El año pasado se cumplieron cien años del nacimiento del fotógrafo de cine Gabriel Figueroa, principal artífice del llamado cine de oro mexicano (Emilio Fernández, María Félix, Dolores del Río, Pedro Infante...) Las imágenes que Figueroa lograba, desde unos ojos de la Félix en primer plano -que a la luz de su cámara incluso eran expresivos- hasta sus legendarias nubes, son verdaderamente hermosas. Así lo supo ver Luis Buñuel, con el que trabajó en siete películas, la primera y más relevante de ellas Los olvidados.
Figueroa era un técnico eficaz, y no hay que quitarle méritos: hasta John Huston lo llamó a su lado. Pero he ahí el límite del cine de oro mexicano, el reluciente efecto que sacaba Figueroa de la película en blanco y negro. El resto, actores, directores, ¡guiones!, es patético y mediocre, y sólo sirvió para apuntalar y sacralizar la imagen que de México pretendía la revolución. O sea, hacer del cine un PRI. El indio bueno, el cura malo, el español malísimo, el gringo peor y viva la nacionalización del petróleo. Véanse María Candelaria, Maclovia, La Rosa Blanca.
Salvando las distancias ideológicas, por supuesto, imaginen a un cinematógrafo genial que hubiese fotografiado Raza, y a la pandilla compuesta por Sáenz de Heredia, Francisco Franco, Alfredo Mayo y Ana Mariscal la llamaran "cine de oro español". Imaginen ese fénomeno multiplicado por cincuenta, a razón de unos dos por año.
Pues eso.
2 comentarios:
No soy un entendido en cine mexicano (al igual que en el resto de los aspectos de la vida en general), pero creo entender bien lo que decís en esta entrada de calidad excelsa.
Y gracias por darme, extranjera, la bienvenida a tu país, desde aquél país.
Es un honor.
Gracias a ti por tus generosas letras. Te voy a nombrar lector de honor... ¡y único comentarista!
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