgo– una princesa mexica esclavizada en las costas del sureste, y esta, llamada Malintzin, Malinche para los oídos hispanos y doña Marina una vez la bautizaron, náhuatl a Moctezuma.

Esta mujer, como saben, es la primera gran traidora de la patria (sic). Pero tendré que dejar su historia para otro día.

1 comentario:

José Antonio Peñas dijo...

También habla de la supuesta aparición de Santiago apostol en Otumba. Y no le suena haber visto a nadie de ese nombre ni guisa, sólo a sus compañeros y aliados luchando con un mar de aztecas. QUe esa es otra, no deja de mencionar a los indios afines que apoyaron a Cortés, mientras los cronistas oficiales los obvian como si fueran porteadores.

Gonzalo guerrero es una de las figuras más bellas y trágicas del siglo XVI. Debería ser rescatado del olvido (en España, en centroamérica se le recuerda con admiración).