jueves, 12 de marzo de 2015

Claudio Magris, el escritor que condensó el Danubio

Estar ante Claudio Magris es ser testigo del último eslabón de una cadena formada por colosos como Italo Svevo, Stefan Zweig, Joseph Roth, Sándor Márai o Elias Canetti, anclada en el corazón de una Europa que ya no existe, destruida por dos guerras mundiales y cruzada por el Holocausto. Trieste, donde nació en 1939, esa pequeña cornisa de Italia que mira al Adriático encajada entre montes de espaldas a Eslovenia, fue un día el puerto del Imperio Austrohúngaro. De esta tradición centroeuropea, ilustrada, cosmopolita y multicultural, bebe Magris como de una fuente inagotable.
            La alusión al agua es a propósito: presente en toda su obra de alguna u otra manera, como mar o como río, es la gran protagonista de su título más emblemático, El Danubio (1986), que no es novela ni ensayo ni estudio histórico ni crónica de viajes, sino todo eso, mosaico de fronteras difusas, marca inapelable de su estilo. "La escritura de El Danubio es heterogénea, impura, mezcla de géneros y de registros estilísticos, como las aguas del verdadero río –que no son azules–. Esto es válido, en formas diversas, para todos mis libros, novelas, relatos y piezas teatrales que he escrito", explicaba el propio Magris en Guadalajara, en el discurso de aceptación del Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances 2014 el pasado 29 de noviembre, que tituló "Lápices de colores". Ahí mismo, dejaba entrever cómo le dio la idea para ese libro –igual que para otros antes de enviudar– su esposa, la escritora Marisa Madieri, madre de sus hijos, Francesco y Paolo. En septiembre del 82 –en un verano en que visitó México por primera vez, por cierto–, contemplando las aguas del río cerca de la frontera con la Europa del Este, ella sugirió: "¿Qué pasaría si continuásemos vagando hasta la desembocadura del Danubio?".
            Sobre el Danubio, Europa, México, la no ficción y la literatura, su mujer y el amor, va y viene Claudio Magris durante la conversación, dejando a medio terminar algunas frases, posando su mirada verde ora en su interlocutor, ora en la gente que trasiega en torno, generoso y sonriente, como si no llevara a sus espaldas decenas de entrevistas y el lugar no fuese el rellano de un hotel. Hablar con Magris es olvidar el ruido y trasladarse a uno de los cafés que frecuenta en Trieste, como el San Marco, tan presente en las páginas de sus libros.
            Una de las primeras impresiones que se tiene de ellos es el amor de su autor por el dato, por la palabra precisa, por buscar lo que en verdad pasó, como en Conjeturas sobre un sable (1985). Llama la atención que a pesar de esta preferencia por la realidad, se inclinara a escribir ficción. Magris, que además es columnista en Il Corriere della Sera, reconoce esta pasión citando a Mark Twain ("la verdad es más extraña que la ficción") y a Italo Svevo ("la vida no es fea ni bella, sino original"): "Lo que pasa en nuestras familias, lo que leemos en los periódicos, es tan increíble, que te sorprende más que la ficción". Pone como ejemplo su cuento "El Conde", recién editado en español por Sexto Piso, que trata de un "pescador de cadáveres" y que escribió en 1993 a partir de una noticia que leyó en el periódico. Sin embargo, explica, la literatura llega mucho más allá: "Somos mucho más que nuestra biografía: somos también lo que no hemos vivido. La literatura va en busca de esta riqueza potencial, no de hechos; es como buscar unos genes que no se han desarrollado, pero que están ahí y hay que encontrar".
            Catedrático de literatura germánica, traductor de Ibsen, Von Kleist y Schnitzler, empezó a escribir muy joven: tenía 24 años cuando publicó su ópera prima, el estudio El mito habsbúrgico en la literatura austríaca moderna, que marcaría los temas de su obra, y pronto se dio cuenta de la elasticidad de la escritura para romper los corsés establecidos. "La escritura", dice, "es a la vez un agente de aduana y un contrabandista; establece fronteras y las transgrede". Una de esas aduanas transgredidas es la que divide la escritura y la vida. Así, de Lejos de dónde. Joseph Roth y la tradición hebraico-oriental (1971) confiesa que poco a poco se fue convirtiendo en una metáfora de sí mismo. Ensayo más relacionado con Isaac Bashevis Singer, a quien conoció personalmente, Lejos de dónde nació de la historia de dos judíos europeos del Este que una vez leyó casualmente: "Ambos se encuentran en una estación de tren, uno de ellos lleva muchas maletas y el otro le pregunta: ¿adónde vas?. Y este responde: voy a Argentina. Aquel comenta: ¡vas muy lejos!. Y el segundo dice: ¿lejos de dónde?." A partir de entonces, se zambulló en el universo de los guetos a lo largo de la historia, leyó a todos los autores en yiddish posibles y cualquier relato jasídico que caía en sus manos, hasta conformar un retrato tan fiel a esa civilización, que ha tenido que aclarar muchas veces que él no es judío. Las razones de su afinidad con la tradición hebrea la resume en una frase: "Una civilización que ha sufrido con tremenda violencia la erradicación, el exilio, persecuciones, amenazas de aniquilación de su identidad, y a todo esto se han enfrentado oponiendo una resistencia extraordinaria individual y un humorismo indestructible."
            ¿Qué queda del espíritu de la Mitteleuropa que ha retratado Magris, de ese "mundo del orden que había descubierto el desorden", en sus palabras? ¿Se parece la Europa de hoy, con tensiones nacionalistas, convaleciente de una gran crisis económica, desencantada de la democracia y veleidosa con partidos extremistas de uno y otro signo, a aquel "laboratorio de nihilismo contemporáneo a la vez que una guerrilla en su contra"? Claudio Magris opina que son cosas sustancialmente diferentes, aunque reconoce que Europa vive una crisis de la democracia representativa. "Patriota europeo", sueña "un momento en que podamos tener un Estado de Europa federal, en el que los actuales Estados sean sus regiones, porque los problemas en este momento ya no son nacionales, sino europeos, como la inmigración, por ejemplo. Yo creo que el único futuro posible es este, aunque estamos en un momento difícil, o peor aún, de cansancio."
            El interés de Magris por el Imperio Austrohúngaro alcanza también el pedazo del mismo que llegó a México en el siglo XIX, con los emperadores Maximiliano y Carlota. Lector de Noticias del Imperio, cuya estructura confiesa influyó de manera fundamental en su novela A ciegas (2005), y admirador de Fernando del Paso, con quien departió en uno de los momentos más emocionantes de la FIL, Magris anunció que incluirá en su próximo libro a Maximiliano de Habsburgo, que estuvo en el Castillo de Miramar, muy cerca de Trieste, antes de viajar a México. Sin dar mayores detalles –dice que hablar de lo que se está escribiendo es como hablar de matrimonio demasiado pronto en una relación–, cuenta en qué consiste el episodio: "Tiene que ver con la grotesca aventura de Maximiliano, que viene a México trayendo las fuerzas reaccionarias a la república liberal. Cuando partió, la gente de Trieste, que evidentemente entendía mejor que él lo que pasaría, le cantaba una canción: Maximiliano, no te fíes, ¡quédate en el Castillo de Miramar! Que la corona de Moctezuma es una copa llena de espuma. Timeo Danaos ["teme a los dánaos", célebre frase de la Eneida] o acuérdate: bajo la púrpura encuentras la cuerda."
            México, recuerda, le causó sentimientos encontrados la primera vez que lo visitó, hace más de treinta años: le gustaba el encanto natural y la sensualidad, pero le asustaba el tamaño de la capital, que entonces ya tenía trece millones de habitantes, por la posible alienación a la que sometía al individuo. "Lo que más me sorprendió fue la gran vivacidad intelectual que había en aquel tiempo". Aquí, en efecto, trabó amistad con algunos escritores, como Juan García Ponce, Héctor Orestes Aguilar o Esther Cohen –encargada, de la semblanza del triestino en la entrega del Premio FIL. Preguntado por la visión de la situación mexicana en Italia, sobre todo en relación con los 43 estudiantes desaparecidos en Iguala el pasado septiembre, contó una anécdota que evidenciaba por sí sola el asunto: "Una señora me dijo que no tenía que venir a México, no porque estuviera en peligro, sino como protesta. Como si uno no hubiera ido a Italia porque estaban las Brigadas Rojas", y dejó claro que los escritores no tienen por qué juzgar lo que pasa: "Tenemos las mismas responsabilidades que cualquier ciudadano, ni más ni menos. Ser escritor no significa entender mejor la política, y hay una tendencia a creer que los escritores son como curas. Para mí, la pluma puede ser una especie de arma, pero no quiere decir que sea mejor".
            La definición de literatura para Magris, pues, está lejos de esos asuntos mundanos. Al principio de El Danubio, distingue dos clases de escritores: los persuadidos, que "obedecen la luz de su genio", y los retóricos, que "huyen de sus demonios". ¿Es él un persuadido o un retórico? Los dos, responde, dependiendo del momento. "¡Los niños son los verdaderos persuadidos!", se entusiasma: "Corren y corren, no para llegar a algún lugar, sino porque les gusta correr", y procede a narrar ese episodio de la vida de San Luis Gonzaga, patrón de la juventud, en el que un tío le pregunta ¿qué harías si supieras que vas a morir en diez minutos? y el santo, en vez de contestar algo pío, contesta "continuaría jugando".
            ¿Por qué se escribe?, se preguntaba al final de su discurso en Guadalajara: "Por amor, por miedo, como protesta, para distraerse ante la imposibilidad de vivir, para exorcizar un vacío, para buscarle un sentido a la vida. A veces para establecer un orden, otras para deshacer un orden preestablecido; para defender a alguien, para agredir a alguien. Para luchar contra el olvido, con el deseo –tal vez patético pero grande y apasionado– de proteger, de salvar las cosas y sobre todo los rostros amados, de la abrasión del tiempo, de la muerte. Escribir es también un intento de construir un arca de Noé para salvar todo lo que amamos, para salvar –deseo vano e imposible, quijotesco pero inextirpable– cada vida".
            Oyéndolo, el lector de su obra se remitía de manera inevitable a su mujer, Marisa Madieri, que murió en 1996 víctima del cáncer. Madieri, de una intensidad deslumbrante, dejó escrito muy pocos libros, entre ellos Verde agua (1987), hermoso y cortante como navaja suiza, que es el testimonio de su infancia y su familia, exiliados en Trieste desde la ciudad de Fiume cuando esta pasó a formar parte de Yugoslavia, en 1947, y en el que aparecen mencionados los viajes familiares de aquel verano primordial del 82 (México y el Danubio). Magris cuenta lo duro que fue para Madieri escribirlo y el éxito impresionante que ha tenido años después de su muerte, sobre todo en español (editado por Minúscula). Él reconoce que Madieri está presente en sus libros de una manera constante –Así que Usted comprenderá (2006), una recreación de su historia de amor a través del mito de Eurídice y Orfeo, es la muestra más clara– y se refiere así a su enorme pérdida y a la literatura como catarsis: "Hay un aspecto práctico, que no es el más importante pero existe: Marisa tenía muchas de las primeras ideas y era muy buena editando. Y esto lo extraño mucho. En cuanto al resto, la escritura no alivia, pero sigue nutriéndose de la relación. Marisa es una historia que continúa. Yo creo que las personas amadas 'son', no 'han sido', como la poesía. ¿Sabe? Ahora en Trieste le han dedicado una pequeña plaza con un jardín, y mis hijos y yo de vez en cuando decimos 'vamos a tomar café a la plaza de Marisa'."
            Antes de despedirse, Claudio Magris, el último de los escritores centroeuropeos, de ojos melancólicos del color de su río favorito, accede a firmar Verde agua: "Este libro, el más mío entre los míos".


(Publicado originalmente en Esquire México, núm. 78, marzo de 2015.)

No hay comentarios: